RECUERDOS DEL PORVENIR: LA PRÓXIMA DEVALUACIÓN
Eduardo de Jesús Castellanos
Soy ciudadano, contribuyente y elector mexicano con una edad de 71 años, así es que recuerdo con algunos detalles el contexto y la forma como me impactaron, para bien o para mal -normalmente para mal-, las devaluaciones ocurridas a partir de la primera que me tocó vivir, la de 1976 -la anterior ocurrió en 1952 y yo acababa de nacer, así es que no la recuerdo-. No es que le quiera asustar, ni deseo que me considere usted ave de mal agüero o que me guste andar echando la sal, pero mejor le platico mis recuerdos del porvenir y usted dirá qué tanto exagero.
Cuando ocurrió esa devaluación al finalizar el gobierno del presidente Luis Echeverría, en 1976, mi padre acababa de comprar a otro particular (un médico y profesor universitario muy destacado) un carro usado (pero en muy buen estado), que desde luego fue una compra pagada de contado; así es que podría pensarse que esa devaluación fue para bien o providencialmente oportuna (al menos para mi papá), pues seguramente al día siguiente de la devaluación no le hubiera alcanzado su dinero para comprar el coche.
Recuerdo en seguida lo que me pasó con las siguientes devaluaciones no por masoquismo, sino porque en una de esas un día de estos ocurre una nueva devaluación -aunque luego dicen que el peso nada más se desliza o fluctúa y que pues ya entonces no hay devaluación, aunque baje su precio frente al dólar-. Como los ciudadanos promedio no somos grandes inversionistas ni comerciamos con el exterior, así es que ni cuenta nos damos de estas cosas. Lo más que advertimos a veces -y siempre que nos toque hacer el mandado- es que las tortillas o la leche o los huevos o la gasolina ya subieron de precio, pero de todos modos los tenemos que comprar, aunque sea en cantidades un poquito menor hasta que nos acostumbremos.
Por fortuna ha habido un largo periodo en que los gobiernos no terminaron con devaluaciones catastróficas por la sencilla razón de que cambió completamente el contexto, pues hubo una vacuna que se llamó Tratado de Libre Comercio de América del Norte -y que ahora se llama T-MEC-. Así es que los electores jóvenes -y otros ya no tan jóvenes- perdieron la memoria, o nunca adquirieron el conocimiento, de lo que sucede con los gobiernos populistas y gastadores sin control que incurren además en otras conductas que ahora se repiten.
Para decirlo en términos coloquiales -toda vez que varios de los focos rojos que adelante apunto se empezaron a repetir en este gobierno-, en una de esas a lo mejor se repite también el llamado “error de diciembre”, al más puro estilo de “el que venga atrás que arree”. Desde luego que el gobierno en funciones dice que tenemos un superpeso y que vamos requetebien, pero eso es lo que dicen todos los gobiernos del mundo, particularmente en los que hay elecciones de a deveras -y nosotros tenemos elecciones en junio próximo, solo esperemos que sean de a deveras (respecto a si exagero con eso de la devaluación, usted dirá conforme le sigo platicando)-.
Debo decir que los economistas son esos profesionales especialistas que saben explicar con todo detalle las causas de una devaluación, pero que normalmente no se atreven a anunciarla o vaticinarla o decir siquiera que puede suceder. Desde luego que, si ese economista es secretario de Hacienda o de Finanzas o de Economía de su país, es natural que para nada podrá o querrá decirlo, al menos por dos razones.
La primera, porque de haber la devaluación sería consecuencia de que dicho funcionario y el gobierno del que forme parte hicieron mal su trabajo -y normalmente en este mundo los seres humanos, y menos los gobiernos (pero sobre todo los gobernantes, más todavía si son líderes mesiánicos) admiten equivocaciones, errores u omisiones-.
La segunda, porque de inmediato vendría una fuga de divisas o compra de dólares como la que sucedió al final del gobierno del presidente José López Portillo o al inicio del gobierno del presidente Ernesto Zedillo; razón por la cual una futura devaluación se vuelve el secreto mejor guardado de cualquier gobierno. Una excelente justificación de las mentiras piadosas sobre la solidez de la moneda nacional.
Espero que, como ciudadano -y académico-, por lo menos pueda recordar con tranquilidad lo que pasó y me pasó cuando hubo devaluaciones en mi país (aunque no faltará alguien que diga que soy un traidor a la Patria; pero me tranquiliza saber que “ysq” jamás leerá este artículo). Desde luego que mejor deseo que nada de esto vuelva y me vuelva a suceder.
La devaluación más drástica fue la de López Portillo, pero él encontró rápidamente a los culpables: según él fueron los banqueros. Los acusó de que habían ido a prevenirlo de que el peso estaba sobrevaluado y que todo indicaba que tendría que haber una devaluación. Así es que, para que escarmentaran y no volvieran a cambiar dólares en sus bancos a sus clientes, nada más nacionalizó la banca privada mexicana -entonces propiedad de mexicanos, ahora lo es de bancos extranjeros (lo que no tiene nada de malo, menos aún en un contexto de libre comercio, salvo que las utilidades de los bancos se van a sus matrices o sedes corporativas que están fuera de México)- y de paso estableció el control de cambios -ni la nacionalización de la banca ni el control de cambios duraron mucho tiempo, pero esa es otra historia (que usted podrá recordar en diversas versiones con la ayuda de varios videos en YouTube, si es que tiene tiempo y ganas de indagar)-.
