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Nazareth BLACK*

MONTERREY, MTY.- Ayer, estando de trabajo por Monterrey, mientras me arreglaba frente al espejo redondo con aumento —de esos que abundan en los hoteles— repasaba mentalmente mis prioridades del día, enfocada en los grandes proyectos que estoy construyendo. Tenía en mente muy claros los objetivos que quería conquistar, los sueños grandes que quiero materializar.

De pronto la escuché, a la voz interna. Esa que muchos aprendimos a llamar “la loca de la casa” porque en ocasiones, disfrazada de lógica y sin pedir permiso, te lanza frases tóxicas en forma de prudencia. Ella, me susurró con tono de sentencia:

“Tienes diez años. Solo te quedan diez años para lograr lo que quieres. Luego ya no.”

¿Diez años para qué?

La voz no lo explicó, pero la entendí clarito: después de esos diez, yo sería “vieja” y ya no tendría el tiempo, la energía y, sobre todo, el permiso social para soñar en grande. Mucho menos para lograr cosas importantes.

Por suerte, no le di ni dos segundos de atención y le rezongué con convicción:

“¡¿Cómo rayos se te ocurre decir eso?! La edad no es un límite para nada. Yo puedo hacer lo que quiera, cuando quiera. Aunque tenga ochenta.” La silencié.

Salí del hotel con paso firme, victoriosa.

Por la tarde, de visita en casa de la familia, escuché un sonido familiar de la televisión encendida. Me acerqué con curiosidad, como polilla a la luz. En la pantalla, un concierto en vivo por streaming.

Birmingham, Inglaterra fue el escenario del último show de Ozzy Osbourne, quien se despedía oficialmente de los escenarios junto a la formación original de Black Sabbath.

Me emocioné y como se dice coloquialmente: agarré asiento, lugar y tabla y me senté en el sofá.

Vi y pretendí vivir ese momento histórico desde un cómodo sofá, a miles de kilómetros de donde mi corazón, definitivamente, hubiera querido estar. Mientras movía la cabeza al ritmo del rock, noté que el movimiento era suave, pausado. Muy distinto al de mis años en el Nirvana —no el grupo, sino un bar en Monterrey donde pasé incontables noches con mis mejores amigos y mosqueteros Beto y Melissa entre cervezas, rock y carcajadas. Y el que hace poco decidieron cerrar, esa es otra historia.

Y allí, justo allí entre las estridencias del rock y la comodidad del sofá de antaño, me cayó una metáfora de esas que duelen porque son al mismo tiempo tan real como crudas y no te dan espacio para justificarte.

Ese sofá donde estaba sentada viendo el concierto era el símbolo perfecto de la vida cómoda en la que a veces nos escondemos. Todos, si, si nos escondemos.

Nuestra zona de confort se vuelve como el sofá, un lugar mullido, tranquilo, desde donde vemos el transcurrir de la vida sin arriesgarnos demasiado. Un espacio donde aplaudimos la pasión ajena… pero sin movernos. El sofá se vuelve refugio, y excusa.

Lo volvemos la herramienta perfecta para justificar que ya no estamos para ciertas cosas, que mejor vemos la vida desde lejos, sin demasiado ruido, sin riesgos. (Confieso que mientras escribo esto, hay una paradoja en juego: estoy en mi muy cómodo sofá, ajustando los acordes finales de este texto, con la lluvia golpeando los cristales, vino tinto en la mesita y jazz de fondo, ¿Debería acaso salir a bailar bajo la lluvia y dejar mi cómodo sofá?)

Cierro ese paréntesis mental, pero no sin antes reconocer que el sofá no es el problema… El problema es quedarnos ahí demasiado tiempo. Es esa delgada línea gris entre el descanso y la evasión y las muchas veces que disfrazamos de “prudencia” lo que en realidad es miedo.

Pienso en el sofá como esa etapa de la vida donde dejamos de hacer y empezamos a observar. Donde vemos a otros vivir con intensidad mientras nosotros “trabajamos”, “cumplimos”, “administramos”. Pero ya no soñamos con la misma locura ni actuamos con la misma pasión.

Con el paso del tiempo si hay suerte, lo que queda es cambiar el sofá por otro más amplio, más cómodo, que nos permita seguir siendo observadores.

Mientras el concierto seguía, mi cuerpo se movía con suavidad, no obstante, mi mente reflexionaba a toda velocidad. Pensé entonces que la comodidad también puede ser un disfraz del miedo.

Miedo a intentar. Miedo a fallar. Miedo a hacer el ridículo a “esta edad”.

Allá en Birmingham, las canciones subían de tono, y yo sentía cómo mis movimientos eran cada vez más sutiles. Porque mi cuerpo estaba aquí, pero mi alma había volado. Estaba en primera fila, con Ozzy. Con todos ellos.

CLEVELAND, OHIO – OCTOBER 19: Inductee, Ozzy Osbourne speaks onstage during the 2024 Rock & Roll Hall Of Fame Induction Ceremony streaming on Disney+ at Rocket Mortgage Fieldhouse on October 19, 2024 in Cleveland, Ohio. (Photo by Kevin Mazur/Getty Images for The Rock and Roll Hall of Fame)

Emocionada, me vi reflejada en la pantalla. El pasado, el presente y el futuro se entrelazaron en mí. Y, la reflexión tomó mejor forma.

Esta vez no reflexioné solo por mí. Reflexioné por mi y por todos mis amigos -como decíamos al jugar a las escondidas de niños-.

Reflexioné por cada persona que alguna vez ha sentido que su edad es un límite.

