“Una nieta, dos amores”: la urgencia de proteger el lazo entre abuelos y nietos
Por Mariana Navarro
<< “Mi abuela no murió. Sólo me la quitaron.”>>
GUADALAJARA, Jalisco.- En un rincón silente de nuestra cultura familiar, se está perdiendo algo vital: el lazo entre abuelos y nietos.
No por muerte, no por distancia, sino por decisión unilateral .
Por conflictos adultos que terminan arrancando al niño de un afecto que no debió ser negociable.
A veces, la ruptura de una pareja deriva en la cancelación de la abuela.
La custodia se convierte en trinchera, y la convivencia con los abuelos queda atrapada entre trámites, resentimientos y silencios.
Otras veces, el cambio de residencia, el olvido, la indiferencia, o incluso el despecho disfrazado de justicia , terminan por dejar a los abuelos fuera del cuadro familiar.
Y sin embargo, cada nieto merece una infancia con abuelos.
No solo porque los abuelos abrazan como nadie, sino porque su presencia representa una dimensión que ningún otro rol familiar puede ofrecer: la de la memoria viva, la ternura sin prisa, la sabiduría contada en cuentos, y el amor que no compite con nadie.
DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA
Las sociedades se construyen sobre los cimientos de sus vínculos Inter generacionales.
La figura del abuelo o la abuela, lejos de ser un mero accesorio familiar, constituye un eje estructurante de la memoria colectiva, del traspaso de saberes, y de la formación de identidad en los infantes.
Cuando se priva a un niño del contacto con sus abuelos, se le arrebata, en parte, su linaje simbólico.
Se interrumpe la narrativa que le da continuidad histórica, que le enseña de dónde viene, qué ha atravesado su familia, y quiénes lo amaron antes incluso de su nacimiento.
En términos más amplios, este fenómeno no solo afecta a las familias, sino que erosiona el tejido social, empobreciéndolo de vínculos sólidos y permanentes.
Así, una sociedad que margina a sus abuelos, se mutila a sí misma. Renuncia a su pasado y pone en riesgo su porvenir.
DESDE UNA PERSPECTIVA ESPIRITUAL
El amor de abuela es un amor que trasciende el tiempo. Quien haya sido bendecido con una abuela amorosa, conoce ese lazo invisible que no exige nada, que comprende sin juicio, que perdona sin condiciones.
Es un amor que no requiere mérito, solo presencia.
Desde una visión espiritual, los abuelos encarnan una dimensión del alma familiar.
Son guardianes del linaje, testigos del misterio del tiempo, puentes entre generaciones.
Su ausencia no solo es una pérdida emocional, sino una desconexión del alma colectiva.
Un niño que crece sin ese amor, pierde una brújula ancestral.
Y un abuelo separado de sus nietos, sufre un duelo sin cuerpo: está vivo su amor, pero no tiene dónde posarse.
DESDE UNA PERSPECTIVA PSICOLÓGICA
La psicología del desarrollo ha demostrado que los vínculos con figuras significativas más allá de los padres son esenciales para una infancia emocionalmente sana.
Los abuelos aportan seguridad, constancia y validación.
Son una suerte de refugio emocional alterno, especialmente en momentos de crisis o cambio.
Negarle a un niño ese refugio es restarle resiliencia. Negarle a un abuelo esa posibilidad es condenarlo a la tristeza silente de sentirse invisible, prescindible, y despojado de su rol esencial.
Muchos adultos mayores atraviesan duelos invisibilizados: la ausencia de nietos que aún viven, pero a quienes no pueden abrazar. Y muchos niños manifiestan vacíos o tristezas que encuentran raíz en la ausencia de esa voz serena que les decía cuentos o les tejía suéteres con hilos de amor.
DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIAL
La estructura familiar moderna ha tendido hacia la nuclearidad y el aislamiento.
Se ha debilitado la red de afectos compartidos y se ha convertido la crianza en una tarea de dos o, en casos, de uno solo.
Sin embargo, la abuela —y el abuelo también— representan una forma de comunidad íntima, de tribu afectiva.
Está época del siglo XXI cada vez más acelerado, más individualista y más desarraigado, la presencia del abuelo actúa como ancla, como tierra firme.
Su exclusión no solo desampara al niño, sino que sobrecarga a los padres y empobrece las redes de cuidado.
Además, al no reconocer legal ni emocionalmente el derecho a la convivencia intergeneracional, se está desatendiendo una problemática creciente que afecta a millones de familias, en silencio y sin recurso.
CONCLUYENDO…
Cuando una madre o un padre impide que su hijo vea a sus abuelos por conflictos personales, está cometiendo un acto de amputación emocional.
Está privando al niño de un derecho afectivo, y al abuelo de una función vital que le da sentido a su vejez.
Invitemos al mundo a recordar que el amor de abuela
no compite, no suplanta, no amenaza.
Suma. Abraza. Cura.
Que ningún pleito entre adultos
robe a un niño la posibilidad de ese abrazo tibio y eterno.
Que ninguna ley olvide que el amor también es un derecho.
Porque donde hay una abuela, hay historia.
Donde hay un nieto, hay esperanza.
Y donde ambos se encuentran,
la vida se llena de sentido.
Porque, como bien lo dice nuestro clamor:
Una nieta, dos amores. Mamá… y la abuela también.
No separemos lo que el corazón ♥ necesita.