POPULISMO AUTORITARIO PERO DADIVOSO O PLURALISMO DEMOCRÁTICO INNOVADOR

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

Finalmente, el 7 de septiembre pasado inició formalmente el proceso electoral federal que materialmente culminará con la jornada electoral del primer domingo de junio de 2024 (aunque formalmente tengan que venir después, entre otras etapas y actos jurídicos electorales, la declaración de validez de la elección presidencial y la toma de protesta de la primera mujer presidenta de la República Mexicana).

De cualquier manera, aunque formalmente apenas acabe de empezar el proceso electoral, por las razones que ampliamente ya he comentado en estas páginas digitales, las dos candidatas presidenciales de las coaliciones partidistas contendientes ya han sido designadas como tales; mediante peculiares procedimientos totalmente fuera de lo previsto en la Constitución y las leyes electorales. Pues el presidente de la república en funciones pasó por encima del calendario y procedimiento electorales señalados en esos ordenamientos y estableció los suyos personalísimos -a ciencia y paciencia de todas las autoridades electorales que se precian de ser autónomas, independientes e imparciales-.

Así es que dentro de unas semanas empezarán las precampañas electorales formales -el 5 de noviembre próximo- y unos meses más tarde empezarán las campañas electorales formales -el 1 de marzo de 2024-. Quién sabe qué va a pasar con las dos coaliciones y sus candidatas o “coordinadoras”, o qué van a hacer o inventar ahora, pues las precampañas reales ya terminaron, las precampañas formales todavía no empiezan y ambas candidatas o “coordinadoras” siguen en campaña a tambor batiente recorriendo el país, a ciencia y paciencia de los árbitros electorales.

Todo lo anterior gracias al presidencialismo autoritario que prevalece en México, ahora bajo el nombre de “Cuarta Transformación de la República” (4T), en una de sus vertientes -la más alejada de la Constitución y la ley (aunque haya otras parecidas, que surgen cuando uno menos lo espera)-; pero del que poco o nada se habla para no incomodar a las personas que de cerca o de lejos se benefician con dicho acomodo político.

En este contexto de simulación de un proceso electoral federal legal -viciado de origen-, el hecho ineludible y observable es la cerrada competencia electoral entre las dos coaliciones partidistas cuyos integrantes desde hace muchos años han intervenido en el gobierno de nuestro país.

De una parte, la nueva élite gobernante -compuesta tanto por nuevos militantes y dirigentes como por nuevos y antiguos conversos provenientes de la anterior élite gobernante encabezados por el presidente de la república, quien desde luego de ahí viene-, propone al electorado mantener el conjunto de políticas públicas denominado 4T -cualquier cosa que esto pueda significar, además de ser un discurso movilizador del electorado cautivo o eslogan publicitario dirigido a los incautos, para mantener en el poder a la nueva élite-.

En tanto que, de otra parte, las anteriores fuerzas políticas gobernantes -desplazadas ahora a la oposición por la 4T- proponen una oferta política que, si antes parecía ilusoria, ahora con una candidata presidencial carismática y que multiplica adeptos por donde pasa, puede volverse creíble e incluso captar más votos que sus contendientes.

Al parecer, puede haber tres candidatas presidenciales -ya que el joven que gobierna el estado de Nuevo León ya apuntó a su esposa en la lista del partido Movimiento Ciudadano, por si a él no le conviene pedir licencia para ir a hacer campaña presidencial como candidato de este partido- postuladas por los partidos políticos y, si logra juntar un millón de firmas, también un actor de cine se convertirá en candidato presidencial independiente -apoyado nada menos que por Donald Trump-.

De cualquier forma, hasta el momento y hasta el final de las campañas, la oferta política electoral federal puede resumirse de la siguiente manera: más de lo mismo que se llama -o usted entienda- por 4T, de una parte, o bien, un cambio de régimen político mediante un presidencialismo acotado gracias a un gobierno de coalición y un programa de gobierno común que permitan una efectiva rendición de cuentas -muy distinta a la de las “mañaneras”, que se supone son también para la rendición de cuentas según afirma su protagonista, y no solo para hacer propaganda-. Es decir: presidencialismo populista autoritario pero dadivoso o pluralismo democrático innovador.

Como lo que resulta más fácil de identificar y, por muchas razones también -entre otras el oportuno incremento o adelanto de las transferencias sociales a las personas mayores de 68 años, aunque sea con déficit presupuestal y dinero prestado-, lo que hasta el momento parece que tiene mayor número de simpatizantes es la continuidad (aunque desde luego poco segura como consecuencia de la volatilidad electoral) del presidencialismo populista autoritario pero dadivoso. Prefiero entonces dedicarme a especular sobre la viabilidad de la oferta de pluralismo democrático innovador (cuyo triunfo tampoco es seguro por la misma razón). Sustento mi especulación en los siguientes antecedentes que espero puedan llamar su atención, así como las conclusiones y propuesta a las que me conducen.

