Lalo PLASCENCIA*
En una cultura que al menos en apariencia exalta a la figura materna a la menor provocación, reconocer a los padres casi es un acto de resistencia y ruptura del status quo. En un país misógino y machista como México, el aplauso hacia la madre es compensación personal y expiación social. Casi una tradición que en la última década se ha revisado a profundidad, pero cuyos vicios parecen resistirse a ceder en espacios comunes como los ambientes laborales, la formación universitaria y algunos hogares. Pero es en el ambiente gastronómico que en lugar de disolverse parecen reforzarse, anquilosarse y sólo renovar su faz para mantenerse por generaciones. Del oficio gastronómico, de su poco avance en materia de equidad de género, y de la revisión de los patrones misóginos alrededor de la ejecución en el ambiente tradicional me ocuparé en otro momento porque, honestamente, habrá más tiempo que vida. Porque estas líneas estarán dedicadas a una figura paterna en específico: mi padre.
De las grandes lecciones de 2022 -que en realidad son el resultado de un proceso de más de tres años entre pandemia, idas y venidas fortuitas- es que mi familia nuclear (mi madre, padre, hermana y yo) también puede formar un equipo cuando tiene objetivos claros. Desde un par de meses antes del cumpleaños número 70 de mi padre -que cumple el hoy tan polémico 12 de octubre- por iniciativa de mi madre y hermana se gestó una fiesta sorpresa para celebrar el septuagésimo aniversario con la intención de reunir a gran parte de la familia con la que se tiene cercanía, amistades próximas, y a personas que de alguna manera han estado ligadas a su vida en las últimas décadas. Para ser honestos, el pivote de la organización fue mi hermana Diana, y mi madre procedió de manera resolutiva, sosteniendo la gestión y acompañando en todo momento. De mi parte confieso que siempre hubo alegría y nervios contenidos por el hecho de celebrar algo tan conmovedor, y aunque me hubiese gustado cocinar para la ocasión como un sincero regalo para quien pagó mis estudios en gastronomía, las razones de mis compañeras de equipo fueron más que suficientes para declinar dicha necesidad: teníamos que pasarla bien, estar atentos de los invitados y pendientes de que mi padre disfrutara al máximo. Motivado por una intervención quirúrgica de urgencia a la que se sometió el celebrado, la fiesta se retrasó un par de semanas hasta el 5 de noviembre. Tiempo suficiente para mejorar la calidad de la organización, asegurar otros invitados y en general apuntalar todo lo concerniente a un evento que para nosotros era de una magnitud única. Son obvios los nervios que se tienen por correr una invitación a tantas personas porque los motivos siempre sobrarían para cancelar, posponer, aceptar y no aparecer, o sencillamente -y en pleno uso de su libertad- no asistir y sí haber confirmado. Cualquier fiesta significa un reto para convertirse en éxito, y una fiesta sorpresa podría ser motor de caos o de alegría infinita. Ésta fue lo segundo.
Día de aprendizajes
Con todos los preparativos a punto, y con los invitados en el lugar dispuestos a recibir al festejado, mi padre entró por la puerta con la seguridad de que iba a acompañarme a un evento profesional al que me habían invitado -y sí, lo llevamos con una suerte de engaño para evitar cualquier sospecha- y así la sorpresa fue máxima. Abrazos, llantos muchas risas, buena celebración, pero sobre todo una jornada llena de emociones y lecciones que traigo a colación para inmortalizar en estas líneas.
Primero, agradecer y honrar a mi hermana y madre porque sin su gestión, dedicación, discreción y colaboración continua nada hubiera sido posible. En verdad su valía en todo este proceso fue máxima y su gracia para hacerme parte cercana de todo esto lo agradeceré siempre. El equipo conformado resultó en ganancias personales que apenas vislumbran sus beneficios.
Luego porque ver a mi padre ser celebrado por tantas y tantos, verle feliz y en modo de cándida sorpresa, verlo de reojo brindar con todas las mesas y compartir un momento especial de una manera poco estridente pero sí muy elocuente, fue una combinación entre orgullo, sorpresa, y satisfacción esclarecedora. Una persona discreta, de pocas palabras, en algunas situaciones taimado y en otras, explosivo con un diálogo interno intenso, pero con silencios prolongados, con una rara combinación entre paz y nostalgia se merece ser celebrado. Muchas lecciones vitales he recibido de él a lo largo de la vida, y esta fue una más: la de saber que la vida paga, que la gente buena siempre gana, que la bondad tiene mucho de complejidad y tristeza, y que ser una persona de bien no significa ni fama ni fortuna sino la tranquilidad de ser abrazado por decenas de personas en total sinceridad, libertad y amabilidad. El valor del ser humano es medido por sus actos y decisiones, y si ya lo había entendido hace algunos años, no puedo más que agradecer las suyas a favor de nuestro crecimiento como hijos y personas de bien.
Muchos ángulos para un sincero relato de aquel día de celebración. En mi caso es que fundidos en un abrazo casi al finalizar la noche lo único que pude expresar como parte de un gran agradecimiento es mi enorme orgullo por saber la persona que es, el ser humano que se ha convertido con todos los defectos, virtudes, facultades y ausencias que le caracterizan, con una frente en alto por lo que es y piensa, y con el pecho y espalda adoloridos por tanto abrazo afectuoso recibido ese día. Sé que reza el adagio que a los 40 un hijo siempre vuelve a valorar al padre y vuelve a convertirlo en ejemplo de vida al idealizarlo nuevamente como si de un infante renovado se tratase; en mi caso, más allá de la nostalgia, me sentí orgulloso por el ser humano que tenía en frente, por ser su hijo, y por compartir aquel momento a lado de mi madre y hermana. Mucho ha pasado para llegar a esos 70 años, al menos 40 de ellos he estado presente en su vida, y como si fuera hace 35 años lo único que puedo decir es que “papá, a partir de hoy cuando sea grande quiero ser como tú”.
Lalo Plascencia.Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico y del Sexto Sabor. Formador de 2,500 profesionales en 11 años de carrera. Sígueme en instagram@laloplascencia