Compartir

Penélope MARTÍNEZ*

SANTIAGO DE QUERÉTARO, QRO.- Durante el mes de marzo, en el marco del Día de la Mujer y desde mi rol de divulgadora científica, psicoterapeuta y facilitadora de yoga sensible al trauma, fui invitada a participar en eventos, debates y lecturas compartidas que despertaron en mí una profunda reflexión sobre la complejidad del autocuidado. Cada conversación me invitó a mirar mi propio camino con mayor detenimiento, a reconocer no sólo los logros que celebro, sino también las cargas que aún sostengo y esas batallas que me abruman, porque llevo años peleándolas sin estar segura de poder vencerlas algún día. Comprendí que el autocuidado va mucho más allá de tomar breves pausas para “desconectar” a través de rituales de belleza o maratones de series; en realidad, es un ejercicio constante de presencia, aceptación y compasión hacia todo lo que somos.

Hace aproximadamente un año, mi terapeuta me asignó la lectura de un libro que quedó profundamente grabado en mi mente: El amor real sabe a tostadas (Faur, 2022). En aquel momento, me ayudó a comprender que el amor (y, por extensión, el autocuidado) no siempre llega de forma extraordinaria o colmado de romanticismo; muchas veces se descubre en los pequeños actos cotidianos que nos sostienen en tiempos de incertidumbre, trayendo, incluso, esa certidumbre que necesitamos. La autora desmantela la idea que el amor deba salvarnos de nuestros vacíos o rescatarnos de todo sufrimiento, incluso, nos lleva a reconciliarnos con que habrá espacios dentro de nosotros que nunca se llenarán y a encontrar paz en esa aceptación.

En ese mismo sentido, recordé una frase del Dr. Jorge Larriva (un hombre muy sabio que este 27 de abril cumplirá un año de haber partido): “el problema es que la gente no sabe vivir en medio”. Esa afirmación me impactó, pues refleja cómo vivimos persiguiendo con ansia momentos inolvidables, esos picos de euforia en los que nos sentimos invencibles, sumamente amados y reconocidos; cuando, en realidad, la vida se compone en su mayor parte de días comunes y corrientes. Si únicamente encontramos bienestar en los instantes sublimes, acabamos condenados a la desilusión cuando volvemos a la rutina.

El verdadero autocuidado reconoce y honra nuestras vulnerabilidades. Nos han enseñado a ser resilientes a cualquier costo, pero el cuidado profundo implica aceptar que tenemos límites, heridas y vacíos que quizá nunca desaparezcan por completo, y, en lugar de etiquetarlos como “buenos” o “malos”, debemos verlos como parte inherente de nuestra realidad. El mundo no es un espacio binario de éxito o fracaso, sino un continuo de posibilidades donde cada historia encierra valores, desafíos y aprendizajes únicos. En esa aceptación reside la habilidad y sabiduría para vivir en medio y, por ende, vivir conformes, cimentadas en el amor propio y el autocuidado.

He trabajado durante años en mis expectativas y, con cada etapa, he ganado un mayor autoconocimiento. Hoy cuento con más herramientas para enfrentar la vida y he avanzado en cómo me relaciono, me cuido y disfruto cada día. Sin embargo, he comprendido que este camino no se termina de andar nunca, por eso sigo reevaluando mi autocuidado no como una lista más de quehaceres, sino como un verdadero apapacho a mi ser. Se trata de crear un ambiente de calma y cariño que me permita descansar, nutrirme y moverme con naturalidad, rodeada de personas que me hagan sentir en casa, sin exigir esfuerzos sobrehumanos, sino cultivando, con sencillez, un espacio donde el bienestar florezca cada día.

Al mirar en retrospectiva, me reconozco distinta a como era antes; he aprendido a no avergonzarme de mis errores ni de los momentos en que decidí cambiar mi rumbo, pues cada experiencia me ha acercado a reconciliarme con mi propia realidad. La “imperfección”, lejos de ser un defecto, se ha convertido en una fuente de crecimiento que me impulsa a avanzar con paciencia y compasión. Hoy sé que el verdadero éxito no se mide en metas cumplidas, sino en la valentía de seguir caminando incluso cuando no hay un destino claro. He aprendido a cultivar la gratitud por lo alcanzado y a disfrutar de cada paso, sin dejar de lado los sueños que aún ilumina mi camino.

Reconocer mis grietas, atender mis necesidades con amabilidad y permitirme vivir cada día tal como es —imperfecto, sencillo y lleno de posibilidades— me fortalece e inspira a honrar la humanidad en mí y en los demás.

 

*Bióloga egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM con maestría en Neurobiología y candidata a doctor en Ciencias Biomédicas. Por muchos años ha sido profesora y ha colaborado en diversos programas de divulgación científica. Sociedad de Científicos Anónimos Querétaro. cientificosanonimosqro@gmail.com. https://cientificosanonimos.org/

 

Compartir