Lalo PLASCENCIA*
Confrontar no es pelear, más bien argumentar. Algunas acepciones y sinónimos de confrontar son comprobar, cotejar, contrastar, afrontar, equiparar o asimilar. Todas iniciadoras de una discusión académica, pero también carta abierta al caos o la paz hipócrita dependiendo de la conveniencia de quien la usa. Confrontar es conocer -a sí mismo y al ajeno- por la vía de la conciliación y la discrepancia reflexiva. Es, en última instancia, crecer.
Con una mezcla entre viaje planeado y alegre coincidencia, tuve el privilegio de presenciar parte de una de las festividades más interesantes, densas, famosas y complejas de todo México. Santa María Magdalena es la santa patrona del municipio de Xico -a menos de 45 minutos de Xalapa, la capital veracruzana-, y el día 22 de julio, la fecha pactada por la institución católica para su celebración global. Mi guía, como es ya costumbre desde hace años por esta parte de una veracruzanidad interminable, es el entrañable Arodi Orea, cocinero e investigador gastronómico, de quien guardo amistad y respeto, y desde hace años se ha convertido en aliado de interminables sueños. En ilustre compañía de viaje el cocinero poblano Abraham Santos, a quien la vida nos ha hermanado intensamente en el último año.
Desde mi agnosticismo construido por décadas de crítica escéptica de los cánones dictados desde el Vaticano, las ceremonias religiosas son siempre la mejor oportunidad para poner a prueba mi asumida -e impuesta desde el bautismo- fe católica en una suerte de acto de contrición con velo academicista. Desde algunos puntos de vista, analizar los actos de fe puede considerarse cínico, falso o hipócrita, pero desde una visión más conciliadora puede motivar al autoconocimiento, la expansión de los límites del canon, y el acercamiento a la concepción autoconstruida de lo divino. Depende del extremo en donde se encuentre el observador o interlocutor, discutir las celebraciones patronales podría ser considerado herejía o responsabilidad académica. Matizar es responsabilidad personal y científica, y este texto es prueba de ello.
- Beber, bailar y celebrar
Lo vivido en Xico me lleva más al mundo de los sueños que de lo material. Y digo sueños, que no fantasía, porque todo lo experimentado tiene una delgadísima línea que une a la lógica existencial con lo onírico y que sirve de sostén para comprobar la realidad de lo experimentado. Tradicionalmente, son días de festejos ininterrumpidos, de un arraigo social que puede olerse, organizados con la estricta elegancia de las casas imperiales, con justa medida de populismo, esnobismo e integración social, y atisbos de festejo libertino carnavalesco contenido por la sincera devoción a la entidad divina. Sin faltar a la construcción clásica de las celebraciones católicas en el mundo, la imagen del santo patrono hace confluir a todo tipo de parroquianos: desde aquellos inmersos en la fe absoluta como hábito diario, pasando por los que recuerdan su sacramento católico cada domingo o cada celebración patronal, otros que buscan liberación y entretenimiento en la fiesta del pueblo, y turistas responsables -como nosotros- que buscan experimentar la apoteosis veracruzana. Todos beben y bailan con medida y con respeto, y parece que a la fiesta faltan los turistas irresponsables que más destruyen que aportan, pero que permiten ser medidor de los éxitos comunicacionales de la fiesta como valor cultural, turístico y festivo. Parece una celebración aún muy xiqueña y regional con algunos invitados de otras partes de Veracruz, México o el mundo, pero de una propiedad que podría rayar en el celo amistoso.
Si bien el alcohol fluye como agua de río, existe un finísimo muro de contención que evita el desastre y que suena haberse erigido tras una vasta experiencia, sorteando desperfectos, accidentes y caos. Bailar y beber son parte de la puesta en escena, son elementos rituales imprescindibles que elevan espíritus y al mismo tiempo liban y exorcizan en contradicción personal que raya en lo doloroso: el ruido de las calles, los cencerros, gritos, música y vítores, es decir, la escandalosa procesión parece ser maquillaje de una pasión dolorosa personal, de una taciturna celebración de un año que termina y comienza, de una forma de dejarse llevar por el torrente de fe, exaltación, divinidad, música y alcohol. Todo es parte del festejo, nada sobra, nada falta; Xico es expresión de la vida católica global.
Y las calles -siempre las calles, como el gran teatro católico- son motivo de encuentro para la comida y bebida: mientras algunos reparten licor de caña de azúcar -no puede ser otro por las condiciones históricas y geográficas-, otros se hartan discretamente de cerveza, y muchos confluyen en la virtud del licor de moras magistralmente elaborado por algunas casas que hacen un agosto anticipado. Beber es convivir, y cuando la celebración del baile o los toritos obligan a sumergirse entre las ruidosas aclamaciones, y los responsables de la fiesta ofrecen libación, no existe otro camino que aceptarlo, que entrar en comunión etílica con esos cuya cruz circunspecta está bañada de escándalo. Beber es obligación, celebración, integración, comprensión, confrontación, comprobación, exorcismo, muerte y resurrección. Xico es redención.
- La santa que no es virgen
Si bien las fiestas católicas pueden estudiarse y comprenderse como instrumentos de manipulación o dominio de un dogma que a veces beneficia solo a sus élites, también es cierto que para muchos parroquianos es el único momento de libertad, de disminución de la brecha social, de oportunidad para beber y olvidar la complejidad económica del año que termina, sus derrotas y fracasos, sus deudas y pérdidas. Siempre enmarcados en la devoción hacia la bondad intrínseca de una imagen divina y patronal, las fiestas católicas son un recordatorio de que la esperanza y la fe es lo último que queda cuando el resto está perdido. México sigue siendo católico en su construcción esencial.
