Alfredo MARTÍNEZ DE AGUILAR
- Cuando un descarrilamiento se contempla como un problema ajeno y futuro, lo que realmente descarrila es la ética pública. Y en obras de esta magnitud, ese cinismo no es solo inmoral: es peligrosamente diabólico.
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Esa mentalidad marca muchos de los grandes fracasos de los proyectos insignia en infraestructura de Morena en la 4T en México: obras que se inauguran con prisa, se defienden con propaganda y se abandonan cuando aparecen las fallas estructurales.
La frase atribuida a Pedro Salazar Beltrán, proveedor de balastro del Tren Interoceánico, amigo de Bobby López Beltrán —“Ya cuando se descarrile el tren, pues ahí ya va a ser otro pedo”— no es solo una expresión vulgar: es la radiografía de la forma de gobernar de la 4T y construir pésimas obras públicas en México.

No se trata únicamente de una declaración desafortunada. Es una confesión involuntaria de una lógica profundamente arraigada en los gobiernos de Morena: cumplir hoy, deslindarse mañana y que el desastre lo pague el pueblo en el futuro.
El balastro ferroviario no es un asunto menor ni un insumo decorativo. De su calidad depende la estabilidad de las vías y la seguridad de los trenes. Minimizar su importancia equivale a aceptar que un descarrilamiento no es una posibilidad que deba evitarse, sino un problema que se resolverá —si ocurre— cuando ya no haya responsables visibles.
El Tren Interoceánico ha sido presentado como proyecto emblemático del desarrollo nacional. Sin embargo, frases como esta revelan la contradicción de fondo: mientras el discurso oficial habla de bienestar y transformación, en la práctica se normaliza el riesgo y se posterga la responsabilidad.
Esta “sentencia diabólica” no condena solo a una persona, sino a un sistema donde proveedores, supervisores y autoridades asumen que lo importante es inaugurar, no garantizar; avanzar, no asegurar; construir rápido, aunque sea mal.
Cuando un descarrilamiento se contempla como un problema ajeno y futuro, lo que realmente descarrila es la ética pública. Y en obras de esta magnitud, ese cinismo no es solo inmoral: es peligrosamente diabólico.
El desarrollo de grandes obras de infraestructura suele venir acompañado de discursos oficiales sobre progreso, modernización y bienestar regional. Sin embargo, también arrastra riesgos: opacidad, decisiones técnicas cuestionables y, en el peor de los casos, una normalización del daño potencial.
En ese contexto se inscribe la frase atribuida a Pedro Salazar Beltrán, señalado como proveedor de balastro para el Tren Interoceánico del Istmo de Tehuantepec: “Ya cuando se descarrile el tren, pues ahí ya va a ser otro pedo”.

La expresión, cruda y coloquial, ha sido interpretada por críticos y analistas como una “sentencia diabólica”, no por su tono vulgar, sino por lo que revela: una aparente indiferencia frente a las consecuencias futuras de decisiones técnicas tomadas en el presente.
El balastro: una pieza invisible pero crucial. El balastro —la capa de piedra que sostiene las vías del tren— es un elemento fundamental para la seguridad ferroviaria. Su calidad, resistencia y correcta colocación influyen directamente en la estabilidad de la vía, la distribución de cargas y la prevención de descarrilamientos. No se trata de un detalle menor ni de un insumo intercambiable sin criterios estrictos.
Por ello, cualquier señal de despreocupación respecto a su desempeño a largo plazo resulta alarmante. Cuando un proveedor minimiza el riesgo futuro, el problema deja de ser técnico y se convierte en ético y político.
Una frase que desnuda una lógica peligrosa. La frase atribuida a Salazar Beltrán no puede leerse solo como una expresión informal. En el contexto de una obra estratégica para el país, sugiere una lógica de deslinde anticipado de responsabilidades: el problema no es hoy, no es ahora, no es mío. Es una forma de patear el riesgo hacia adelante, hacia el momento en que el daño ya sea irreversible.
Esa mentalidad es la que ha marcado muchos de los grandes fracasos de los proyectos insignia en infraestructura de Morena en la 4T en México: obras que se inauguran con prisa, se defienden con propaganda y se abandonan cuando aparecen las fallas estructurales.
El Tren Interoceánico y la promesa del desarrollo. El Tren Interoceánico del Istmo de Tehuantepec ha sido presentado como un proyecto clave para detonar el desarrollo del sureste mexicano, conectar océanos, impulsar el comercio y generar empleos. Precisamente por esa importancia estratégica, los estándares de calidad y supervisión deberían ser más altos, no más laxos.
Cualquier señal de negligencia —real o percibida— erosiona la confianza pública. No solo se pone en riesgo la seguridad de futuros usuarios, sino también la credibilidad del propio proyecto y de las instituciones que lo respaldan.
Responsabilidad, no cinismo. La llamada “sentencia diabólica” no condena por sí misma a una persona, pero sí expone una cultura peligrosa: la del cinismo técnico, donde el cumplimiento mínimo basta mientras el desastre no ocurra “en mi turno”. En obras públicas de esta magnitud, esa actitud es incompatible con el interés social.
Más allá de nombres propios, el debate de fondo es claro: ¿quién responde cuando se sacrifica calidad por rapidez o ahorro?, ¿quién asume las consecuencias cuando los riesgos advertidos se convierten en tragedias con 13 muertos y 98 lesionados?, ¿y por qué seguimos aceptando que el futuro se trate como “otro pedo”?
La frase atribuida a Pedro Salazar Beltrán se ha convertido en símbolo de algo más profundo que una declaración desafortunada. Representa el choque entre dos visiones: la del desarrollo responsable y la del negocio inmediato sin mirada de largo plazo.
En un país donde la infraestructura ha costado vidas cuando falla, minimizar un posible descarrilamiento no es una broma ni una salida coloquial: es una advertencia. Y como toda advertencia ignorada, puede terminar cobrándose un precio demasiado alto.
alfredo_daguilar@hotmail.com director@revista-mujeres.com @efektoaguila








