Compartir

Karla MARTINEZ DE AGUILAR

Fotografías: Raúl Vivar

Desde la Ciudad de México, donde los contrastes de colores, sonidos y tradiciones se entrelazan en un pulso inagotable, surge la obra de Dan Santino, un creador que ha transitado de la música a la pintura con la misma pasión que se entrega a la vida. Su arte es reflejo de un viaje interior marcado por la fragilidad, el dolor y, sobre todo, la resiliencia.

Su historia está atravesada por experiencias límites: un coma diabético, meses en cama, la cercanía de la muerte, pero en lugar de hundirse, encontró en el arte una forma de sanar.

En su relato se percibe la gratitud por lo vivido, incluso en medio del dolor. Cada trazo, cada símbolo, cada cuadro es un recordatorio que incluso en lo oscuro puede brotar la luz. La familia, sus raíces y el arte se entrelazan como los tres pilares que sostienen su andar.

Hablar con él es entrar en un territorio donde la sensibilidad no es debilidad, sino una fuerza creadora. Con honestidad y cercanía, Dan comparte cómo ha hecho del arte un refugio, un espejo y, sobre todo, un lenguaje universal para conectar con la vida y con los demás.

 Dan, creciste en la Ciudad de México, un lugar tan intenso y caótico e inspirador. ¿Cómo ha marcado tu carrera artística ese entorno, y en general, el país?

No solo la Ciudad de México, sino México en general. Viajar me permitió darme cuenta de la riqueza que tenemos: comida, colores, arte, abundancia. Todo eso está reflejado en mis obras, que son muy coloridas. Y claro, la ciudad también me influye: aquí conviven miles de artistas, propuestas y estilos. Ese contacto, esa comunidad, me motiva mucho.

Tu vida dio un giro radical después de un episodio de salud muy fuerte. ¿Qué recuerdas de aquel momento?

Fue duro. Sufrí un coma diabético y poco después se me rompió un colchón intervertebral. Pasé casi un año en cama, sin moverme. Esa etapa me obligó a mirar hacia adentro. Empecé a valorar lo más básico: el amor, mi familia y mi parte creativa. Cuando pude volver a caminar, lo primero que hice fue pintar como terapia personal. Esa terapia terminó convirtiéndose en más de 40 piezas.

¿Ese proceso de volver a levantarte te hizo sentir que el arte literalmente te salvó la vida?

Sí. Pintar fue sacar mis miedos. Al inicio mi obsesión era la muerte: pintarla bonita, perderle el miedo. Comprendí que si no existiera la muerte, no valoraríamos la vida. El arte me devolvió la fuerza y me dio un camino.

En ese camino, la familia aparece siempre como un motor. ¿Qué tan importante fue el apoyo de tu padre y tus seres queridos en esta etapa?

Fundamental. Mi papá siempre nos dijo a mi hermano y a mí: “hagan lo que quieran, pero háganlo en serio”. Ese respaldo me dio seguridad. He visto artistas que buscan solo fama, pero yo creo que la clave es la sinceridad con uno mismo: sentir esa chispa, dedicarle tiempo, dejar que la pasión te guíe.

¿Crees que esas experiencias difíciles te obligaron a madurar antes de tiempo?

Sí, sin duda. La vida me obligó a replantearme todo. Y decidí que, pasara lo que pasara, iba a pintar el resto de mis días. No tengo un plan rígido, me dejo sorprender: conocer gente, compartir con artistas, aprender. También quiero inspirar a nuevas generaciones. Creo que lo que más necesita el mundo es arte.

La muerte es un tema recurrente en tu obra. Pero más allá del símbolo, ¿cómo lograste abrazarla después de haber estado tan cerca de ella?

Cuando lo vives, ni siquiera eres tan consciente de ti, duele más ver a tus seres queridos sufrir. Cuando muere alguien cercano es devastador, aunque sepas que es natural. Yo llegué a pensar: “prefiero morir yo primero y no ver partir a los míos”. Pero eso me hizo valorar más el presente: abrazar, decir “te amo”, ser expresivo. No sabemos qué pasará mañana.

Vivimos tan preocupados por el mañana que olvidamos el presente. ¿Te pasa que hoy disfrutas cada instante de manera distinta?

Totalmente. Pensar tanto en el futuro nos genera ansiedad. El presente es lo único real y es lo que construye el mañana. A veces cuesta, con el ritmo de vida que llevamos, pero vale la pena enfocarse en él.

¿Qué esperas que el público encuentre en tus cuadros cuando se detiene frente a ellos?

Me gusta decir que cada cuadro es como una canción. Los lleno de símbolos, frases ocultas, detalles. Llamo a esto “efecto espejo”: invito al espectador a perderse y descubrir qué le dice la obra a él. No me interesa ser un sabio que impone significados; prefiero que cada quien se vea reflejado en lo que pinto.

En tus piezas también se percibe un equilibrio constante: vida y muerte, lo masculino y lo femenino. ¿Es intencional?

Sí. Vida y muerte, lo masculino y lo femenino, lo terrenal y lo divino. Para mí, ese balance es esencial.

Y al hablar de lo divino, eliges representarlo a través de la mujer. ¿Por qué?

