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HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS                                                                                        ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA                                                                                                              III DOMINGO DE CUARESMA                                                                                                                        23 DE MARZO DEL 2025

Pienso que cada uno de ustedes ha venido a esta Iglesia Catedral con un corazón bien dispuesto y no solamente han venido a cumplir con esa ley que tenemos de participar en misa los domingos. Yo creo que ustedes vienen porque ese corazón suyo ama profundamente a Dios y quieren encontrarse con Él, llenarse de Su gracia y de Sus bendiciones, porque lo necesitamos.

En este caminar por la vida, no podemos nosotros hacer las cosas sin el auxilio divino, por eso siempre debemos encomendarnos a Dios y pedirle lo que nosotros sentimos de necesidad y, a la vez, ofrecerle nuestro agradecimiento por toda Su obra Salvadora.

Hoy, quiero que usted y yo le digamos a Dios, gracias por ser Misericordioso, porque supongo que usted ha experimentado la misericordia de Dios, el perdón de Dios, el amor de Dios. Gracias por Tu misericordia, gracias por Tu perdón, gracias por Tu Amor.

Digámoslo desde nuestro corazón, pero a la vez, el Señor que tiene Misericordia y que tiene esa compasión en favor de nosotros, espera nuestra conversión y tiene que ser una conversión sincera, auténtica y no podemos nosotros pensar que no hay de qué convertirnos, porque según nosotros nos hemos portado muy bien. El que peregrina por este mundo, por más bien que se ha portado, es un pecador, es un pecador, porque está envuelto en esa miseria, en esa debilidad humana. Entonces, frente a Dios, frente al Santo de los Santos yo no puedo decir: no tengo de qué convertirme. Ante Dios no puedo presumir. A lo mejor frente a ti yo paso por una persona muy buena, muy santa, muy virtuosa, muy amable, muy respetuosa, muy comprensiva, muy paciente, muy generosa, pura virtud frente a ti, pero frente a Dios, frente a Dios, cuidado con portarnos así y pensar así. Yo tengo que reconocer mis debilidades, mis errores que he cometido a lo largo de la vida y tendré que decirle a Dios: derrama Tu Gracia para que yo me convierta.

¿A poco no descubre nada? ¿nada? Oiga, pues entonces usted ya está muerto para poderlo ponerlo en un nichito de aquí, de esta Iglesia Catedral, es un santo, ya le brilla aquí su aureola.

Ante Dios tenemos que decirle: “concédeme la gracia de convertirme”. ¿No descubre usted aunque sea unas pequeñas cosas? “me desespero a veces, reniego, me impaciento, a veces me da mucho coraje, a veces no quiero ver a nadie, ando muy molesto”. ¿Y esos no serán detalles en los que tenemos que decirle a Dios: Señor, ayúdame a convertirme, ¿reconozco que estas son unas de mis debilidades? Ayúdame a convertirme. Y si a pesar de todo eso no encontramos, bueno, pues por lo menos dile: Señor, ayúdame a convertirme de mi soberbia, de mi vanidad, pienso que soy una persona perfecta, quítame esta soberbia, quítame este orgullo, quítame esta vanidad y concédeme la gracia de ser más humilde y reconocer que no soy perfecto, que me equivoco, que tengo defectos, que no solamente tengo virtudes, tengo defectos.

El Señor tiene paciencia, el Señor espera esa conversión del corazón, pero para fin de que haya conversión del corazón, debemos dejar entrar a Nuestro Señor en el corazón nuestro, no solamente tenerlo aquí, en nuestra mente: Señor, te acepto como mi Salvador, como mi Redentor. Téngalo en el corazón, porque ahí en el corazón el Señor hará un trabajo en usted y le ayudará a su conversión y le dirá todos los días: estoy esperando recoger fruto, a propósito de esa sencilla enseñanza del Señor.

El dueño del viñedo es Nuestro Padre Dios, el viñador es Nuestro Señor, la higuera somos cada uno de nosotros, el Señor Padre, Dios Nuestro Padre quiere encontrar frutos en esa higuera y no los encuentra. Han pasado años y no encuentra los frutos y el Señor Jesús le habla al Padre y le dice: “déjalo un año más, un año más. Yo voy a hacer un trabajo, voy a mover la tierra, voy a ponerle abono y si el año que viene no encuentras frutos, la cortaré”.

