Después de la tibieza con que Raúl Castro recibió el discurso aperturista de Barack Obama al pueblo cubano desde el corazón de La Habana, y de la reunión posterior del mandatario con disidentes, parecía que la histórica visita del presidente norteamericano para sellar el deshielo entre Estados Unidos y Cuba iba a acabar más fría de lo previsto. Hasta que llegó el béisbol.
El deporte nacional que desata pasiones a los dos lados del Estrecho de La Florida hizo su magia y, de repente, se pudo ver a Obama y a Castro charlando animadamente durante la hora larga que permanecieron en el Estadio Latinoamericano, viendo parte del primer partido entre un equipo cubano y uno estadounidense en 17 años, otra muestra de la normalización de relaciones.
¿De qué hablaron Obama y Castro? ¿Fue solo de deporte —los dos seguían atentamente el partido entre la selección cubana y los Tampa Bay Rays de Florida— o hubo espacio para algo más?¿Califica este encuentro como una cuarta reunión bilateral, esta vez a la vista de las casi 50.000 personas que llenaban el estadio?
Poco importa. El objetivo declarado de la primera visita a Cuba de un presidente estadounidense en casi un siglo era consolidar el proceso de normalización de relaciones, y no hay nada más normal que conversar, incluso aunque se tengan diferencias. Y en el caso de Obama y Castro, siguen siendo muchas, como dejaron claro ambos mandatarios en las últimas 48 intensas horas en La Habana.
El lugar tiene también mucho simbolismo. 17 años atrás, el 18 de noviembre de 1999, la noticia en el Estadio Latinoamericano la daban otros dos presidentes, Fidel Castro y Hugo Chávez, que se pusieron los uniformes de sus selecciones respectivas para un partido tan amistoso como fue su relación hasta la muerte del presidente venezolano hace ahora tres años. El sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, se pasó por Cuba justo antes de la llegada de Obama y se hizo una foto con Fidel. Pero a quien Raúl Castro se ha llevado al histórico estadio fue al presidente estadounidense, no al tradicional aliado.
El acercamiento fue incluso mucho más allá. Obama llegó al estadio acompañado de su esposa, Michelle, las hijas adolescentes de la pareja, Sasha y Malia, a quienes apenas se había visto desde la noche del domingo, cuando realizaron un paseo por La Habana Vieja y cenaron en familia en un conocido paladar. No faltó ni la suegra de Obama, Marian Robinson. Tampoco Castro estaba solo. Rápidamente, el presidente cubano presentó a los Obama a su hijo Alejandro Castro Espín, coronel en el Ministerio del Interior cubano e influyente figura en la sombra del gobierno de su padre, que llevaba a un bebé en brazos. Cerca del presidente cubano, siempre mirando atento a su alrededor —fue uno de los pocos que daban la espalda al campo— estaba también Raúl Guillermo Rodríguez Castro, nieto y fiel guardaespaldas de Raúl Castro, a quien acompaña a todas partes.
La diplomacia del béisbol no acabó ahí. Solo una fila más atrás de las butacas presidenciales, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y el canciller cubano, Bruno Rodríguez, no pararon de hablar desde antes incluso de que comenzara el partido.
Unas conversaciones y cordialidades atentamente registradas por las delegaciones que acompañaban a los presidentes. Del lado cubano, estaban incluso dirigentes cubanos históricos como Ramiro Valdés, que se sentó cerca de Ben Rhodes, asesor de Obama y su hombre de confianza en las negociaciones con Cuba.
Por estar en el estadio, estuvieron hasta los líderes de las FARC que negocian en La Habana un acuerdo de paz con Colombia, incluido su líder, alias Timochenko, y el jefe negociador de la guerrilla, Iván Márquez. Ambos se habían reunido la noche previa con Kerry, aunque en el Estadio Latinoamericano no hubo un nuevo acercamiento a las máximas autoridades norteamericanas.
Ni Obama ni Castro se quedaron para ver el final del partido, que acabó ganando Tampa Bay Rays 4-1 contra la selección cubana. Quizás mejor, así no tuvieron que discutir también sobre vencedores y vencidos al término de una visita que seguirá dando mucho de que hablar por tiempo. Castro y Obama se volvieron a ver en el aeropuerto, donde el mandatario cubano despidió personalmente a la familia presidencial estadounidense al pie del Air Force One, cuyo despegue despidió con un saludo leve de manos.