Porque para mí es evidente: si existe un dios, es mujer. Basta pensar en la madre tierra: da vida, genera semillas. El universo es femenino. Y yo también me reconozco como alguien sensible, con una parte femenina muy desarrollada. No es un “ellos contra ellas”: es un equipo. En mis cuadros, las divinidades siempre son mujeres, poderosas y sensibles.

Si piensas en tus próximos pasos, ¿cuál es el reto más grande que hoy te planteas?

Seguir emocionándome con lo que hago. Si pintara por obligación o dinero, perdería el sentido. Soy caprichoso, y eso me ha ayudado: se nota cuando pintas cansado o apresurado. Mi meta es mantener esa chispa y conectarme con la gente a través de cada cuadro.

¿Alguna vez has trabajado por encargo o prefieres seguir tu propio impulso creativo?

Lo intenté una vez y no lo disfruté. No lo veo como negocio, sino como respirar. Cada pieza lleva parte de mi alma. Algunas no las pongo en catálogo porque quiero quedármelas un tiempo. Cuando un coleccionista compra una obra, se lleva un pedazo de mí.

¿Cómo surgen las ideas para tus nuevas colecciones?

La inspiración está siempre presente. Un libro, una canción, una película… cualquier cosa me enciende una idea. Trabajo en el tarot, en collages, intervengo mis propios cuadros. Para algunos parece caótico, para mí es como ser un niño en dulcería: jugar, crear, divertirme.

Éxito o fama: ¿con cuál te quedas?

Éxito. Y para mí el éxito es simple: libertad. Diseñar mis propios días, levantarme tarde, pintar cuando quiero. La fama la viví con la música y me llevó a una depresión, porque seguía expectativas ajenas. Hoy sé que el éxito es ser sincero conmigo y vivir a mi ritmo.

Hablemos de Casa ENNEA, tu espacio creativo. ¿Qué significa para ti?

Nació como un espacio personal para pintar, pero con mi colega Marleón decidimos abrirlo y compartirlo. Aquí presto mis pinceles, comparto técnicas. Lo sorprendente es que no todos los artistas lo hacen. Pero compartir nos ha hecho crecer como comunidad.

Entre tus tatuajes, ¿hay alguno que sientas especialmente tuyo?

El de mi papá. Él era escalador y tenía un símbolo para su equipo. Me lo tatué como recordatorio de su apoyo. Es mi forma de no fallarle y mantenerme fuerte.

Tus pasiones han sido tan variadas que parece que has vivido muchas vidas en una sola. ¿Lo sientes así?

Sí. Practiqué taekwondo a nivel selección, jugué billar, tuve éxito en la música, ahora pinto. Siento que soy un alma vieja. No sé qué haré después, quizá ser granjero, pero lo vivo agradecido y con ganas de seguir creando.

¿Y quién es Dan Santino hoy?

Un aprendiz. Gestionar un estudio también es aprender de leyes, pagos, organización. Pero soy alguien más consciente, en quien la gente puede confiar. Respondo a todos los que me escriben, porque creo en crecer juntos.

En tus obras recientes aparecen “Catrina” e “Inmaculada”. ¿Qué quisiste transmitir con ellas?

En la “Catrina” quise retratar su alma con flores. Ella mira una mariposa, el único ser vivo del cuadro, que representa el alma. Es la Catrina extrañando la vida. En “Inmaculada” representé a una deidad femenina poderosa, geométrica, fuerte. No una virgen triste, sino una diosa amorosa y sabia.

Si tuvieras que nombrar tres influencias esenciales en tu vida, ¿cuáles serían?

La música, siempre. No es la pintura lo que me inspira, sino la música. Luego, el amor en todas sus formas: de mi esposa, familia, amigos, hasta de mis perros. Y por último, la creatividad: la mente creativa es lo más bello que existe.

¿Qué proyectos te ilusionan para este año?

Un evento con la Fundación Alumni México-Francia, lo cual me emociona mucho. Exposiciones en Casa ENNEA, un showroom nuevo, festivales de arte. Voy informando todo en redes.

Todos tenemos placeres que nos gusta llamar “culposos”. ¿Cuáles son los tuyos?

Dormir. Trabajo de madrugada y me levanto a la una o dos de la tarde. A muchos les asusta, pero yo lo disfruto. Y sí, de vez en cuando un postre, un cheesecake. Pero no lo vivo con culpa.

Has hablado de espiritualidad y símbolos. ¿Qué significa para ti la fe?

Después de mi enfermedad hablé con gente de distintas religiones y descubrí que todos decían lo mismo, solo con otro nombre. Para mí la fe es un anhelo positivo. Creo en una energía mayor, no sé si es Dios, Buda, el universo o un extraterrestre, pero quiero que sea mi amigo. Lo importante son las intenciones y los pensamientos positivos.

En tu iconografía, ¿hay símbolos que siempre están presentes?

Sí. El tercer ojo, que representa la conciencia, y los cuatro elementos. Siempre están presentes, como recordatorio que las cosas son más profundas de lo que parecen.

Finalmente, ¿qué técnicas disfrutas más hoy?

Actualmente estoy muy clavado en el óleo, aunque me gusta experimentar.

Compartir