Dejemos que Nuestro Señor trabaje en esta viña, que somos nosotros, para que podamos entregarle frutos, frutos. “Voy a mover la tierra”. Dejemos que mueva nuestro corazón, nuestros sentimientos y que arranque de ahí lo que no nos permite dar fruto, lo que nos hace estar muertos, secos, sin vida, que quite eso que está ahí, que está estorbando.

Permitamos que siga derramando Su gracia, ese es el abono. Ábrete a la Gracia de Dios, ábrete a la misericordia, ábrete al amor y que venga ese abono a nuestro corazón, esa gracia que necesitamos. Deja obrar a Dios y Él obra a través de la fuerza del Espíritu, del Espíritu Divino que habita en nuestro corazón.

Dejemos que la obra de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo se realice en nosotros. El Padre con Su paciencia, con Su misericordia. El Hijo, dándonos Gracia. El Espíritu Santo removiendo nuestro corazón, motivándonos, alentándonos, llenándonos de Gracia, pero para eso, para el trabajo divino necesito que me disponga, que le diga a Dios: aquí estoy, Señor, trabaja en mí, haz Tu obra en mí. Y también, cuando estaba proclamando el Evangelio, a propósito de aquellos que murieron aplastados bajo la torre de Siloé y aquellos que murieron porque estaban ofreciendo sacrificios y Pilato los mandó matar, el Señor cuestiona y dice: ¿son más pecadores, ellos son más pecadores que los demás, que los que no murieron, de los que no estaban en la torre?, ¿ellos eran más pecadores?, porque en el tiempo de Nuestro Señor se creía que todas esas desgracias eran consecuencia del pecado, del pecado.

Fueron aplastados por pecadores. Y miren, cuando estaba leyendo pensé en tantos y tantos terremotos en nuestro Oaxaca, terremotos. Pueblos en los que se caen sus casitas, en los que se caen sus templos, he estado yendo a la apertura de templos restaurados, después de años que estaban cerrados a causa del daño de los temblores. ¿Vamos a decir que en esos pueblos donde se concentra más el temblor son más pecadores que los que vivimos en esta otra partecita?, pues no, no, y porque hay temblores ¿es por castigo divino?, no, no, no. Pero también quiero decir, a propósito de lo que decía al principio, no hemos querido entender que los conflictos no se arreglan con armas, no se arreglan con armas y nuestros pueblos no han querido entender que con las armas lo único que hacemos es sembrar más odio y más venganza, y esto no se va a terminar.

Mataste a mi padre, mato a tu padre. Mataste a mi hijo, mato a tu hijo. Te viniste como pueblo para atacarnos, yo, pueblo, te ataco en otro momento, espero mi momento para atacarte.

Los conflictos no se arreglan así, los conflictos se arreglan sentándonos, hablando y escuchando. ¿No nos podemos poner de acuerdo? Qué triste que utilicemos las armas para poder arreglar un conflicto y ahí están, muertos, heridos y qué arreglaron, lo desarreglaron más, lo desarreglaron más.

Yo no sé qué hacer, no sé. Yo he ido a esos pueblos y siempre les digo: pidámosle a Dios que vivamos en paz, que ustedes, que viven aquí, no se enfrenten a los pueblos que están a su alrededor, no se enfrenten, no peleen, vivan en paz. Lo digo en un pueblo y en otro pueblo y en otro pueblo. Los invito a vivir en paz, los invito a entrar en diálogo, a ponerse de acuerdo, a respetarse.

Se están matando y matamos a hijos de Dios, a templos vivos del Espíritu Santo, les quitamos la vida para arreglar, para arreglar, les quitamos la vida.

Así no, así no.

Y sí, a veces mis padrecitos me dicen, por allá, a veces a medianoche: Monseñor, póngase a rezar, hay conflictos en mi parroquia, hay conflictos en los pueblos a los que yo estoy encomendado. Rece, rece y me lo dicen muy preocupados, muy asustados, porque también son humanos, se asustan. Escuchan, escuchan a veces las balaceras. Qué difícil. Así viven a veces nuestros pueblos.

Que Dios nos ayude a convertirnos. Dios toca el corazón, pero a veces, no dejamos que el Señor de veras toque el nuestro, nos cerramos, nos cerramos, nos llenamos de ira y de odio y nos vamos en contra, cuando el Señor nos dice: Ama a tu hermano, perdona a tu hermano y perdónala setenta veces siete, que significa siempre.

Pidamos a Dios misericordia, compasión, perdón y a María Su protección y Su gracia en favor de todos nosotros.

Dios los bendiga en esta semana a todos ustedes. Dios los bendiga.

Amén.

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