Durante el periodo de presidentes militares -después de la guerra civil mejor conocida como Revolución Mexicana- y también después, cuando los presidentes civiles tuvieron mayoría calificada en ambas cámaras federales, además de gobernar la totalidad de los gobiernos locales con candidatos surgidos del siempre llamado partido político de la Revolución Mexicana -aunque tuvo varios nombres-; el presidencialismo autoritario fue la fórmula política mágica para el gobierno del país -y de las entidades federativas donde se reproducía y sigue reproduciéndose el modelo-. Al grado que Mario Vargas Llosa le llamó “la dictadura perfecta”.

Una serie de movimientos sociales al interior del país -médicos, ferrocarrileros, electricistas, estudiantes-, la lucha de los partidos de oposición, los movimientos guerrilleros rurales y urbanos, así como el contexto y la presión internacionales, condujeron a la transición mexicana a la democracia que, para efectos prácticos, podría tener como fecha de inicio la reforma constitucional de 1977. Por virtud de la cual se estableció el sistema electoral mixto con dominante mayoritario y se empezó a dar recursos a todos los partidos políticos, para dar paso a un sistema de partidos plural, pero todavía muy lejos de permitir llegar al poder los opositores; que de todos modos poco a poco empezaron a ocupar posiciones y a ganar experiencia de gobierno.

La culminación de esa transición pacífica a la democracia -las revoluciones que ofrecen democracia se transforman muy pronto en nuevas dictaduras, sobran ejemplos- se materializó con la primera alternancia partidista en la presidencia de la república, precedida por las primeras alternancias en gubernaturas locales y gobiernos municipales; hasta que muy pronto la alternancia partidista en los tres órdenes de gobierno se convirtió en la regla y no la excepción.

Los presidentes de las dos primeras alternancias en el Ejecutivo federal no tuvieron mayoría en ambas cámaras. Imagine usted a un presidente sin mayoría en las cámaras, con la mayoría de los gobernadores surgidos del anterior partido gobernante -incluido un jefe de Gobierno de la Ciudad de México, aunque de izquierda (cualquier cosa que esto signifique), pero como opositor sistemático- y, de paso, sin el control de su propio partido que lo había llevado al poder.

El siguiente presidente del mismo partido tuvo éxito en el control del partido en el que había militado desde niño, pero no obtuvo mayoría calificada, ni siquiera absoluta, en las cámaras federales. Así es que el regateo y la negociación siguieron siendo el denominador común, a las que con su estilo de descalificación sistemática el presidente ahora en funciones le sacó el mayor provecho posible -pues en eso de la política ser francotirador resulta muy fácil y atractivo-.

Lo mismo le sucedió al presidente de la segunda alternancia, quien para asegurar la aprobación de sus reformas propuso a sus opositores una concertación política que definió un programa de gobierno común, parcialmente aprobado -y muy pronto desconfigurado por el presidente actual y sin necesidad de reformar la Constitución-. Pues, aunque incluyó la posibilidad de un gobierno de coalición, éste nunca fue adoptado por el presidente que lo propuso (tal vez porque lo hizo más bien presionado por sus opositores y ocasionales pero fugaces socios coaligados, pero nunca convencido de su conveniencia o simplemente sin ganas de emprenderla por otras razones, como la muy humana ambición o añoranza de poder absoluto).

El presidente de la tercera alternancia ha dilapidado alegremente sus 30 millones de votos (más que los obtenidos por todos sus contendientes juntos) en una borrachera de poder que lleva cinco años, además de haber desaprovechado -para efecto de la aprobación de políticas públicas promotoras de crecimiento económico y desarrollo social- la mayoría absoluta que mantiene en ambas cámaras federales durante las dos legislaturas correspondientes a su gobierno (ya habrá oportunidad de entrar otro día al análisis de sus políticas públicas y, sobre todo, de su proyecto de Presupuesto 2024).

En este contexto, ahora sí es necesario entrar al análisis de la viabilidad de un gobierno de coalición y de un programa de gobierno común que, supuestamente, son desde hace varios meses la oferta política de los partidos de oposición agrupados en el Frente Amplio por México; quienes si no han insistido mucho en ello es porque, reitero, se supone que todavía no están en campaña electoral (igual que sucede con la candidata o “coordinadora” de los comités de defensa de la 4T de Morena y sus satélites que, teóricamente, tampoco está todavía en campaña).

