Lalo PLASCENCIA*
Cinco datos que por sí solos no dicen mucho, pero que analizados en conjunto dejan mucho que reflexionar. Primero, que los vinos franceses (sin contar a la champaña cuya venta estacional es una locura) ocupan desde hace casi un lustro el 4º o 5º lugar en el consumo nacional, por debajo de lo producido en el país, y cada año muy distante a los vinos españoles que se mantienen como los de mayor preferencia nacional. Segundo, que el consumo en personas que se identifican como de género femenino se mantienen levemente por encima de los identificados como masculinos en el consumo de bebidas alcohólicas. Tercero, que en los últimos tres años los hombres han aumentado en un 25% el consumo de bebidas sin alcohol (principalmente cerveza) por encima de las mujeres. Cuarto, que desde hace una década se ha desplomado la compra de vinos de guarda y ha aumentado la compra de etiquetas de consumo inmediato. Y finalmente, que el consumo de blancos, rosados y espumosos ha tenido en los últimos cinco años una abismal preferencia por las mujeres, mientras que los hombres siguen decantándose por los tintos, haciendo que productores e importadores vean en el mercado femenino su principal objetivo de marketing. Sin dudas, buenas noticias para los productores nacionales, la industria vitivinícola, la restauración que apuesta por maridajes ligeros, pero muchas cosas qué pensar para las bodegas galas y sus importadores.
Sin embargo, lo que para unos son pésimas noticias para otros son motivo de alegría. Me incluyo en el segundo grupo, porque desde hace unos años he presenciado cómo los festivales, presentaciones públicas o privadas, y en general la promoción de etiquetas españolas, mexicanas, argentinas y chilenas (en ese orden de relevancia) absorbe el mercado, se consolida en la preferencia y aumenta -unas veces discreta y otras descaradamente- el precio de sus productos. Mientras que unas botellas aumentan su nivel en los anaqueles del supermercado, otros bajan y hasta se esconden de las miradas que los observan con poco o nulo interés. Incluso he presenciado -y me he beneficiado- de increíbles remates de etiquetas cuyo valor después del descuento alcanzaba el 70 u 80 por ciento por encima de lo pagado. Todos ellos vinos tintos, franceses, de etiquetado sobrio y poco atractivo, pero de impresionante calado para aquellos que nos consideramos poco versados -o sinceros neófitos- en la lectura de las categorías, denominaciones, y clasificaciones francesas. Para la próxima vez que compre vinos, asómese por el anaquel de Francia o de los descuentos de temporada, seguramente habrá sorpresas en las que vale la pena invertir.
Recomendación del mes
2025 será mi año francés. El brindis de los primeros segundos del 1 de enero fue con Dom Perignon 2013, y continuó con otras opciones espumosas y tintas del mismo país. Desde entonces, muchas de mis compras fueron desde la plataforma www.vinosdefrancia.mx (en instagram@vinosdefranciamx) de la que tengo un crush difícil de superar. Recomiendo sus opciones de champañas -para acabar con el infame dominio de LVMH-, y sus etiquetados de Borgoña y Burdeos que bien pueden servir para comprar un par de botellas: una para beber ahora y otra para guardar un par de años y esperar pacientemente su evolución. Bien vale la espera.
*Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico dedicado a la innovación en cocina mexicana. El conocimiento lo comparto en consultorías, asesorías, conferencias y masterclass alrededor del mundo. Informes y contrataciones en www.laloplascencia.com