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María de los Ángeles MUÑOZ GONZÁLEZ

 XALAPA, VER.- En los últimos años la naturaleza ha tomado por sorpresa a la humanidad en muchos sentidos, al grado, de asombrarnos y asustarnos ante el devenir de los fenómenos naturales, los cuales, según se dice, son provocados por el cambio climático. Cientistas como Breno Bringel y Maristella Svampa (2023) señalan contundentemente que vivimos una policrisis civilizatoria que puede entenderse como una serie de crisis interrelacionadas que ponen en jaque al modelo que ha pretendido -los últimos siglos- encauzar un crecimiento ilimitado entendido como progreso y desarrollo. Es ahí donde tienen su raíz las causas de múltiples problemáticas ambientales de orden global, regional, nacional y local, sin embargo, generalmente, las observamos y vivimos en nuestros territorios concretos como afectados y afectadas socioambientales, ya que trastocan nuestras vidas cotidianas.

La mayoría de las personas, tanto en las ciudades, como en el campo, experimentamos con incomodidad y preocupación el exceso de lluvias que provocan inundaciones, o lo contrario, el aumento de la temperatura con la prolongación de las sequías que nos han llevado al límite, sufriendo a su vez, la escasez de agua que se correlaciona a uno de los efectos más graves: el exacerbamiento de incendios en diversas regiones de México y otros países, lo que ha implicado enormes pérdidas de biodiversidad lastimosamente de vida animal y vegetal que no son de pronta recuperación. El impacto es enorme, genera impotencia cuándo observamos una serie de imágenes repetitivas que nos muestran las tragedias por las pérdidas humanas, de flora y de fauna. Los medios de comunicación además de informarnos con celeridad, también, nos abruman con un exceso de noticias desafortunadas, alarmistas, apocalípticas o Fake News, sin embargo, no todas las poblaciones o sectores, ni todos los hombres o mujeres, hemos aceptado adaptarnos a estos escenarios distópicos, pues, no se trata sólo de ser resilientes, sino de hacer algo frente a tantos estragos sucedidos y ante lo que año con año se predice.

 Por ello, nos saltan interrogantes, tales como: ¿Qué estamos haciendo frente a ello? ¿Cuáles son las causas de tales situaciones que nos rebasan? ¿Cuál es el papel socioecológico de las mujeres en esta época tan caótica y compleja donde se trata de cuidar la vida?

Por un lado, nos encontramos en una era donde la información fluye a tal grado que hasta se raya en la Infodemia, se generan imágenes donde se muestran situaciones límite descontextualizadas y otras que al contrario son realidades tan crudas que nos invitan a la acción colectiva, la protesta social y el arribo de movimientos sociales.

Por otra parte, también nos encontramos con procesos locales significativos y dirigidos al cuidado de los territorios en el marco de la sustentabilidad y de la sostenibilidad. Sólo hay que atreverse a mirar nuestro entorno, a dialogar con quienes poseen la fuerza del convencimiento personal y comunal por aportar y compartir sus saberes, conocimientos y experiencias. Es aquí donde destaca el papel de las mujeres que trabajan en su día a día en la labor de cuidados de todo tipo, desde sembrar una matita de hierbabuena o proveer de agua limpia en el caso de comunidades rurales, hasta defender un río de la privatización o un bosque del monocultivo. Necesitamos pasar de acciones básicas conscientes -que no nos subsuman al papel tradicional- a aquellas que nos liberen, como organizar el apoyo solidario, liderar iniciativas comunitarias en las que siempre habían destacado los hombres, comprender el potencial que poseemos para enfrentar cualquier situación y problemática  socioambiental, aprender a cuidar el territorio propio que nos habita, nuestro cuerpo, así como, la gran casa común que compartimos como humanidad, construyendo alternativas de vida sostenible.

Como muestra de lo anterior, es necesario hacer evidente el aporte de las mujeres en medio de la llamada crisis civilizatoria, pues, enarbolan movimientos feministas y de defensa del territorio que sostienen diversas luchas ambientales en distintas partes del mundo. Sin ir muy lejos, en la región centro de Xalapa, Veracruz, un gran número de mujeres, sobre todo jóvenes, se han sumado a la defensa y cuidado del agua, de los manantiales y de los ríos, se han abanderado nuevas causas como el cuidado y la defensa de los árboles, hecho que sucedió en el camellón de la avenida Lázaro Cárdenas.

Sin agua no hay vida, no hay movimiento, es decir, las ciudades y los pueblos crecieron y perviven en los márgenes de las cuencas hidrológicas a pesar de que cada vez más aumentan los problemas de contaminación, salvarlas no es tarea de unas u otros, es tarea de una ciudadanía organizada y de instituciones que están llamadas a comprometerse ecosocialmente.

Pero…

¿Quién lo va a exigir y quiénes son completamente conscientes de la afectación?

Sin duda alguna, las mujeres que han sido capaces de tomar las calles en cualquier momento para exigir soluciones y también de ofrecer posibilidades alternas a estos retos. Por ende, retomo de Alicia Puleo (2011) la propuesta conceptual de sostenibilidad entendida como solidaridad, la cual, forma parte de una consideración bajo la lógica de una invitación extendida para construirnos como ciudadanía ecológica que no conoce fronteras y con la cual nos comprometemos a preservar el espacio de vida común, con compasión y justicia para hacer otro mundo posible, y esto sí, me queda claro, que lo hemos entendido un gran número de mujeres.

 

*Profesora en la Facultad de Sociología de la Universidad Veracruzana. De formación Antropóloga y Maestra en Desarrollo Rural. Colabora con organizaciones de la sociedad civil en Veracruz al servicio de la población rural e indígena, así como, con grupos de mujeres desde un enfoque ecofeminista y de derechos humanos. Contacto: lomunoz@uv.mx

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