Como presagio de una celebración única, en Xico el santo no es santo, es santa, así, en femenino; y no es la clásica figura virginal de la madre de Jesucristo -o algunas de sus versiones internacionales salidas del multiverso católico- sino una mujer que en la mayoría de las interpretaciones históricas ha sido acusada de todo y sin medida. Polémica hasta la médula, la figura de María Magdalena está presentada en la Biblia como una prostituta -más bien una escort para los lenguajes del siglo 21- de alto nivel, calculadora y fría, y que cae en desgracia para ser salvada por quien se convertiría en su guía espiritual. Sin detallar el mito católico, pocas figuras bíblicas tan controversiales como ella y que den pie a infinidad de interpretaciones, inferencias, horas de análisis y celebraciones impresionantes. Se celebra a una mujer que se revela que antes de ser una persona arrepentida tuvo sexo por dinero, utilizaba su belleza para embelesar a poderosos, bebió, comió, se divirtió y vivió en libertad de sus decisiones. Mucho que analizar desde los discursos contemporáneos feministas y anti patriarcales, pero eso es motivo de otros textos dirigidos por expertxs en el área; por mi parte solo la insinuación bañada de confrontación y reflexión de tintes gastronómicos.
La santa patrona -o matrona, según quiera leerse- de Xico, es la representación máxima de que no importa que tan libertina haya sido la vida, porque la salvación estará asegurada en medio del arrepentimiento, la dedicación canóniga, y una vida de recogimiento y contrición. Es una forma un tanto torcida de confirmar que no hay fiesta tan salvaje que no pueda ser perdonada, y que aún los actos más oscuros cometidos pueden ser motivo de arrepentimiento. Y la fiesta en Xico parece un sutil recordatorio de que aún la regla más estricta, aún el rigor más doloroso, aún las formas de comportamiento más estrechas deben tener un momento de liberación para ser compensadas. Sin tener esos balances entre lo virtuoso y el libertinaje, los individuos reventarían en mil pedazos, las sociedades colapsarían en caos revolucionario, y las construcciones pacíficas se diluirían hasta el salvajismo. Carnaval y cuaresma es la regla con la que la institución católica -y la mayoría de los ordenamientos religiosos- construyen sus años lectivos desde que el humano es gregario. Es el resumen histórico de la humanidad: fiesta, misas, devoción, embriaguez, arrepentimiento, esperanza, fe, deuda, libertad, economía, resaca y salvación.
- Confrontados sueños de volver
Confieso seguir confrontado. Es una combinación entre incredulidad por tal demostración de fe y entrega hacia lo que representa una imagen, alegría por haber experimentado una fiesta única que demuestra la complejidad cultural mexicana, y una sensación de coraje escéptico ante algunas imágenes que me recuerdan lo desigual e injusto que son las construcciones sociales mexicanas.
Desde lo intelectual, confieso que me molesta mucho haberlo disfrutado, pero desde lo emocional sigo sin poder expresar la fuerza que me aportó el torrente de vitalidad y entrega que miles de personas demuestran en medio de música y cencerros. Desde lo racional, me duele seguir viendo imágenes que recuerdan en gran medida el sometimiento muchas veces cruel sucedido en 1521 y tres siglos posteriores, pero me consuela saber que la gastronomía es la gran conciliadora, la gran fuente de compromiso y lenguaje común. Desde la emoción, me perturba hasta lo más profundo observar la contradicción de un individuo que invierte ahorros, se endeuda y empeña hasta lo que no es suyo con tal de celebrar a una imagen que jamás va a responderle; una persona que es capaz de dejarlo todo por celebrar por unas horas o unos días, para olvidar en cinco días el sufrimiento de los otros 360. Y en paralelo, me surge una emoción de extraña felicidad, de saber que esa, precisamente esa contradicción es lo que también a mí me hace mexicano, me hace pertenecer aunque no quiera, me hace ser aunque me niegue. Esa mexicanidad que es -y será- imposible de definir en palabras, libros, tesis o doctorados. Esa que es una contradicción viva que está llena de matices de felicidad escandalosa, festividad intensa, arrepentimiento en solitario y exhibición inoportuna. México no es país, es oxímoron.
Desde esa distancia confrontada, y confirmando lo contradictorio de mi esencia mexicana, confieso que ni bien había terminado nuestra efímera participación en la celebración, ya se planeaba la visita para el próximo año. Como fórmula química en la que se mezclan elementos que son opuestos, el balance de lo vivido en Xico es cero; así, sin más, cero en la concepción más abierta y profunda del cero como entidad no de nulidad, sino de balance y equilibrio, de oportunidad para seguir creando. Una suerte de reinicio mental y emocional que más que destruir hizo limpieza de los lugares oscuros de la mente y alma. Mi primera vez en Xico será recordatorio de lo que soy, quiero ser, no debo ser, y a dónde pertenezco. Es un resumen de los principios entrópicos de la Física que dictan que aún en la supuesta paz del universo conocido está regida por microexpresiones de caos que simultáneamente lo confirman y destruyen. Porque en Xico, en lo personal, en las reglas de la Física, en el amor o el odio, en el trabajo, en las formas más profundas de fe o agnosticismo, lo único cierto y que permanece es la bella condena de que nada es permanente. El movimiento es ley, y Xico me permitió moverme. Sueño con volver a volver.
Lalo Plascencia
Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico y del Sexto Sabor. Formador de 2,500 profesionales en 11 años de carrera. Sígueme en instagram@laloplascencia