Jennifer JIMÉNEZ*
GUADALAJARA, JAL.- Diciembre siempre trae consigo un susurro silencioso. Es un llamado a mirar hacia atrás con honestidad, pero también con ternura. No para juzgarnos, sino para reconocernos. Y pocas cosas son tan transformadoras como escribirle una carta a la mujer que fuiste este año: esa versión de ti que hizo lo mejor que pudo con las herramientas que tenía. Esa mujer merece tus palabras. Merece tu gratitud. Merece que la acompañes, aunque sea desde este presente más consciente. Porque ella cargó emociones que no siempre supo nombrar. Se sostuvo en días donde no sabía de dónde sacaba fuerzas. Se tragó algunas lágrimas para poder continuar y derramó otras que por fin la liberaron. Tal vez cometió errores, dijo que sí cuando quería decir que no, o se quedó en lugares que ya no eran su hogar. Y aun así, siguió adelante.
La carta es un puente: conecta la versión que fuiste con la que estás empezando a ser. Permite soltar culpas viejas, abrazar heridas que todavía arden y honrar los pequeños logros que casi nadie vio, pero que cambiaron algo profundo en ti.
Escribirla no es un ejercicio literario; es un acto de amor propio. Es decirte: “Te veo. Te escucho. Te reconozco.” Es darte permiso de sentir sin tener que justificarte. Es permitirte perdonarte sin condiciones. En esa carta puedes agradecerle por la fortaleza que no sabía que tenía. Puedes pedirle perdón por haberte abandonado en algunos momentos. Puedes decirle que ya no necesitas cargar con aquello que no te pertenecía. Y también puedes despedirte de lo que dolió, sin negar que dejó una huella.

Pero, sobre todo, esta carta es un recordatorio: la mujer que fuiste este año te trajo hasta aquí. Con sus aciertos y sus tropiezos, con su valentía y su vulnerabilidad, con sus intentos fallidos y sus renacimientos silenciosos. Ella te abrió camino. Ella puso el cuerpo, el corazón y la energía para que hoy puedas sostenerte con más claridad.
Cuando termines la carta, algo cambia. Es como limpiar el alma, como aflojar un nudo que llevaba meses tensándose. Porque escribir es cerrar, y cerrar es honrar. Y honrar es permitir que nazca algo nuevo.

Guarda la carta como un ritual. Agradécele. Libérala. Y después pregúntate:
¿quién quiero ser ahora?
Esa respuesta será tu norte para el año que viene.
Un norte escrito desde el amor, no desde el dolor.
Desde la conciencia, no desde la herida.
Desde la mujer que está renaciendo, no la que sobrevivió.

*Escritora e instructora de meditación. Apasionada por los temas espirituales y de superación personal. He tomado diferentes estudios, diplomados y cursos que me han llevado a conocer y compartir lo que aprendo y experimento sobre el poder de nuestra mente y espíritu.
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