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Gabriela Arias Martínez y Rosario Cortes Santiago[1]

 ¨Virginia Woolf decía que para que una mujer escriba es necesario un ¨cuarto propio¨, un espacio que signifique independencia y autonomía. El cuarto propio es el lugar deseable y la aspiración de toda escritora que sostiene la causa. El cuarto propio es la meta porque significa no sólo que puedes escribir, sino que lograste emanciparte lo suficiente para conseguir un lugar donde escribir. Es tiempo. Es dinero. Son privilegios de clase y raza y epistémicos¨ (Dahlia de la Cerda).

Pero, también dicen:

¨Olvídate del cuarto propio, escribe en la cocina, enciérrate en el baño… Yo escribo hasta en el excusado¨ (Gloria Anzaldúan).

Figura 1. Librero 1×1. Autoras

Nacimos en Minatitlán, una ciudad petrolera que parece sumida en el tiempo. Quien se fue y vuelve a ella treinta años después suele decir que Mina sigue igual. Casi nada ha cambiado desde hace varias décadas. Con todo, una generación de espíritus entusiastas como los de Rosario y yo vemos una tierra llena de potencial para sembrar semillas literarias en este suelo aparentemente infértil.

Nos unimos a este movimiento llamado Libros Libres desde el 2016 (Gabriela) y 2020 (Rosario) invitadas por el fundador de este movimiento Mario Sepúlveda, quien ya tenía erigidos varios coordinadores en distintas ciudades del estado de Veracruz y del país.

Posteriormente, se añadieron al grupo Manolo y Emilio. Estos últimos ha fungido como vínculo con las zonas escolares, lo que nos ha permitido, entrar en las instituciones educativas de la ciudad.

En plena pandemia, mientras lidiábamos con la ansiedad, con la incertidumbre y problemas existenciales propios de la edad adulta, nos sumimos en la lectura. Fuimos la única sede que se mantuvo activa con transmisiones en vivo liberando libros; si teníamos ocho personas que nos veían era mucho, pero jamás nos rendimos. En nosotras la llama por compartir nuestra pasión por la lectura estaba más que avivada.

A la par de todas las actividades que teníamos en nuestra vida diaria, tratábamos de crear espacios en los que se compartieran las lecturas, buscando siempre innovar porque sabemos que esto de las letras tiende a ser tildado de aburrido así que hacíamos todo lo posible porque cada actividad fuera atractiva. Lecturas en voz alta, cápsulas literarias, liberaciones en la vía pública, citas a ciegas con libros, reseñas literarias, etc.

Figura 2. Intercambio de libros en Ela Confitería

Un día, a finales del 2020, Mario nos habló y nos dijo que tenía muchos libros de escritoras y que si considerábamos idóneo poner un librero de escritoras (él ya había tenido contacto con la escritura de mujeres, incluso mucho más que nosotras) y fue ahí donde se nos ocurrió la idea de poner un librero Uno x Uno sólo de escritoras y, también un reto de lectura que denominamos Códigos Femeninos y fue así como lanzamos el primer reto en 2021.

Este reto de lectura ha sido un viaje para descubrir no sólo escritoras, sino toda una diversidad femenina tan rica y poderosa, que han dejado una huella muy grande en nuestras mentes. Leer a Mónica Soto Icaza nos liberó de esos tabúes tan anclados y heredados de nuestras madres. Leer a Dahlia de la Cerda nos hizo estremecernos con las historias tan vívidamente contadas en Perras de reserva. Leer a Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana y llorar al avanzar cada hoja sintiendo el dolor de perder a una hermana.

Fue en marzo, en el marco del Día Internacional de la Mujer, que empezamos a leer Tsunami 2, una compilación de obras de escritoras, en su mayoría mexicanas, que marcó una apertura mental hacia otras realidades. Nos permitió acercarnos a las mujeres de nuestro entorno desde otra perspectiva: más real, más empática, más consciente de que el mundo en el que vivimos no siempre ofrece las mismas oportunidades para todos… y especialmente, para todas.

Y el planeta de las letras no es la excepción.
Ahí también se han levantado muros, se han impuesto silencios, se ha negado la palabra.

