LA PARADOJA DEL BAJÍO MEXICANO

Mtro. José María Villalobos Rodríguez

Quien haya recorrido hace 50 años la Carretera Panamericana en el tramo de Aguascalientes a Querétaro se encontraba con unos mini comercios que a un lado del trayecto vendían el producto más competitivo de cada ciudad. En la orilla de Irapuato se ofrecían fresas con crema, en Lagos de Moreno queso y helados en el cruce de la Panamericana con la vía del tren, en Celaya se ofertaba cajeta de leche de cabra en envase de vidrio y por los rumbos de Querétaro, queso y vino.

Era el Bajío, entonces apodado, el GRANERO DE MEXICO, pues en él se podía tener hasta tres cosechas al año. Abundaban las ferias regionales acorde a un calendario que marcaban las conmemoraciones locales. Al 20 de enero correspondía la FERIA DE LEON, luego seguía la de Encarnación de Díaz, Jalisco que caía el 2 de febrero, para primavera llegaba la Feria de San Marcos en la capital de Aguascalientes, las fiestas de octubre eran las de Guadalajara y así transcurría la vida en paz. En estas ferias abundaban corridas de toros con los mismos toreros de siempre, peleas de gallos, presentaciones en vivo de los mismos artistas de moda, puestos de comida típica donde poco importaba el tema sanitario y mucho menos los precios. Eran eventos muy de familia, donde galleros, cuadrillas de toreros, ganaderos y agricultores participaban con las llamadas FUERZAS VIVAS de cada ciudad. La máxima violencia podría ser la cornada a un torero o a un espontáneo.

La PAX ROMANA de esta serie de ferias regionales se vino a romper cuando se dieron eventos socioeconómicos desconocidos en México, pero que eran de los que le daban muy mala fama a naciones sudamericanas como Argentina, Perú o Colombia. Devaluaciones, expropiación de la banca privada, ingresos petroleros nunca antes vistos, endeudamiento altísimo que dejó el DESARROLLLO COMPARTIDO y las ocurrencias del otro López fueron detonadores de inestabilidad en los ingresos de las familias, empresas y gobiernos del Bajío.

La transformación que trajo al Bajío el Tratado de Libre Comercio Canadá – Estados Unidos – México  desde 1994 hizo que desaparecieran del mapa empresas tales como CALZADO CANADA y  el uso del suelo pasara de agropecuario a industrial y que se empezaran a poblar las ciudades con inmigrantes bien preparados y bien pagados como los ingenieros de las automotrices o los informáticos de empresa. San Luis Potosí, León, Irapuato, Salamanca, Guadalajara o Querétaro – San Juan del Río, se fueron nutriendo con inversión extranjera directa de gran calado, con encadenamientos productivos y competitivos para exportar a alta escala bienes sofisticados como autopartes, automóviles, componentes electrónicos, partes de avión o alimentos procesados. La vieja Carretera Panamericana fue reemplazada por modernas autopistas de peaje, aeropuertos y terminales ferroviarias orientadas a carga, la red eléctrica de alta tensión y la de gas se expandió revalorando el uso del suelo urbano, surgieron fraccionamientos para clase media, las universidades estatales y privadas se orientaron a cubrir las necesidades de profesionales en especialidades pertinentes a lo que las factorías requerían, surgen hospitales de calidad para atender familias de obreros, clase media y profesionales y en el deporte surgieron nuevos estadios o franquicias ante la demanda que generó el mayor poder de compra.. En el Bajío el comercio y otros servicios se consolidaron por el  crecimiento de la nómina de miles de empresas industriales que generaron una demanda creciente, los medios de comunicación locales se adaptaron a los nuevos tiempos y florecieron, los viejos cines fueron suplantados por otros más pequeños, los aeropuertos cobraron vida con nuevas frecuencias y destinos.

Las finanzas de los municipios industrializados en el Bajío en los últimos 30 años multiplicaron sus ingresos por impuesto predial, la recaudación participable por la Federación les benefició enormemente y pudieron mejorar su infraestructura urbana de manera integral. La clase media, fue uno de los motores de este gran salto productivo y no solo retuvo talento, sino que se fortaleció con el proveniente de otras partes del país o del extranjero. Este gran salto de una región a la industrialización competitiva se dio al conjuntar el capital de empresas de varias  naciones que unen su capacidad propia con la local.

Fue tal el progreso logrado en términos de calidad de vida en el Bajío que llamó la atención de los grupos delincuenciales mexicanos y extranjeros. Para 2023 ya nos familiarizamos hasta con ataques a policías con minas explosivas – posiblemente adiestrados por centro o sudamericanos, la presencia de pandillas que secuestran personajes en el Bajío (p.ej. el caso Diego Fernández de Cevallos) utilizan técnicas de alta escuela, los fraudes por internet pululan, las desapariciones forzadas son frecuentes, las carreteras se volvieron blanco de los ladrones de mercancía, incluso los convoyes de ferrocarril son asaltados un día sí y otro también. Los grupos que han dado mala fama a Sinaloa o Tamaulipas operan en Jalisco desde Lagos de Moreno hasta la frontera con Aguascalientes, han robado suburbans nuevas a pleno día en autopistas sin ser molestados por autoridad alguna y se han ido apoderando de la paz ciudadana.                                          Los municipios vecinos a Guadalajara se han ido llenando de cementerios clandestinos.  Ciudades de Guanajuato arrojan incidencia criminal que envidiaría el Chicago de Al Capone. El cobro de piso -una forma de extorsión- se ha generalizado en casi toda las ciudades.

En la pasarela actual de decenas de precandidatos a la Presidencia de la República urge una propuesta sustentada, veraz y viable para que en el  país  se recupere la paz en los barrios y las colonias, se pueda transitar con seguridad por las carreteras y caminos, que en las calles no se corra el peligro de ser despojado de su cartera o su vida por un asalto a mano armada.

Lo que en seguridad pública se ha ido perdiendo en el Bajío y en el resto de México pone en peligro la viabilidad de nuestro futuro, el de nuestros hijos y en especial de quienes lícitamente producen riqueza. Si el Estado mexicano sigue siendo omiso al cumplimiento básico de garantizar la seguridad, perdemos todos, no solo la clase política, los jueces o los uniformados.  Lo que por 30 años en México se pudo construir y desarrollar en calidad de vida se puede perder si no se reforma a fondo la seguridad pública que incluye a los tres poderes del Estado contando con la participación ciudadana y la aplicación de nuevas tecnologías de la información orientadas a la prevención y castigo a quien delinque.

Compartir