- De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “3 de cada 10 adolescentes denuncian que sufren violencia en el noviazgo. En el caso mexicano, 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años ha sufrido violencia psicológica 17% sexual y 15% física”. Encuesta Nacional sobre Violencia en el Noviazgo (ENVIN).
HISTORIAL
En la secundaria tuve mi primer novio. Lo hice porque mi hermana me lo pidió y por sentir y vivir esa experiencia, pero no fue lo que esperaba. Él no me gustaba, me caía mal, esa era la razón por la que me portaba grosera. Lo evadía cuando se me acercaba, me molestaba su presencia, hasta el lunar que tenía en la cara era de total desagrado para mí; lo veía como un niño tonto.
En la preparatoria tuve un novio que era porro, pensaba que el salir con esta persona me daría prestigio, a pesar de que sabía que era un patán. Fue poco el tiempo que lo aguanté y lo corté, porque me daba cuenta de que no podía manipularlo como quería. Me provocaba miedo.
Después de un tiempo me casé con una persona a la que no quería, mucho mayor que yo; celoso, físicamente “nada agraciado” y siempre queriendo controlar hasta mi forma de vestir. Mis indecisiones e inconformidades se volvieron agresiones, hacía comentarios sarcásticos de su persona y trataba de sacar lo peor de él. Esa era mi meta porque no era feliz a su lado, pensaba que mis agresiones harían que se fuera y me abandonara.
Generaba mucho resentimiento hacia él porque creía que era la causa de mi desdicha. Lo agredía física y moralmente, al grado de resaltar cada que podía su “mediocridad” como persona. Finalmente conseguí lo que tano anhelaba: “divorciarme”. Pensé que así sería feliz, pero no fue así.
Después de tres años conocí a otra persona que lo único que hacía era darme lo mejor de él, en cambio yo, sólo le recordaba que no se debía enamorar de mí porque en cualquier momento terminaría nuestra relación. Y así fue.
Finalmente, la última persona con quien me relacioné, después de un tiempo empezó a querer controlarme, manipularme y a veces chantajearme con divulgar que salía con él (trabajábamos en el mismo lugar), y sabía que eso no me gustaría. Era una relación sin futuro, por eso constantemente le decía que lo que vivíamos era un juego y, de los dos, perdería quien se enamorara. Provocaba sus celos porque me hacía sentir bien, era como una sensación de poder. A pesar de que me daba cuenta que era una persona que estaba emocionalmente peor que yo, continuamos e hicimos crecer esa relación tóxica, al grado de que intentó golpearme; sentí que en un segundo mi cabeza se llenó de ira y lo golpeé, tanto como pude; lo mordí, le arranqué el cabello y lo pateé.
Esa fue la gota que derramó el vaso para darme cuenta que algo en mí no estaba bien. Y decidí buscar ayuda.
Estando en el Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos, pude encontrar respuestas a los cuestionamientos que muchas veces me hice: ¿Por qué no podía tener una relación de noviazgo sana?, ¿por qué al poco tiempo me molestaba convivir con ellos y lo único que deseaba era huir?, ¿por qué no me veía con un esposo hasta el final de mis días?
He podido identificar mucho de mi sufrimiento a través de la terapia de la agrupación. Lo que yo sentía era miedo a ser agredida, lastimada, engañada, pisoteada, y me formé una imagen falsa del “yo llevo el control de la relación”.
Mi madre siempre me inculcó el no dejarme de ningún hombre, ella sólo quería protegerme, pero ese consejo lo llevé al extremo pensando: “Antes de que ellos me lastimen, primero lo haré yo”. Sentía que cada relación era peligrosa y no debía bajar la guardia. Esa idea me desgastaba mental y físicamente y no me permitía sostener una relación sana.
Por hoy, no he tenido la oportunidad de volver a tener una relación de pareja, pero sé que si se presentara esa oportunidad será diferente. Porque, gracias a la terapia, puedo ver la razón de mis actos y me da la oportunidad de corregirlos
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