Edgar SAAVEDRA*
Mientras dormíamos el largo sueño de la pandemia, como una dulce psicosis en la que nos poníamos vallas deliberadamente y la muerte de vez en cuando bostezaba cerca de nosotros para decir un nombre, mientras en la otra orilla de sí mismos nos liberábamos y sentíamos el aire fresco de nuestra prisión, mientras eso ocurría, a la par, en lugares que solo sabemos a grandes rasgos que existen como una mala película de ciencia ficción, los padres y dueños del dinero y del poder, queramos entenderlos de esta manera o no, (un viejo libro cita en una de sus páginas de Juan 14:30: “Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque viene el príncipe del mundo…”) se conspiraba “el nuevo orden mundial”. En otras palabras, mientras dormíamos se preparaba el escenario para rehabilitar a ese “príncipe” retrocargado en compañía de algunos secuaces (aquí caben muchos nombres de reciente y viejo cuño, actuando, esos sí, como excepcionales marionetas) y aunque, aparentemente antagónicos, dos reyes de la tierra, ambos con un apetito voraz de expandirse se pusieron a las manos a repartirse todo sistema y todo terreno que pudiera servir de paja para las insaciables tripas de ambos leviatanes.
La fórmula aplicada, muy sencilla: el dinero y la razón. ¿Cómo? Dicho a manera de paradoja hace más de medio siglo por Ernesto Sabato en Hombres y engranajes (1951): “Esta paradoja, cuyas últimas y más trágicas consecuencias padecemos en la actualidad, fue el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas, el hombre conquista el poder secular, pero –y ahí la raíz de la paradoja—esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser con aspecto todavía humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este es el destino contradictorio de aquel semidios renacentista que reivindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa”.
Las grandes convulsiones del mundo son gracias, ante todo, a que el “príncipe” no pegó un ojo cuando dormíamos, aunque siempre nos ha dado la religión como milenario somnífero. Tal como describe un ensayo sobre las consecuencias del gobierno de este “príncipe”: “Asesinatos en las ciudades, matanzas violentas en los campos de batalla, mentiras en las mesas internacionales de paz, todo refleja sus rasgos”. Hay que agregar algo con urgente puntualidad: el genocidio sistemático de Gaza inspirado con la misma calidad de odio que llevó a los nazis a exterminar a millones de seres humanos. Y, sin embargo, lo anterior se empieza a quedar pequeño ante lo que empezamos a ver en el mundo no hace más de un par de años, justo cuando la humanidad se despabilaba del sueño de la pandemia. Todo parece indicar –decía Sabato, en aquel entonces—que estamos rodeado de sombras: “Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio (ya corriendo ahora) con la incertidumbre de quien avizora un abismo”. Suscribo hoy.
¿Cómo se engranan las abstracciones, en este caso, dialécticas, por ser amables y no decir teleológicas, o filosóficas por lo menos? Tiene la palabra Emil Ciorán en Silogismos de la amargura:
“El Infierno –tan exacto como un atestado;
El Purgatorio – falso como toda alusión al Cielo;
El paraíso – muestrario de ficciones e insulseces…
La trilogía de Dante constituye la más alta rehabilitación del diablo emprendida por un cristiano”.
- Periodista cultural.