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 Daniela HERNÁNDEZ LÓPEZ*

A pesar de los progresos en la visibilización de la violencia de género a las que nos vemos sometidas en el día a día, existe un sinfín de modalidades de esta que aún no se reconocen con la misma facilidad que otras como la física, psicológica, sexual, económica, electoral, por nombrar las más sonadas, no sólo por el desconocimiento en su detección si no por la tolerancia social que ha impedido ponerles un freno real, llevando incluso a su normalización.

Un claro ejemplo es la Violencia Vicariala expresión más cruel de violencia de género”, nombrada así desde hace más de 10 años, por la psicóloga clínica y feminista Sonia Viccaro, siendo un tema frecuente de violencia recurrente en las mujeres de todo el mundo, pero detectada y analizada por pocos países como Argentina, Colombia y España, la cual pese a su importancia, recurrencia  y efectos irremediables, no fue hasta hace escasos meses que en nuestro país, comenzó a ser sonada, reconociendo y poniendo nombre a las conductas cotidianas de muchas ex parejas, pues la violencia vicaria, es aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos, especialmente de sus hijas e hijos, demostrando que la violencia no cesa ante la disolución  del vínculo entre el hombre y la mujer que tuvieron un lazo sentimental, si no que puede transformarse y continuar ejerciéndose a través de seres queridos de la mujer, aunque sean los propios hijos de ambos progenitores.

La Violencia Vicaria, no es otra cosa que los hechos de violencia machista ocultos en la privacidad de las familias, es el nombre que tienen las conductas que se han venido denunciando y de las que se han dolido millones de mujeres, aquellas por ejemplo, que dejaron de ver a sus hijos la última vez que se los entregaron a sus padres para una convivencia; la violencia vicaria son las denuncias de miles de mujeres que en su intento de alzar la voz fueron sometidas y calladas con un “Eso no es violencia”, “No, a usted no la están violentando”, “Es el padre de sus hijos, eso no es un delito”, “¿El señor tiene fijadas convivencias?, entonces no es un delito”; sin fin de respuestas que han acrecentado el dolor y angustia de muchas mujeres, pues la violencia vicaria, no puede ser comprendida sin su vinculación con la violencia institucional que hemos venido sufriendo desde hace años atrás, cuando los encargados de administrar justicia soslayan conductas de odio, de rencor y de venganza hacia las mujeres, al ignorar conductas que constituyen focos rojos y que deben atender con toda diligencia, respaldando conductas de amenazas e incumplimientos. ¿Cuántas veces hemos escuchado amenazas de ex parejas hacia la madre de sus hijos como: “Son mis hijos, tu no me pondrás horarios”, “No te los regresaré este fin de semana”, “Querías que nos separáramos, esas son las consecuencias”, “No volverás a saber de ellos”, “Te quitaré a mi hija/hijo”, “Te vas a arrepentir”, “Te daré donde más te duele”?, seguro las mismas veces que juzgadores lo han escuchado y leído de las víctimas, y madres de familia en repetidas ocasiones, dejando de tomarle la importancia que requiere y respaldando estas agresiones, ponderando un futuro “castigo” frente a la prevención.

Reflexionemos, este tipo de violencia se normaliza o ignora cuando somos una sociedad cómplice que cuestiona a las mujeres, que las juzga por sus elecciones, que no les da credibilidad, como familia, como amigos, como abogados y defensores de estos los propios agresores, como “impartidores de justicia” que soslayan o invisibilizan. Las historias de Violencia Vicaria se repiten una y otra vez y siguen un patrón similar, no dejemos que esta violencia perpetue, es una realidad sumamente dolorosa que sólo podremos atacar cuando comencemos a nombrarla.

*Abogada. IG / FB: RamírezLunaCorporativo

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