ESA CUESTIÓN DE LA IDEOLOGÍA POLÍTICA
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández
A la pregunta sobre cuál es la ideología política de usted, independientemente de su militancia o no en una formación política partidista, hay varias posibles respuestas. La primera es negar la necesidad o importancia de definirla o admitirla –tan fácil como decir “qué le importa”–; la segunda, es la dificultad de definirla –lo más fácil es derecha, izquierda o centro, según se sienta más a gusto, aunque no sepa por qué– y otra más, una vez definida, es la apreciación sobre la congruencia de sus actos con los supuestos postulados de la ideología política a la cual se adhiere. Pero para llegar a respuestas pertinentes y satisfactorias es mejor tratar de identificar antes los supuestos y contextos de dicha ideología política, así como la necesidad y viabilidad de la congruencia exigible.
La ideología política puede ser analizada desde una perspectiva social, pero también desde un aspecto estrictamente individual. Se supone que un ciudadano promedio –sobre todo el que va a votar– tiene o responde o acepta o simpatiza o se adhiere a una ideología política y que esta, a su vez, se encuentra establecida en alguna parte y que, además, hay quienes vigilan su cabal observancia para de alguna manera sancionar a sus infractores o, peor aún, denunciar a quienes sean apóstatas o desertores de esa ideología y de su militancia o congruencia. Pero, en primer lugar, es necesario responder a una pregunta obligada: ¿qué es la ideología?
La ideología política no puede ser más que un conjunto de valores, principios, reglas y procedimientos entendidos como instrumentos indispensables para alcanzar escenarios u horizontes prospectivos que materializan los objetivos o la finalidad de la vida colectiva o social –una especie de cielo en la tierra como promesa cumplida o por cumplir, algo así como la 4T (Cuarta Transformación de la República Mexicana)–; por lo que dicho conjunto de instrumentos se supone que son indispensables para hacer posible la realización tanto de dichos escenarios como de tales objetivos, es decir, se retroalimentan a sí mismos. Por razón natural, ese conjunto de instrumentos queda consignado en los documentos fundamentales para la organización del Estado Nacional, que son las respectivas constituciones políticas, o bien en los documentos básicos de los partidos políticos, o bien en la oferta política que estos y sus candidatos presentan en cada elección o en los discursos que un líder mesiánico pronuncie todos los días; hay que agregar ahora también las propuestas de las organizaciones de la sociedad civil organizada cada vez mejor organizada.
Por razón natural, igualmente, dicho conjunto de valores, principios, reglas y procedimientos son de tal manera generales y ambiguos, de una parte, que pueda caber en ellos todo y su contrario; pero, también, es necesario que haya alguien que los proponga, defina e interprete para sancionar a los desertores. Puesto que se trata, nada más y nada menos, que de la solución de los grandes problemas nacionales –y también, de paso, los de usted en su casa– que desde luego son múltiples, diversos y de difícil cuando no de imposible solución –al menos en el corto o mediano plazo–. Pero, obviamente, la ideología política propuesta se supone que tiene la solución inmediata y definitiva de todos esos problemas habidos y por haber –insisto, el cielo en la tierra–.
Paradójicamente, la evolución política de un país y de las personas se realiza más conforme a las circunstancias, en lugar de que esté sujeta a las ideologías. Las ideologías, por lo demás, no son más que formas de legitimación de la dominación política para asegurar la manipulación de las masas para acceder al o mantener el poder político o, para decirlo de manera menos agresiva, para atraer la intención de voto de los electores –si se cumple o no o nada más se cambia después de que usted votó ese es otro asunto que a usted no le debe importar, según las élites naturalmente–. La formación de la ideología política nacional nos permite entrar al contexto de las diferentes ideologías en pugna, propuestas o defendidas por quienes protagonizan la lucha por el poder político que, desde luego, son los partidos políticos nacionales y locales o la élite gobernante o quienes aspiran a formar parte de esta, o sustituir a la que esté.
La evolución ideológico-política de las élites en nuestro país se explica, una vez alcanzada su independencia nacional, por la necesidad de encontrar la forma de gobierno idónea para consolidar su nueva situación como Estado Nacional. Por lo que es natural que la controversia ideológica se diera inicialmente, de una parte, entre quienes proponían monarquía o república y, una vez adoptada la república –después de fusilar a los dos emperadores y seguramente a muchos de sus seguidores, no solo a ellos dos–, sobre la forma de su organización sea federal o descentralizada, o bien, unitaria o centralizada –si se tuvieron que morir muchas gentes en esas luchas, estoy seguro poco importó a las élites triunfantes del momento–. Esta vertiente de la lucha ideológico-política ocupó la mayor parte del siglo XIX; lucha entre protagonistas nacionales que estuvo acompañada de intervenciones extranjeras de tipo militar, pero también de carácter religioso.
Una vez consolidada la república y asumidos una serie de principios básicos constitucionales como federalismo, división de poderes con preeminencia del poder ejecutivo o bicameralismo, pero también otros más, pero no escritos como libre comercio e inversión extranjera –convertidos en instrumento para lograr una incipiente industrialización– y diversas fórmulas militares de dominación política –como “mátenlos en caliente” (ahora reeditadas)–; surgió entonces una nueva pugna y cambio de élites que muy pronto dio lugar a un golpe de Estado –el de Victoriano Huerta–, al que sucedió una guerra civil entre los militares triunfantes sobre el general golpista para llegar finalmente a la institucionalización de un partido único y, actualmente, a una pluralidad partidista hasta hace poco con alguna posibilidad de alternancia.
