Karla MARTINEZ DE AGUILAR
Fotografías: Lizet Arauz / Fernando Luna
CDMX.- Originaria del Municipio de Ixtapaluca en el Estado de México, con sus padres. Jugó basquetbol y participó en los actos que organizaba la escuela. Fue madre de su primera hija a los 17 años con su ex pareja Efrén García Ramírez y fue víctima de la violencia ácida que le hizo caminar un largo trayecto para encontrar justicia y ser un apoyo para las mujeres que han pasado por lo mismo, a través de su Fundación Carmen Sánchez.
Fue muy duro ver cómo en México había una mujer a la que le habían arrojado ácido, pero no existía la figura jurídica en el Código Penal de ninguno de los 32 estados de la República, a pesar de que ella no fue el primer caso. Supo que las lesiones que observaba en la cara no eran “lesiones simples” como las autoridades decían y que en México tenía que buscar tipificar dicho delito.
Cuéntanos tu historia
Cuando mi ex pareja intentó asesinarme con ácido el 20 de febrero de 2014, me arrebató la esperanza de vivir una vida libre con mis hijas. Fue la culminación de todas las violencias previas que experimenté en mi relación de diez años con Efrén, un hombre que me llevaba 17 años de diferencia, quien prometió a mi padre que me cuidaría y que no permitiría que nadie me lastimara.
Erré al romantizar y normalizar la violencia de la que era víctima con él y quererlo mucho, porque intenté formar una familia. Siempre creí en mi interior que había algo malo en lo que vivía con él y en diversas ocasiones intenté denunciar lo que sucedía sin obtener ninguna respuesta.
El intento de feminicidio del que fui víctima pudo haberse detenido si me hubieran hecho caso y brindado el acompañamiento que necesitaba; al no ocurrir ello el ataque con ácido fue el último intento por lastimarme lentamente hasta que perdiera la vida.
Efrén me arrojó ácido en tres ocasiones: en el ojo y la frente, y pregunté qué me había echado porque pensé que era gasolina y esperaba que me prendiera fuego; cuando levanto la cabeza y supe que no era gasolina porque comenzaba a sentir ardor en mi piel, lo que me hizo gritar más fuerte de dolor; y cuando grito haciendo que mi mamá bajara de su habitación y se quedó en las escaleras porque no supo qué hacer más que gritar. Escucharon los gritos mi hermana embarazada y mis dos cuñados; el que se estaba bañando salió rápidamente para ver qué ocurría, bajó las escaleras en toalla y al percatarse de lo que sucedía, subió rápidamente a ponerse un short y bajó nuevamente con una sábana.
Ya me había quitado la ropa y vi cómo el ácido se llevó mi piel; nadie supo qué más hacer más que envolverme en la sábana y llevarme al primer hospital que encontraron en donde a falta de un protocolo de atención en estos casos, me echaron agua helada con manguera a presión para quitarme el ácido. Solo me lastimaron.
Después, me untaron pomada Kitoscell que ayuda a cicatrizar la piel y me vendaron completamente. Llegó el Ministerio Público, pero no pude dar mi declaración por mi mala condición. Dos de mis hermanas ya habían ido a declarar sobre lo sucedido. Desde el primer momento aportamos todas las evidencias para que detuvieran a Efrén, pero no fue así.
Después, en la madrugada, me trasladaron al hospital de Magdalena de las Salinas que tiene un área especializada de quemados. Me realizaron el primer lavado quirúrgico y nos enteramos que lo que habían hecho en el otro hospital fue un procedimiento inadecuado.
El hospital se volvió mi casa durante ocho meses en los que a mis 29 años me culpé y preguntaba qué había hecho para merecer eso, cuestioné mi religión cristiana.
En los expedientes, los doctores exponían que no tenían esperanzas de que sobreviviera y dijeron a mis hermanas que tomaran terapia con la tanatóloga porque era muy probable que no sobreviviera. Realizaron la reconstrucción del cuello con un colgajo lateral de la pierna derecha; la cirugía tardó 12 horas y tres meses en programarla con cirujanos de tres países.
