Alexandra MARTINEZ DE AGUILAR*
Este 2025, como país, vivimos meses intensos marcados por discusiones políticas, preocupaciones económicas y un ambiente social que por momentos, parece dividirnos más de lo que nos gustaría. Entre opiniones encontradas, algunas esperanzadas y otras todo lo contrario, estos temas han tenido el foco de atención en redes sociales, en reuniones familiares y hasta al hacer fila esperando pagar un servicio o adquirir un producto.
Difícilmente, encontraremos a un ciudadano que se considere “apolítico” y que omita su opinión sobre lo que sucede ya que resulta más complejo en la práctica serlo de lo que su definición de la Real Academia Española sugiere: quien se mantiene al margen de la política.
Vivimos en una sociedad interdependiente en donde las decisiones adoptadas desde el gobierno no son abstracciones lejanas, sino de la vida cotidiana.
La tentación de ser indiferentes ante la realidad aplicando el dicho: “ojos que no ven, corazón que no siente”, suele chocar con la realidad alcanzando incluso a quienes buscan aislarse de la dinámica de la esfera pública. Y si bien es más común de lo que creemos escuchar expresiones que van desde “al final, todos roban” hasta “igual tengo que ir a trabajar mañana”, reflejando desencanto y resignación ciudadana, también son signos de una comprensión incompleta del alcance de lo político.
¿Por qué digo ello? Lo expreso porque se nos olvida fácilmente que el Estado no es un ente que vaya a darle una solución universal a los problemas que se vienen arrastrando de años atrás, pero también es cierto que no es viable sostener que las decisiones públicas carecen de relevancia.
Aun cuando se intente ignorarla, la política opera como un condicionante estructural del entorno en el que vivimos. Pretender que nada importa es renunciar a comprender cómo se configura ese entorno y qué capacidad tenemos para influir en el.
Y a un paso de entrar al 2026, no debemos olvidar que nada se resuelve de un día para otro y sí reconocer que hemos visto intentos por sostener a quienes más lo necesitan y por mantener el rumbo del país en medio de un escenario global complicado.
En temas económicos, los movimientos en los precios, la presión internacional y la búsqueda de estabilidad han obligado al gobierno a ajustar estrategias y reforzar programas. La seguridad, por su parte, continúa siendo un desafío sin importar si vivimos en una ciudad grande o en un pueblo pequeño, y ante ello, las autoridades han tratado de coordinar esfuerzos y aplicar medidas que han tenido en algunas zonas mejores resultados que en otras como suele ocurrir en procesos tan complejos.
La economía ha mostrado que se recupera de a poquito en sectores como el turismo, los servicios y la exportación; también se ve en los proyectos de infraestructura que buscan beneficiar a las regiones y programas sociales que han seguido operando para apoyar a millones de familias. No resuelven todas las necesidades de años de la población, pero sí representan un paso más hacia la mejora de las condiciones del país.
Además, algo muy valioso que no siempre aparece en los titulares y que minimizamos, es la manera en que la ciudadanía sigue haciendo su parte, aun cuando las conversaciones públicas se tensan. En las colonias, las comunidades y los trabajos, la gente se ha ido ayudando dejando de lado las ideologías al estar consciente que es mayor el bien el común que pueden obtener uniéndose que discutiendo por los colores que abanderan sus preferencias: se organizan para apoyar a un vecino enfermo, a los negocios locales y más veces de las que creemos, se celebran logros ajenos como si fueran propios.
Habiendo expuesto lo anterior, diciembre nos da nuevamente la oportunidad de hacer una pequeña pausa, de mirar interna y externamente lo que fue y lo que no, lo que dolió, lo que se celebró, lo que costó trabajo y lo que, a pesar de todo pronóstico negativo, salió bien, porque también todo ello ha forjado nuestra resiliencia que nos ha enseñado que, aún en los días más grises, siempre hay luz.
La gratitud cobra un sentido especial en estas fechas aunque, sinceramente, diariamente deberíamos estar agradecidos por esas pequeñas cosas que parecen insignificantes y que cobran importancia hasta que nos hace falta alguna. Y no digo que se trate de negar u ocultar los problemas que vivimos y mucho menos de conformarnos; al contrario, agradecer es reconocer lo que nos sostiene mientras seguimos avanzando en lo individual y lo colectivo. Cuando somos capaces de agradecer, cambiamos la forma en que vemos el mundo y también la manera en que reaccionamos ante él.
México necesita de más políticas públicas, sí, pero también necesita que cada uno de nosotros ponga un poco de voluntad en lo cotidiano: escuchar más, discutir menos, informarnos mejor, participar cuando podamos, apoyar lo que funciona y cuestionar lo que debe mejorar.
Ojalá este cierre de año nos permita ver nuestras propias ventanas de oportunidad porque México no se mueve solo por decisiones que provienen de las esferas de poder, sino también gracias a su gente.
Y por eso, aunque los retos sigan presentes, hay razones para mirar el mañana con esperanza porque entre tanto ruido político, nuestros avances (sean pequeños o grandes) están, empujando poco a poco a un país que persiste y siempre se ha abierto camino ante las adversidades.

*Lic. en Ciencias Políticas interesada en aprender continuamente de todo y de todos.