No soy economista ni soy banquero, pero en esa época estudiaba en París -gracias al contribuyente, la deuda pública y el petróleo mexicanos (así contestaba yo cuando me preguntaban mis amigos franceses sobre mi estancia en su país)- y, con la cantidad que recibía por la renta de un departamento en una colonia popular en la hoy Ciudad de México, podía pagar el alquiler de un departamento amueblado en un barrio chic de París. Obviamente que el peso mexicano estaba sobrevaluado, pero también en un círculo vicioso que retrasó su devaluación.
Desde luego que cuando se devaluó el peso mexicano mi esposa, mis dos hijos y yo nos tuvimos que cambiar a un departamento no amueblado y de la mitad de superficie a un barrio popular en las afueras de París. Pero, de pilón, con motivo del control de cambios la beca que recibía de México en dólares no llegó durante dos meses, ni era posible que los particulares pudieran enviar dinero de México al exterior.
Desde luego que no era posible tener grandes ahorros y las ayudas sociales que recibíamos del gobierno francés no alcanzaban para nuestra manutención, pero por fortuna un familiar cercano de mi esposa que residía en Estados Unidos -donde falleció el año pasado a edad avanzada- nos pudo enviar dólares. Pero me quedó claro -entre otras cosas de política económica que entonces y después investigué- de una parte, que el peso estaba sobrevaluado -como le dijeron los banqueros al presidente- y que, además, con la devaluación los pesos que recibía se volvieron polvo, bilimbiques pues.
Por su parte, el llamado “error de diciembre” de 1994, después de terminar el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari e iniciar el del presidente Ernesto Zedillo, me agarró con una deuda hipotecaria por la cantidad de cien mil pesos que al día siguiente se convirtió en una deuda de un millón de pesos. Todo porque dicen que Pedro Aspe, el entonces secretario de Hacienda, y el presidente Salinas también, no quisieron devaluar antes; nunca he tenido la oportunidad de preguntarles su versión de esos hechos y supongo que el resto de los mexicanos afectados tampoco. Además de trabajar muchas horas extra, supongo que también pude pagar mi deuda con la ayuda del FOBAPROA -cuya condena sistemática tanto ha beneficiado al presidente en funciones para obtener adeptos-.
El caso es que una devaluación es resultado de una serie de contingencias económicas que configuran el mal manejo de las finanzas y políticas públicas -por ejemplo: exceso de dinero circulante, gasto público sin control ni fiscalización, alto porcentaje de gasto público improductivo, incremento de la deuda externa, manejo errático de las políticas públicas que desalienta la inversión extranjera, corrupción e ineficiencia en el manejo del gasto público, inflación, etc., etc.-; contingencias todas ellas y muchas más que juntos, economistas y políticos que gobiernan, saben como evitar pero también como llegar a ellas -obviamente gracias a sus errores que, como ya dije, nunca reconocen-.
Pero, además, la devaluación es un acto político -López Portillo dijo que presidente que devalúa se devalúa- que los gobernantes tratan de postergar lo más posible -sobre todo si es inevitable y hay elecciones en puerta (el “error de diciembre” ocurrió cuando el partido político entonces gobernante ya había ganado las elecciones federales)-. Zedillo le debía la presidencia a Salinas y nunca que yo recuerde lo señaló como responsable de la devaluación con la que Zedillo tuvo que cargar -aunque el que pagó los platos rotos fue el entonces secretario de Hacienda cuya carrera política, que se anunciaba promisoria, terminó cuando tuvo que abandonar el cargo-.
Esa solidaridad o complicidad o tapadera o como usted quiera llamarle son parte del juego político tan ajeno a nosotros los ciudadanos, contribuyentes y electores que vivimos de nuestro trabajo y vivimos al día -aunque de todos modos somos los que veremos como el chinito y sufriremos estoicamente lo que pueda pasar este fin de año-. La diferencia estaría en qué presidenta será la que tenga que cargar el muerto y pagar los platos rotos; pues a lo mejor no sea la designada por el responsable de la devaluación. La alternativa podría ser entonces entre encubrimiento o exigencia de rendición de cuentas.
Por fortuna, para nuestra tranquilidad y satisfacción los culpables de todos los males que vive el país -incluida la próxima devaluación- han sido oportunamente señalados y alguien los repite en cadena nacional todas las mañanas. Así es que, si de casualidad -o por otros motivos- la candidata oficial gana las elecciones, los culpables seguirán siendo los mismos que ya se señalan desde ahora en el palacio nacional, pero nunca el responsable de que los focos rojos se vuelvan a prender durante su gobierno. Solo esperemos que la vacuna aquella siga surtiendo sus efectos y sea suficiente en este nuevo contexto político e institucional mejor conocido como “Cuarta Transformación”.
Ciudad de Oaxaca, Oaxaca, México, 16 de enero de 2024.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Tiene la Especialidad en Justicia Electoral otorgada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Es autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; Derecho Electoral y Derecho Procesal Electoral; sus libros se encuentran en bibliotecas, librerías, en Amazon y en Mercado Libre. Las recopilaciones anuales de sus artículos semanales están publicadas y a la venta en Amazon (“Crónica de una dictadura esperada” y “El Presidencialismo Populista Autoritario Mexicano de hoy: ¿prórroga, reelección o Maximato?”); la compilación más reciente aparece bajo el título “PURO CHORO MAREADOR. México en tiempos de la 4T” (solo disponible en Amazon).