Enfretarse al espejo y reconocerse por primera vez
Cuando a mis 30 años me vi por primera vez al espejo en el hospital, fue un gran impacto ver mi cara desfigurada, sin nariz (me la reconstruyeron), sin cuello, con la boca deforme y sin ojo porque el ácido me lo cerró, pero no lo perdí. Hay por lo menos 125 mil sustancias corrosivas y de esas, 25 mil queman como a mí.
Me sentí muy mal y grité al verme diferente a lo que era, terminaron sedándome para tranquilizarme y con morfina, pero poco a poco comencé a mirarme en el espejo.
En las madrugadas me tocaba frente al espejo, sentía mucha tristeza, enojo. Las cicatrices provocadas por el ácido en el rostro y el pecho eran una barrera que no me permitían salir; me sentía presa de estas.
En otros momentos, pensaba que esas cicatrices eran el recordatorio de dónde venía para que mis hijas ni ninguna mujer vivan lo mismo.
El espejo se convirtió en una herramienta muy importante para recordar que tenía que echarle muchas ganas para salir del hospital y aceptar poco a poco mis cicatrices.
Este proceso no es nada sencillo, me apoyé con una tanatóloga y psiquiatra, ya que asimilar cómo había cambiado mi vida y lo que tenía que hacer después de salir del hospital, no fue nada sencillo.
Tras siete meses hospitalizada después del ataque el 20 de febrero de 2014, los doctores permitieron que mis hijas de 12 y ocho años me visitaran para que se despidieran de mí porque creyeron que no iba a pasar de esa noche; al verlas indefensas, a pesar de tener el acompañamiento de mi familia, supe que toda la vida me iban a necesitar.
Su amor y los planes conmigo me revitalizaron los 30 minutos que estuvimos juntas y el mes posterior a su visita, el último que estuve hospitalizada, le eché muchas ganas y pedí al cirujano que me ayudaran a vivir.
Al salir del hospital tras ocho meses, en noviembre de 2014, tuve la esperanza que las instituciones prestaran atención a mi caso porque antes no lo hicieron, ya que no me veían golpeada y las amenazas no servían, pero ahora todo había cambiado. Jamás imaginé que las instituciones encargadas de velar por nuestra seguridad no me ayudarían.
Cuando regresé a casa de mi mamá en donde había sucedido el ataque en Ixtapaluca, seguía la marca de ácido en el piso y la puerta de madera estaba quemada. No solo yo la había pasado mal, sino también mi mamá y mis hijas, quienes seguían pasando sus días en esa habitación; fue un golpe muy fuerte ver eso.
Mis hermanas estuvieron conmigo no solo como mis cuidadoras los ocho meses hospitalizada, sino de mis hijas, y sostén económico. Tuvimos que decidir entre comprar una pomada que costaba mil pesos o mandar a mis hijas a la escuela. Encima de esa preocupación seguía recibiendo amenazas telefónicas de Efrén a mi familia a quien decía: “¿Qué quieren, panteón, hospital o silla de ruedas para su hermana, si no hacen lo que les diga?”.
El camino para exigir justicia
En enero de 2015, busqué ayuda para exigir justicia, enfrenté a las autoridades que dijeron que no encontraban mi averiguación previa, pero tenían un oficio donde relaté lo que me sucedió y cada vez que salía del Ministerio Público lo hacía llorando de impotencia al ver que no me ayudaban.
Nunca hubo una investigación adecuada y ni se nos brindó atención psicológica a mis hijas y a mí, dudaron de mi caso, preguntándome si realmente lo que decía me había sucedido.
Después de cuatro años de lo sucedido encontré a una amiga abogada que se llama igual que yo y me comentó que otra amiga en común trabajaba en la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, y me podían ayudar.
