Compartir

Toño SALDAÑA*

BARCELONA,ESP.- No hay forma bonita de decirlo: romper con alguien duele como pocas cosas en la vida. No es solo tristeza, es como si te arrancaran una parte de ti que ya se había acostumbrado a estar ahí. Y lo peor de todo es que, aunque sepas que fue lo mejor, aunque tengas mil razones para no volver… ahí estás, pensando en esa persona, en lo que fueron, en lo que podrían haber sido, pero sobre todo deseando que vuelva… o tú hacerlo.

El dolor de una ruptura no es solo emocional, también se siente en el cuerpo. Te cuesta dormir, comer, concentrarte. Te invade una especie de niebla mental que no te deja pensar con claridad. Y eso tiene explicación: cuando estás enamorado, tu cerebro se llena de dopamina, oxitocina, serotonina… puro cóctel de felicidad. Pero cuando se acaba, es como una abstinencia. Literalmente, estás desintoxicándote de alguien. Y otra cosa que, bajo mi punto de vista, dificulta la separación, es que mientras estuvimos en la relación nos olvidamos de elegirnos a nosotros mismos por estar al pendiente del otro, y claro, cuando ya no está ¿qué nos queda?

Así que, no solo extrañas a la persona. Extrañas la rutina, los mensajes, los planes, los domingos juntos, hasta las peleas tontas. Extrañas tener a alguien que te diga “ya llegué” o “duerme bien”. Porque, seamos honestos, uno se acostumbra a tener a alguien cerca. Y cuando se va, te quedas con un silencio que grita.

Pero lo más loco es que, después de todo ese dolor, muchas veces queremos volver. Aunque sepamos que no funcionaba, aunque hayamos llorado mares, aunque nuestros amigos nos digan “no lo hagas” y tengamos mil motivos por los que debemos estar lejos, en contacto cero, no, la mente se empeña en hacernos recordar de manera idealizada lo que vivimos. ¿Por qué?

Porque el corazón no entiende de lógica. Porque el cerebro, en su afán de protegernos, idealiza lo que tuvimos. Empieza a recordar solo lo bueno, a minimizar lo malo. Y porque, en el fondo, tenemos miedo. Miedo a estar solos, a no encontrar a alguien que nos entienda igual, a empezar de cero.

También hay algo de ego, no lo vamos a negar. Que te dejen duele, y a veces querer volver es más por orgullo que por amor. Queremos recuperar lo que sentimos que perdimos, demostrar que aún podemos hacerlo funcionar.

Pero ojo, querer volver no siempre significa que debamos hacerlo. A veces lo que extrañamos no es a la persona, sino la versión de nosotros que éramos con ella. Y eso se puede recuperar sin regresar. Se puede reconstruir, crecer, sanar.

Las rupturas duelen porque amamos de verdad. Porque nos entregamos, porque soñamos juntos. Y querer volver es humano. Pero también lo es aprender a soltar, a entender que no todo lo que se rompe se tiene que reparar. A veces, lo mejor que podemos hacer es agradecer lo vivido… y seguir caminando.

Entonces, ¿Cómo se transita ese túnel sin volver a buscar la luz equivocada? Pues primero, hay que dejarse sentir. No hay atajos: llorar, escribir, hablar, caminar sin rumbo… todo eso ayuda. Rodearte de gente que te quiere, también sana. Y luego, poco a poco, empezar a reconectar contigo. Volver a hacer cosas que te gustaban antes de esa relación, probar cosas nuevas, redescubrirte. No se trata de olvidar, sino de entender que puedes vivir sin esa persona, que tu vida no se acaba ahí. Y si en algún momento te dan ganas de volver, pregúntate si extrañas a la persona… o solo el consuelo de no estar solo. Porque muchas veces, lo que necesitamos no es regresar, sino aprender a estar bien con nosotros mismos.

 

*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960.

Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.

IG: tonosaldanaartista

YouTube.com/c/TonitoBonito

Compartir