Por eso hoy queremos hablarles del espacio en blanco.

Impregnar estas líneas con letras parece, a simple vista, una tarea sencilla. Pero mientras escribimos, nos invade una nostalgia extraña al pensar que, a cientos de kilómetros, tú nos lees. ¿Te has detenido a pensar en lo improbable que esto habría sido hace no mucho tiempo? En nuestra historia, las mujeres no teníamos un espacio de escucha. No se nos concebía como capaces de escribir un libro, de compartir ideas, inquietudes, ni de ser tomadas en serio. Nuestra voz no era más que un eco en la sombra.

En el día a día no siempre pensamos en escribir. Tal vez por desidia, por vergüenza, por miedo. ¿A quién le va a importar lo que tenemos que decir? Pero la verdad es que escribir es una forma de sanar. Hoy podemos hacerlo desde este rincón, con insomnio, preocupadas por las cuentas, el trabajo, la vida. Y, aun así, escribimos. Porque no siempre pudimos. Porque hubo un tiempo en que nuestras palabras eran censuradas, descartadas, ridiculizadas. Pensarlo nos revuelve el estómago.

Escribimos porque fantaseamos con que, algún día, otras mujeres -hijas, sobrinas, alumnas- encuentren estas palabras y se reconozcan en ellas. Que sepan que no hace falta saberlo todo para comenzar. Que escribir, aún con dudas y miedo, es ya un acto de valentía.

Y hoy escribimos también por una invitación inesperada: “Podrían escribir sobre el movimiento Libros Libres, y darle un giro desde la perspectiva de género”. Suena fácil, ¿no? Como si por ser mujer supiéramos hacerlo con los ojos cerrados. Pero no. La perspectiva de género no es una técnica que se activa automáticamente. Es una forma de ver el mundo. Y, en nuestro caso, una práctica cotidiana, aún sin nombrarla.

Una búsqueda en Google nos dice que “[…] la perspectiva de género es una herramienta para visibilizar desigualdades y relaciones de poder entre los géneros”. Pero más allá de eso, creemos que muchas de nosotras la vivimos sin academicismos, por ejemplo, cuando acompañamos a una amiga rota por una violencia silenciada, cuando defendemos nuestro derecho a decidir, a estudiar, a descansar, a no ser fuertes todo el tiempo.

En nuestro día a día convivimos con mujeres que son fuerza y ternura, que han vencido guerras internas y externas, que sonríen de día y lloran de noche. Mujeres que han leído a escondidas, que han escrito en servilletas, que han callado para sobrevivir. Mujeres diversas, reales. Por ellas también escribimos. Porque, aunque no nos sintamos con la autoridad para dar una cátedra, sabemos que cada palabra que hoy escribimos es parte de una memoria colectiva.

Cómo descripción personal, nuestros nombres no son tan importantes porque nos gustaría que se imaginasen a cualquiera de las dos: a Gabriela Arias o a Rosario Cortés, dos mujeres comunes, pero privilegiadas, con carencias en algunos aspectos, pero ricas en tantos otros. Nuestras historias de vida convergen en el fascinante mundo literario, tal como ya lo leyeron arriba. A lo largo de este tiempo, a la fecha, no hemos percibido temporalidad alguna, ya que cada día es un reto para nosotras, pensar en el movimiento y claro darle siempre esa frescura para captar más población lectora y quien sabe convertir a un “no lector o no lectora” en alguien lector o lectora.

Y aunque no siempre sepamos cómo empezar, aunque el miedo y los pendientes nos susurren que no hay tiempo, seguimos escribiendo. Porque lo hacemos no sólo por nosotras, sino por todas las que vinieron antes y por las que vendrán.
Porque hoy tomar la pluma, el teclado, la palabra, es también una forma de resistencia. Y así, con cada letra que nace desde el pecho, vamos ocupando ese lugar que por tanto tiempo se nos negó.  Ese que históricamente se nos arrebató.
Ese que hoy elegimos habitar sin permiso: el espacio en blanco.

*Integrantes del Colectivo Libros Libres Minatitlán.

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