El 8 de marzo realizarían un evento en el Senado para hablar sobre la violencia contra las mujeres donde estaría el Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Dr. Luis Raúl González Pérez. Por ello, mi amiga María del Carmen me dijo que asistiera en su representación y hablara sobre lo que me sucedió.
Para documentarme sobre el tema ya había hablado con la colombiana Natalia Ponce de León a quien le había sucedido lo mismo que a mí con 20 días de diferencia. Su fundación fue la primera que encontró a Efrén.
Al entrar al Senado, cubrí mi rostro con mascada y gafas porque estaba mal y tras año y medio ya no contaba con el seguro que la empresa donde trabajaba me otorgaba y con ello el acceso a cirugías y tratamientos. Al escuchar las cosas positivas que decían sobre la protección a las mujeres en estos casos y ver que no era cierto, me levanté, me descubrí el rostro, conté quién era, lo que me había sucedido, leí mi expediente, lo que me habían dicho las autoridades, solicité su ayuda y tomó mi caso el Dr. Luis Raúl. Las diputadas hicieron caso omiso, pero cuando se hizo público me apoyaron. Después de cuatro años que la autoridad me negara mi expediente, a la CNDH se lo entregaron en un día.
La Fiscalía Regional de Amecameca dijo que no me dieron mi expediente porque no fui a buscarlo; no me orientaron en el Ministerio Público para ir allá, ni siquiera sabía que existía esa dependencia.
Mi expediente no analizaba con perspectiva de género, no me brindaron las medidas de protección, no existieron peritajes especializados, y el médico legista reportó lesiones que no ponían en peligro mi vida y no necesitaban hospitalización porque tardaban en sanar entre 15 y 30 días. No fuimos prioridad para los servidores públicos que conocían mi caso.
El 20 de mayo de 2014 salió una orden de aprensión contra Efrén por lesión, por lo que el delito se reclasificó a tentativa de feminicidio porque logramos comprobar que había realizado denuncias anteriores y que mi vida se había puesto en riesgo.
Ya pasaron diez años y parece que lo que me sucedió fue ayer; aún tengo miedo, pero ahora me impulsa para seguir aprendiendo de mi proceso y evitar que suceda lo mismo a otras mujeres.
En 2018 me enteré de Ana Helena Saldaña, de Iztacalco, Esmeralda Millán, de Puebla, y de María López, quemada hace 34 años, me dio mucha rabia e impotencia. Busqué a colectivos que apoyan estas causas y conocí a la Mtra. Ximena Reyes Canseco con quien cree la Fundación Carmen Sánchez para promover, proteger y defender a las víctimas de este delito. Es importante tipificar los ataques con ácido que se clasificaban como agravantes del delito de lesiones en el Estado y Ciudad de México. Para lograrlo, en 2019 nos apoyamos con la diputada del PRI y activista Alessandra Rosa de la Vega y Mariana Uribe de Morena.
Gracias a ello, en diferentes estados tipificaron el ataque con ácido y el Congreso de Oaxaca incluyó los ataques con ácido como violencia física contra las mujeres, pero en la exposición de motivos dijeron que son crímenes de honor y pasionales, lo que nos culpa y resta culpabilidad al agresor. Es muy preocupante porque hasta hoy sigue tipificado así.
Me alegra el avance de la Ley Ácida en diferentes estados, pero me entristece la manera en que algunos diputados y diputadas se aprovecharon de nuestro trabajo y le pusieron solo un nombre porque somos muchas mujeres que sufrimos lo mismo. Pedimos que en la exposición de motivos nombraran a todas las que vivimos esto; nos sentimos silenciadas como cuando las autoridades dudaron de nosotras.
Quienes pasamos por este episodio doloroso exigimos una reforma legislativa integral con políticas públicas, que incluya en el código penal y otras leyes que este tipo de violencia se atienda de manera gratuita, continua e ininterrumpida para tener una mejor recuperación. Que escuchen a cada mujer y cómo sobrelleva su proceso porque cada caso es diferente y requiere diferente apoyo.