Los partidos políticos nacionales tienen una estructura organizativa piramidal que, aunque tienen muchos órganos colegiados intermedios, han cuidado mantener una línea de mando directa de la dirigencia a la base, nada propicia para la discusión y participación como no sea en apoyo a sus dirigencias; lo que no deja de ser lógico pues de otra parte en lugar de unidad habría división permanente (pues eso de la democracia como que no es lo nuestro en México). Esto queda de manifiesto, sobre todo, en la selección y elección de sus candidatos a cargos de dirigencia y a cargos de elección popular.

Así es que en la selección y elección al interior del FAM (Frente Amplio por México) de los candidatos a todos los cargos de elección popular que serán votados el año próximo se encuentra, de una parte, el mayor reto para mantener su unidad como organización política plural de a deveras y, de otra parte, para afirmar su credibilidad ante los electores (del otro lado solo inventaron un cuento muy bueno para disfrazar el dedazo presidencial).

La experiencia de los operadores políticos que hasta ahora han logrado sacar adelante sin problemas serios la “coordinación”, que no candidatura, de quien abandera el FAM, hace suponer que con la misma destreza sabrán sacar adelante dichas candidaturas (de las que necesariamente tendrán que convidar a las organizaciones de la sociedad civil que impulsaron la postulación de la actual “coordinadora” y que se encuentran en el origen del repunte opositor).

Mucho más difícil todavía va a ser que se pongan de acuerdo en el programa de gobierno común, su instrumentación y en la designación de los responsables de instrumentarla, es decir, en la repartición de los cargos de dirección política y administrativa del nuevo gobierno -y luego ejercer éste de manera democrática y eficiente-. Todo indica que este periodo de supuesta inactividad política electoral formal les está dando oportunidad de empezar a trabajar tanto en el programa como en la definición de sus cuadros operativos. Solo es de esperarse que los dirigentes de los partidos que la postulan le den voz y voto en estos asuntos a su “coordinadora” -que se ve muy entrona, pero habrá que ver si puede con el toro de los partidos que la van a registrar-.

Por lo que es de esperarse que al inicio formal de la campaña electoral ya tendrán una oferta política debidamente consolidada. Si para entonces no la tienen es que no hicieron su trabajo y les pasará lo mismo que al presidente en funciones, quien durante 18 años se preparó para ganar, pero se le olvidó prepararse para gobernar cuando ganó.

Es que en México hay una serie de cosas a las que no estamos habituados: ni a la democracia interna en los partidos políticos, ni a las coaliciones electorales en términos de igualdad -las coaliciones existentes hasta ahora han sido habitualmente con un partido mayoritario y sus satélites-, y mucho menos a un gobierno de coalición con un programa de gobierno común y una efectiva rendición de cuentas -un cambio de régimen político pues, ya que en México a los ciudadanos solo les gusta aplaudir al nuevo tlatoani y no exigirle rendición de cuentas-. Paradójicamente, no veo otra forma de resolver los grandes problemas nacionales que en auténtica democracia.

Así es que se trata de un aprendizaje democrático tanto de dirigencias y militantes de dichos partidos, como de los ciudadanos electores, a los que lo más probable es que muy poco pueda interesarles este cambio de régimen político de un presidencialismo populista autoritario pero dadivoso a un presidencialismo acotado con rendición efectiva de cuentas.

Los electores no están acostumbrados a evaluar este tipo de proposiciones, pues lo que más les interesa es ver crecer sus cuentas en el banco -aunque sean magros los aumentos- donde reciben sus apoyos sociales -actualmente manipulados hábilmente para fines electorales-. No se dan cuenta, y muy poco les interesa saber que de muchas otras maneras la democracia también se convierte en dinero eficientemente gastado en su beneficio por el gobierno y no solo en andarlo regalando sin ton ni son, es decir, sin padrones de beneficiarios ni controles administrativos.

Explicar y hacer entender todo esto a los electores es la pedagogía política que estará cargo ahora de los partidos de oposición -si es que pretenden ganar la presidencia y no solamente mantener su registro como partidos políticos- y también de los medios de comunicación que se reclaman libres e independientes. Pero hay que empezar antes por diseñar, proponer y aprobar una ley general, o por lo menos federal, de gobiernos de coalición.

Ciudad de México, 25 de septiembre de 2023.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Tiene la Especialidad en Justicia Electoral otorgada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Es autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; Derecho Electoral y Derecho Procesal Electoral; sus libros se encuentran en bibliotecas, librerías, en Amazon y en Mercado Libre. Las recopilaciones anuales de sus artículos semanales están publicadas y a la venta en Amazon (“Crónica de una dictadura esperada” y “El Presidencialismo Populista Autoritario Mexicano de hoy: ¿prórroga, reelección o Maximato?”); la compilación más reciente aparece bajo el título “PURO CHORO MAREADOR. México en tiempos de la 4T” (solo disponible en Amazon).

 

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