Penélope MARTÍNEZ CAMPOS
SANTIAGO DE QUERÉTARO, QRTO.- Es 2 de enero y ahí estás, rodeado de las cajas de regalos vacías, la ropa hecha bola que ya no cabe en el clóset y una lista de propósitos que, aunque los escribiste con toda la emoción, ahora nomás te abruman. Las posadas, las cenas y las reuniones familiares ya quedaron atrás; las luces navideñas están guardadas y lo que queda es puro cansancio, las deudas de diciembre apretando y esa sensación de estar hasta el tope. Te ves en el espejo y te saltan los estragos de tanta comida y unas copitas de más, mientras que la energía, que en las fiestas sobraba, se fue junto con las uvas de año nuevo.
Este cambio drástico no es casual; está profundamente arraigado en factores biológicos, sociales y culturales que interactúan entre sí, afectando nuestro estado de ánimo y bienestar. El invierno, con sus días más cortos y fríos, afecta directamente nuestra fisiología. En muchas regiones del hemisferio norte, la reducción en las horas de luz solar disminuye la producción de serotonina, un neurotransmisor clave en la regulación del estado de ánimo. Además, la menor exposición al sol puede reducir los niveles de vitamina D, lo que también contribuye a sensaciones de apatía y fatiga. Este fenómeno, conocido como Trastorno Afectivo Estacional (TAE), nos recuerda cómo los ciclos naturales pueden influir en nuestra mente y emociones.
Enero, conocido como “Enero Blanco” para algunas campañas de sensibilización, simboliza un nuevo comienzo, un momento para priorizar nuestro bienestar físico y emocional. Estas campañas nos invitan a que, en lugar de enfocarnos en resultados inmediatos o cambios drásticos, dirijamos nuestra atención hacia pequeños ajustes que sean fáciles de lograr y, sobre todo, de sostener.
Este enfoque es especialmente útil cuando hablamos de los propósitos de año nuevo, esa tradición que puede ser muy motivadora, pero también convertirse en un arma de doble filo. Si las metas son poco realistas pueden acabar siendo demasiado exigentes y hacernos tirar la toalla. Por eso, debemos plantearlas de manera clara y alcanzable. Hay mucha evidencia que respalda el principio de “Kaizen”, un concepto japonés que propone dividir metas grandes en pequeños pasos manejables, esta es una de las formas más efectivas para lograr cambios que realmente se sostengan. Este método nos permite sentir avances constantes sin abrumarnos, e ir incorporando hábitos que podamos mantener a largo plazo. Por ejemplo, en lugar de ponernos metas estrictas y altamente desafiantes como “bajar 10 kilos”, es más práctico comprometernos a hacer ejercicio de manera regular, como 30 minutos tres veces por semana, o empezar a comer mejor añadiendo una porción extra de vegetales a nuestras comidas. Estos pequeños ajustes, aunque parezcan sencillos, tienen un impacto positivo y duradero.
Centrar nuestras metas en hábitos simples y sostenibles no significa renunciar a propósitos como mejorar nuestra apariencia, ser más atléticos o alcanzar una mejor salud financiera. Al contrario, al enfocarnos de forma amorosa y autocompasiva en nuestro bienestar integral, estos resultados llegan como una consecuencia natural. No se trata de si bajamos 3 o 10 kilos, sino de honrar nuestro compromiso de cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente con acciones regulares que nos hagan sentir bien y nos permitan crecer. Del mismo modo, no importa si ahorramos mil o cien mil pesos; lo que realmente vale es sentirnos orgullosos y satisfechos con nuestras decisiones y el esfuerzo que ponemos en ellas. Cambiar este enfoque nos permite reconocer y celebrar cada pequeño paso como un logro valioso, disfrutando de un proceso que no sólo mejora nuestra salud física y emocional, sino que también nos conecta con nuestra capacidad de transformación. Este equilibrio nos brinda claridad y fuerza para tomar decisiones que nutran nuestro bienestar integral, evitando riesgos para nuestra salud física, mental y emocional y creando un círculo virtuoso donde los resultados estéticos o financieros llegan como una consecuencia natural del amor y cuidado que nos damos a nosotros mismos.
Fortalecer los lazos sociales también es esencial para alcanzar nuestras metas sin comprometer nuestro bienestar. Las interacciones significativas, como compartir tiempo con amigos o familiares tienen un impacto positivo, incluso un simple abrazo puede reducir los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y recordarnos que no estamos solos en nuestros esfuerzos por mejorar. Participar en grupos de meditación, apoyo emocional o actividades colectivas no sólo nos conecta con otros, sino que también nos brinda un espacio para compartir experiencias y encontrar motivación en este proceso de crecimiento personal.
Buscar apoyo profesional, como la terapia psicológica, es otra herramienta esencial que puede acompañar y potenciar el fortalecimiento de nuestras redes sociales. Aunque alternativas como grupos de meditación o técnicas de relajación pueden ser muy útiles, la orientación de un terapeuta capacitado ofrece un espacio seguro para reflexionar y desarrollar estrategias personalizadas. La terapia nos ayuda a explorar nuestras emociones y construir una vida saludable, convirtiéndose en un recurso esencial para lograr un equilibrio duradero.
Con la llegada de enero y su mezcla de retos y posibilidades, se abre una oportunidad para reflexionar y replantear nuestras prioridades. Es un recordatorio de que cada pequeño avance tiene valor y que la verdadera transformación comienza cuando elegimos cuidarnos con paciencia, respeto y amor. Más que alcanzar metas perfectas, se trata de construir una vida que nos haga sentir satisfechos, un paso a la vez.
*Bióloga egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM con maestría en Neurobiología y candidata a doctor en Ciencias Biomédicas. Por muchos años ha sido profesora y ha colaborado en diversos programas de divulgación científica. Sociedad de Científicos Anónimos Querétaro
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