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Lalo Plascencia

En esta columna me permito reproducir el discurso completo -salvo algunas modificaciones posteriores propias del ejercicio de autoedición necesario de quienes escribimos- que pronuncié el 9 de abril durante el sentido homenaje con el que me honraron los miembros del Capítulo San Luis Potosí. Desde este espacio dejo constancia de su generosidad conmigo y con mi familia, además de reiterar mi compromiso con su desarrollo profesional y personal, y mi amistad sincera. Cada letra aquí expresada es una forma alterna de decir gracias. A saber:

Desde que me enteré de este homenaje todos los días me levanto con una extraña mezcla de emociones. Paso de la reflexión profunda a la incredulidad, de la certeza sobre si esto es real o no, y de un ansioso temor de que todo sea una perversa farsa o una de las bromas de mal gusto mejor elaboradas de la historia y que se revelaría al comenzar la noche. Se activaron muchos de mis miedos e inseguridades, y el síndrome del impostor hizo su aparición: ¿qué he hecho para recibir algo así?, ¿lo merezco o me estoy engañando?, ¿no es muy temprano en mi vida para que los sonidos de la Historia comiencen a susurrarme que mi vida está más cercana del final que del inicio?, ¿o será que algo bueno sí he hecho y tal vez no solo es merecido sino necesario en mi autoimpuesto camino de sanación y aceptación propia?

Pero hay una colección de preguntas por encima de todas las anteriores y que motivan estas palabras: ¿quién soy? ¿qué me hace ser yo, en mi totalidad y presencia, en mis formas y fondos, en mis virtudes y derroteros? ¿qué me hace ser único e individual, con matices de los que pertenecemos a la especie humana pero que deseamos que nuestra vida fuera eterna? Hasta hace muy poco comprendí que la respuesta no la iba a encontrar en la cavilación silenciosa, sino en las maneras en que planteaba la pregunta. Porque no se trata de ser en individual, sino ser en plural. Morir no tiene mayor sentido si lo vivido no se hace a través de quienes nos rodean, y por eso me considero un rompecabezas -a veces bien armado y otras un poco roto y desgastado- de todo lo que otros me han dejado ser con ellos.

Con lo anterior contradigo a los filósofos nihilistas, vitales, individualistas, estoicos y hasta los coaches/influencers cortos de mente que desde el ego dolido y agrandado afirman que lo relevante de la existencia humana está en constituirse como una entidad individual que aporte al colectivo. Nunca he priorizado la superioridad de lo particular sobre el bien común, y me resisto a creer que todos los rostros que viven en mi memoria y han dejado huella sean efímeros momentos parte de una construcción pasada y no determinante de mi presente operante, de mi realidad cotidiana. Porque todas esas miradas, gestos de cariño, mensajes, regaños, decepciones y hasta corazones que rompí o aquellos que sin querer o con voluntad rompí, me hacen ser y existir.

Va más allá de la arrogancia individualista del quién soy, cómo me percibo, o como lo hacen quiénes me rodean y me obligan a ponerme un valor que casi siempre pasa por el filtro del amor platónico, los intereses, los buenos deseos, el respeto, la envidia, el deseo carnal o el amor filial, maternal y paternal que con seguridad les digo que sí he recibido. Soy ellas y ellos, porque no son solo un recuerdo son mi personalidad y mi esencia. He tratado de ser en plural, de construir una realidad corpórea en el somos, en el nosotros. Entonces todas esas personas que han pasado por mi vida, que siguen pasando, que me encuentro en el supermercado, en una videollamada, con quien tengo discusiones académicas o coincidencias afectivas me hacen ser. Termino siendo ellas y ellos.

Y así, esa pregunta que me asalta desde que soy pequeño y tengo uso de conciencia, desde que comencé mi formación profesional y me titulé de ella, de cada momento que empiezo una clase o un recorrido por un monte o un mercado quedó saldada para siempre. Permítanme compartirles un brevísimo recuento de quién soy -somos- en este pestañeo universal que es mi vida, y que hoy me privilegian con este reconocimiento:

Soy un taco de sal de la mano de mi madre saliendo de la tortillería cercana de mi casa, y también soy el berrinche que hice porque ella se negó a darme el segundo taco so pretexto de si me lo daba entonces no comería lo que ella había preparado. Soy un mole rojo y una pasta de frijoles con chile costeño de mi abuela Delia arrodillada frente al metate moliéndola con una cadencia que a la fecha no soy capaz de describir. Soy un totopo de maíz de la mixteca oaxaqueña traído por mi abuelo Roberto al regreso de sus viajes de su entrañable pueblo, el de mi madre, San Sebastián Tecomaxtlahuaca.

Soy la eterna mirada de satisfacción y bondad de mi padre que siendo niño -y aún ahora- alcanzaba a ver de reojo al abrir mis regalos en Navidad o Reyes Magos. No soy capaz ni digno de describir su emoción porque no soy padre de nadie, pero alcanzo a reconocer la emotividad en los ojos ajenos. También soy un taco de cabeza de res cocinada en hojas de maguey envuelto en papel de estraza, sentado en la barra de la taquería de Ismael mejor conocido como “el cuñado” cuando mi padre disfrutaba de ese manjar en el mercado de El Molinito, en Naucalpan, Estado de México. Más bien soy sus brazos envolviéndome para subirme a la barra a mis seis o siete años.