Por quienes creen que ya es tarde para escribir ese libro, lanzar esa empresa, mudarse de país, comenzar a correr, aprender batería o amar con locura.

Recordé mis años más rebeldes con cortes de cabello y colores imposibles, estoperoles, cadenas. Eyeliner negro… no, eyeliner no, eso me salía fatal. La verdad, nunca supe maquillarme.

Más adelante, los mosqueteros —Beto, Melissa y yo— cambiamos las cervezas por vino tinto, los conciertos casi siempre por YouTube. Pero el espíritu seguía. O eso creía.

Luego crecí más. Acumulé unas millas más en mi odómetro de vida y el trabajo comenzó a ocupar más espacios en ella. Entonces comencé a escuchar teorías sobre el “muro” de las mujeres a los 40. Esa absurda narrativa de que llegamos a un punto de quiebre donde nuestro valor como mujeres decrece. No obstante, esto no es asunto de género, el asunto de ser “ser mayores” nos afecta a todos. Escuché también sobre la discriminación por edad en el trabajo, en el emprendimiento, en la moda… incluso en el amor.

Empecé a notar cómo nos alejamos de experiencias que nos transforman positivamente, simplemente porque creemos que “eso ya no nos toca”.

Como si alguien viniera a quitarnos el derecho de explorar, aprender o comenzar de nuevo, solo por haber crecido “de más”.

Esta atrocidad se llama “edadismo”. Y el edadismo es un concepto agresivo en todo sentido.

Y lo peor es que muchas veces, el primer agresor somos nosotros mismos por comprar semejante tontería. (en lugar de “tontería” quisiera decir una muy mala palabra, pero mi mamá me lee y aún me regaña, así que use usted su majadería favorita).

Ayer, esa voz en el espejo me lo recordó. Era yo misma diciéndome que tenía fecha de vencimiento.Y eso es grave. Porque el edadismo más peligroso es el que compramos sin cuestionar. Ese que nos hace pequeños, limitados, vencidos. Y nos convierte en inquilinos eternos del sofá de la vida.

El concierto seguía.

Abrí más los ojos como queriendo meterme en la pantalla. Entonces cambié la perspectiva.

Vi el concierto. Vi a Ozzy. Vi a Axl de Guns. A James de Metallica. Vi a tantos sobre el escenario, rockeando pasados los 60. Con arrugas, con canas, con una energía distinta… sí, distinta, pero no vencida. Distinta y feroz, muy feroz.

La esencia del rock es eso, es libertad. Es irreverencia, es innegable autenticidad.

Los rockeros no tienen límites. No piden permiso. No se apagan. Siguen encendidos.

¿Y nosotros?

¿En qué momento cambiamos el escenario por el mullido sofá?

¿En qué momento dejamos de hacer ruido, de construir y lograr objetivos con el alma?

Yo siempre he sido rockera. Incluso en el mundo corporativo. No obtstante, siendo sincera, si me apagué un poco en los últimos años. Y hoy, esta columna no es solo una reflexión.

Es una declaración.

Porque sé que escondí incluso una parte importante de mí para encajar.

Estoy lista para liberar a mi lado rockero. Ese que amarré en el sótano para no incomodar a los señores vestidos de gris. Ese que es mío. Ese que soy yo.

Y como todo en esta vida se logra no solo con emoción o discurso, sino con método, pensé en algunos pasos que pueden servir para aplicar esta filosofía rockera a la vida profesional:

  • Desobedece con elegancia: No se trata de romper por romper la guitarra en el escenario, sino de cuestionar con fuerza todo lo que te limita a soñar grandes sueños y a lograr grandes metas. Si algo te limita para mal, entonces, no dudes y rómpelo como rockero que rompe la guitarra en pleno show.
  • Hazlo con pasión: Lo que vayas a hacer, hazlo como si estuvieras en un escenario frente a miles. Una cosa es cierta: siempre hay un público observándote. Aunque no lo creas, no lo quieras y/o no te des cuenta. Siempre hay alguien observando.
  • Rodéate de tu banda: Una vez leí un pensamiento: “¿Qué es más importante, el viaje o el destino” -preguntó el gran panda. “La compañía” -respondió el pequeño dragón. Dicho esto, rodéate de personas que te inspiren, te acompañen y te eleven. Músicos de calidad; pocos, asegúrate de elegir a los mejores.
  • Que se escuche tu voz: En el negocio, en el arte, en tu casa. En donde sea que te presentes. Usa tu voz rockera. La voz rockera es seductora porque es inteligentemente asertiva.

Mientras tanto, yo:

Hoy me declaro libre del edadismo.

Elijo seguir soñando sin cronómetro.

Hoy desde el escenario de estas letras, me recuerdo que:

Yes, I’m a rock woman.

Hoy elijo prender mi amplificador. Vivir con más volumen. Porque si el rock no tiene fecha de caducidad, mis sueños tampoco. Y tú, que estás leyendo esto desde tu propio sofá… ¿no es hora de volver al escenario?

Nota 1: El concierto fue el día: 05 de julio de 2025. Al siguiente día escribí la columna y tardé un par de semanas en encontrar el tiempo para corregir y pulir antes de publicar. Día de publicación 23 de julio de 2025 en mi portal

Nota 2: Ningún sofá sufrió daños durante la filmación elaboración de esta columna.

Nota 3: Ayer murió Ozzy. Me duele.

 

*CEO de Zacua, Motores Limpios y Evolena / Mujeres en Industria. Impulsora de la electromovilidad, la innovación sostenible y el liderazgo con propósito en México y América Latina.

www.NazarethBlack.com

 

 

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