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«Trabajar ligero no es trabajar menos seriamente; esto depende del aplomo que se tiene y de la experiencia» Cartas a Théo / Vicent Van Gogh.

Edgar SAAVEDRA

Fotografías: Jorge Luis Plata

Empiezo de forma exquisita citando a uno de los poetas malditos: «El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos». Sin sonar a obligación, esta debería ser la sentencia del pintor hoy día. De alguna manera lo es, poco, sí, pero lo es. Distorsiona la realidad a veces como un niño ingenuo, curioso, un poco torpe, pero con el alma, que (a veces) no sabe que la tiene y que lo impulsa desde lo incognito. Las pinturas de Roque Reyes son en ocasiones realistas, otras suceden bajo el encanto de lo naif*; en ocasiones es colorista e incluso le da por la abstracción. Hago una circunnavegación básica por sus técnicas, cualidades pictóricas y géneros solo a ojo de buen cubero, advierto.

No lo sé de cierto –dice Sabines– pero es probable que él ande en la búsqueda de su propia fisonomía histórica. Es loable, primero, porque es honesto en reconocer sus limitaciones, y por otro, no se ha dejado seducir por el barritar de los elefantes del aparador oaxaqueño, una manada poco sutil y suficientemente decadente (salvo un peccato diminuto de una pieza donde un espíritu rojizo con apariencia de alienígena levita y acompaña a un paternal paquidermo).

Vamos bien, solo supongo. No obstante, el camino es largo, hay que tomar en cuenta el concepto de «punto de orientación». ¿Qué? El punto de orientación –en el contexto de este breve ensayo– es la calibración intuitiva por la que Roque Reyes desanda el camino de la pintura, por cierto, también de oficio fotógrafo. Es el hacia dónde voy con (alguna) certeza de manera confiada y arriesgada, en su misma medida. No obstante, es algo más: son ciclos, procesos, tiempos, intenciones, posibilidades y rompimientos en el sistema de la pintura. El «punto de orientación» en algún momento se convierte en punto de quiebre.

Toda la pintura, creo, debe romperse en algún momento. Lo digo de manera metafórica, aunque muchos colegas deberían literalmente hacerlo o dedicarse a la manualidad de las chambritas. Roque debe insistir en no perder su «punto de orientación», que se obtiene, además, por los viajes, las lecturas seleccionadas ex profeso y el desarrollo de una propia filosofía de la pintura. Estoy (casi) de acuerdo que lo bonito es una noble contraparte de lo asesino que somos los seres humanos en este tiempo (el narco, la guerra de Ucrania versus el rey del norte, Rusia; el genocidio contra el pueblo palestino por los sionistas tik toker, etc.) Ni ver un cadáver nos hace humildes, decía Ciorán.

Su pintura, por ahora, es bonita (y creativa, con técnica bien resuelta) sin que degrade hacia la chabacanería estudiantil. Que mal gusto, por ejemplo, que fuera pequeño saltamontes de Takeda. Pero le falta, a su pintura, generar más reflexión, más atrevimiento, más creatividad inquisitiva…

Me gustan, particularmente, los paisajes incluidos en esta exposición. Son confiados, bien ejecutados. La mente de este pintor es un campo abierto, lleno de resoluciones, enigmas retos y tránsitos del gusto y la capacidad. Una pintura sobresaliente en esta exposición es en la que aparece un puma recostado, vigilante, parsimonioso. La distorsión de sus entornos es un gesto cualitativo en términos compositivos. En el primer plano las hojas silvestres están definidas; al fondo, sin embargo, es una atmosfera de selva en matices verde oscuros. La luz de este cuadro, que irradia o cae en la apacible bestia, es una genialidad. Me quiero imaginar una serie inspirada en esta pintura, quizás al mero estilo del “Aduanero Rousseau”. Mientras tanto, nos quedamos con la idea de que Roque Reyes es un Vagabundo del alba. Contemplamos el amanecer de este pintor. Y hoy lo celebramos.

 

*“Representación de la realidad afectando la ingenuidad de la sensibilidad infantil y se caracteriza por una gran simplicidad en las formas”.

*Periodista cultural.

edgarsaavedra@outlook.com

 

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