Soy los desvelos de mi hermana Diana que pasa horas y horas en su mundo nocturno editando fotos, dedicándose a su pasión silenciosa, encerrada en un universo que presumo paralelo al mío a pesar de estar a pocos metros de distancia. Confieso que hoy me hizo falta, y me hace falta siempre en los viajes de investigación que aún realizo.

Soy el aroma a cuero y madera vieja con esa extraña sensación de comodidad y poder del equipal jalisciense de mi abuelo paterno, mi Papa Toño, que crujía cuando me sentaba. Pero también soy un taco de frijoles bayos refritos con manteca y una tortilla tatemada de mi abuela Dolores, Mamá Lola. Soy el aroma a gallinas, leña, hierba, tierra mojada y maíz moliéndose en molino de mano de ambos abuelos paternos en su casa en Ameca, Jalisco. Soy también el piscador de acero y la técnica para limpiar frijoles de Jesús Plascencia, mi tío abuelo, sentados en su almacén de maíz de quien entendí que la lucha del poder político no es más que una ilusión sino se hace por beneficio de nuestros semejantes. Jamás conoceré a alguien igual con tal percepción del bien común.

Soy las diminutas manos de mi bisabuela Elodia haciendo tamales y tlacoyos subida a un banquito porque no le era fácil controlar los fuegos de una estufa, porque su estatura disminuía silenciosa y evidentemente con el paso de los años. Soy una picada veracruzana en mi época de estudiante haciendo trabajo de campo en San Francisco Necoxtla. Y soy también ese niño que a las 8 de la mañana de los primeros días de enero de 2005 iba descalzo sobre la tierra húmeda a menos de 4ºC tal vez resignado a soportar la inclemencia de su pueblo ante la majestuosa vista de la Sierra de Zongolica.

Definitivamente ahí aprendí quién soy, pero también entendí quién no quiero ser: ni la injusticia, ni la pobreza, ni la indignidad, ni la falta de acceso a recursos económicos y materiales. No soy la mediocridad, la falta de profesionalismo, las cosas medianamente hechas, y la falta de pasión. No soy la inequidad social, la violencia de género, la envidia desgarradora, ni la ausencia de respeto por mis mayores o mis colegas. Soy un rebelde, como tantos otros me han hecho ser, pero respetaré para siempre el derecho que tiene el otro de ser igual o más que yo. Definitivamente no soy la hipocresía de los mexicanos que celebran en lujosos salones y con champaña en mano la grandeza de la cocina mexicana absortos en burbujas gentrificadas de insensibilidad que embelesan e idiotizan sin inmutarse ante la pobreza que aún sobrevive en México. Todos lo hemos hecho y ya es tiempo de al menos reconocer nuestra profunda falsedad.

Soy mis 2,500 alumnos en el mundo. Soy mis admirados colegas y entrañables amigos de CIG y ahora vatelianos. Soy todos los que me rodean en Vatel Club México y la Academie Culinaire de France como amigos, ahijadas y ahijados que me honraron con su bondad al nombrarme su padrino. Soy Guy Santoro, Sergio Camacho, Isabella Dorantes, Alfredo del Río, Carlos García, Roberto Hernández, y todos los amigos entrañables que decidieron estar aquí hoy. De todos aprendo, con todos existo.

Soy las miles de personas que me he cruzado en el camino aunque sea por un momento. Soy todas y todos, vivos y muertos, los que no nombré pero que les aseguro que todos los días me acompañan para escribir, inspirarme, cocinar, dar una clase, hacer una llamada, o ver una serie. Soy más personas de las que mi mente puede manejar, pero que mi alma inmortal reconoce como las entidades que me permitirán ser en la trascendencia universal.

No soy mis hijas o hijos porque no los tengo, y tal vez no los quiero. Porque soy tantos y tantas que a veces llevo el corazón cansado pero pleno de sentir y saber que seré, aún después de muerto, a través de todas y todos los que me abrieron un espacio en sus vidas para aportar algo desde mi intención auténtica. Porque soy en mi deseo transformador, insatisfecho, rebelde, confrontador, juguetón, cínico, racional, sensible, duro, inquieto, preguntón y hasta insufrible cuando se trata del conocimiento de lo propio y lo ajeno. Soy eso que he vivido, pero también lo que me falta por vivir.

Y aquí estoy frente a ustedes, diciéndoles que también soy sus ojos, sus sonrisas, sus emociones y sus ganas de estar aquí y de haber compartido conmigo un momento tan solemne e inolvidable que confío les será igualmente satisfactorio, porque en una medida también soy parte de su vida. Heme aquí prometiéndoles que seguiré siendo ustedes. Heme aquí agradeciéndoles por permitirme ser. Aquí estoy con el corazón en la mano y las palabras movidas aprendiendo a decir quién soy. Gracias por haber venido, Muchas gracias a todos los miembros de Vatel Club San Luis Potosí por su bondad y cariño. Gracias y mil veces gracias.

 

Lalo Plascencia. Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico y del Sexto Sabor. Formador de 2,500 profesionales en 11 años de carrera. Sígueme en instagram@laloplascencia

 

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