Esta evolución ideológico-política de nuestro país, después de la Segunda Guerra Mundial, se define en buena medida por su situación o circunstancia geográfica: éramos y somos vecinos de los triunfadores en esa guerra que, además, les permitió afirmar su hegemonía mundial, política, económica y militar. Entre tanto, la reconstrucción nacional después de la guerra civil, habitualmente conocida de manera general como Revolución Mexicana de 1910, había traído a su vez una diversidad de políticas públicas formalmente cubiertas por un mismo manto constitucional, el de 1917, que en materia económica pasaron desde la pretendida educación socialista al modelo de sustitución de importaciones para regresar al libre comercio. Lo que no impide que en la versión oficial de esas etapas históricas e ideológicas cada una sea presentada como una hazaña, una epopeya, un ideal convertido en realidad para resolver los grandes problemas nacionales –y los de usted o de sus antecesores–, si bien esto nunca haya sucedido –aunque deba ser evaluado en sus términos para ver qué tanto es o fue cierto–.
Así es que las hoy llamadas políticas públicas en materia económica –versión pragmática de la ideología– oscilan hasta la fecha entre un mayor o menor intervencionismo estatal en la economía bajo la denominación de sistema de economía mixta; modelo donde, desde luego, como podemos constatar nuevamente ahora, cabe todo y su contrario. La política, por su parte, ha pasado por diversos matices de un presidencialismo –después de haber sido ocupado solo por militares– sustentado en un partido gobernante, a veces hegemónico y a veces solo dominante, pero de cualquier manera autoritario por sus facultades constitucionales y metaconstitucionales –estas, sobre todo, cuando el presidente y su partido tienen mayoría en ambas cámaras federales, en la mayor parte de las legislaturas locales y se pueden despachar a su gusto–.
En el momento actual el presidencialismo sustentado en un partido dominante tiende a convertirse en un presidencialismo apoyado en un partido hegemónico nuevamente –no me refiero ahora a las estrategias para lograr este éxito político financiadas en su mayor parte con dinero sucio, según todo indica–, pero esto estará en función de los resultados electorales del año 2024. Pues los resultados de las elecciones locales de 2023 no fueron suficientes todavía para afirmar con un triunfo contundente la hegemonía del nuevo partido gobernante –aunque la ejerza diariamente vía la propaganda rampante–, por lo que éste ha hecho todo lo necesario para lograr su continuidad mediante intentos hasta ahora fallidos de reformas constitucionales y legales en materia electoral –el famoso Plan B de reformas legales electorales acaba de ser declarado inconstitucional por la Suprema Corte–; aunque la renovación gradual del Instituto Nacional Electoral de todos modos le facilita su captura para volver a las elecciones testimoniales, como es el caso de las encuestas en curso totalmente fuera de la Constitución y de la ley –encuestas a las que, para legitimarlas al menos en el discurso, se agregarán las de los partidos opositores como parte de su innovador método para seleccionar y elegir a su candidato presidencial, método que acaban de aprobar las cúpulas partidistas; tema al que dedicaré mi siguiente contribución–. La ideología política dominante hoy –de unos y de otros– nos invita a aceptar todo esto no solo como natural, sino incluso como necesario y conveniente.
Ahora bien, la ideología política personal evoluciona en función de las circunstancias y preferencias respecto al contexto amplio en el que necesariamente se ubican las personas. En la evolución personal, las preferencias o prioridades para comprender e interpretar la realidad que rodea a las personas son definidas e influenciadas, entre otros factores, por su formación escolar y sus múltiples experiencias de vida, sucedidas a veces en circunstancias inesperadas o aleatorias.
Pero también por su inserción laboral, así como por el contexto familiar, su inclusión social y colegiación profesional, e incluso por sus amistades y relaciones o afinidades o percepciones personales. La influencia de la propaganda política y de los medios de comunicación encuentra receptividad en función del contexto descrito. Pues se ha construido un núcleo conceptual personal para explicar e interpretar su realidad inmediata, que por lo mismo se adapta a las circunstancias siempre cambiantes; más aún si se depende de las ayudas sociales para subsistir o redondear el bolillo.
De ahí la importancia de la propaganda para vehicular y afirmar una propuesta ideológica en el pueblo llano, normalmente carente de una cultura política democrática, así como de la formación e información para ubicar los mensajes de la propaganda política –gubernamental o partidista– en un contexto amplio sujeto a análisis crítico, objetivo y sistemático. De tal suerte que, si lo habitual es tomar como referentes la derecha, la izquierda o el centro al interior de un modelo de democracia liberal –lo opuesto es la dictadura tipo Cuba, Nicaragua o Venezuela, donde no hay manera de escoger aunque haya elecciones–, esas carencias antes anotadas impiden al elector promedio distinguir entre las ofertas electorales plagadas de propuestas múltiples y contradictorias; todo lo cual permite en una sociedad teledirigida –no solo por la televisión sino también por los demás medios modernos de información y comunicación, pagados por quienes tienen manera de hacerlo– que aparezca la posverdad, es decir, la mentira presentada y aceptada como verdad, como la forma normal e institucional de comunicación y manipulación ideológico-política.
Ciudad de Oaxaca, 25 de junio de 2023. Eduardo de Jesús Castellanos Hernández. Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; Derecho Electoral y Derecho Procesal Electoral; sus libros se encuentran en bibliotecas, librerías, en Amazon y en Mercado Libre. Las recopilaciones de sus artículos semanales anuales están publicadas y a la venta en Amazon; la compilación más reciente aparece bajo el título “PURO CHORO MAREADOR. México en tiempos de la 4T” (solo disponible en Amazon).