Lalo PLASCENCIA*

Soy poco fanático de las reuniones poco planeadas o espontáneas. No es por amargura o vejez, sino porque siempre me he considerado poco efectivo para convivir, generar lazos personales, o construir conexiones afectivas que no comiencen en la coincidencia laboral. No es porque mi personalidad sea aburrida o poco afable, tal vez me acostumbré a que todo el tiempo que he invertido en socializar, casi siempre fue en medio de eventos profesionales que tomaban matices de amistad, pero que siempre terminaban en conversaciones sobre el oficio culinario. Las muchas equivocaciones que he tenido cuando socializo -casi todas provenientes de mi defensa apasionada de ciertos temas que muchas veces polemizan o polarizan a los asistentes- me han llevado a ser cauto, pero firme, puntual, sin pretensiones y silencioso hasta que el tema me concierna. Muchas veces me he privado -por desidia o falta de motivación- de convivencias que pudieron haber terminado en grandes eventos o amistades, pero cuando me he decidido de disfrutar de situaciones sin planeación, las cosas han tomado rumbos inauditos y de anécdotas casi épicas. Y así fue durante la primera quincena de septiembre cuando gracias a mi aceptación de participar en un evento para degustar quesos estadounidenses, pude vivir una de las experiencias enológicas más gratificantes de los últimos años. Así de raro, así de complicado, así de aparentemente disímil entre sí; porque cuando acepté la invitación del entrañable y admirado cocinero Alex Kuri para asistir a su clásico seminario de quesos de EEUU, nunca imaginé que unas horas después terminaría participando en una cata ciega de 14 etiquetas de grandes vinos del mundo. En realidad fue una jornada redonda, perfectamente organizada, y que a todas luces revela el poder de la oportunidad. Tras vivir la degustación de quesos madurados y añejos del país vecino que me confirmó lo poco que sabemos en el mundo culinario sobre la complejidad y elegancia de los productos estadounidenses, fui invitado a un petit comité en el que se degustaron -gracias a la generosidad de nuestro anfitrión y por el puro gusto de hacerlo- de etiquetas de grandes denominaciones como Pommerol o Saint-Émilion en medio de un ejercicio de sinceridad, honestidad, profesionalismo y franqueza que pocas veces se ven en las reuniones atestadas de cocineros o sommeliers. Fue un acto en el que coincidieron las voluntades de los asistentes para desistir de las pretensiones y la soberbia, y en el que surgió un repentino deseo por pertenecer a la divertida mesa sin ninguna otra intención que la de convivir.

Recomendación del mes

Pocas veces los que no somos profesionales del vino podemos participar de la degustación de tantas denominaciones de origen tan prestigiosas. La cata a ciegas arrojó resultados diversos, pero la mesa coincidió que fue el Château Troplong Mondot 1er Grand Cru Classé 2012 Saint-Émilion Grand Cru el triunfador. Sin dudas cualquiera de las 14 botellas son ganadoras en sus clasificaciones, y por separado encabezarían la lista de cartas de vinos o sugerencias de sommeliers. Revise las fotos con cautela para observar elrecorrido que solo mi memoria gustativa podrá dar testimonio.

   

Lalo Plascencia. Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico dedicado a la innovación en cocina mexicana. El conocimiento lo comparto en consultorías, asesorías, conferencias y masterclass alrededor del mundo. Informes y contrataciones en www.laloplascencia.com

 

 

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