“Cuando pierdes a alguien que amas en realidad no te abandona. Se muda a un lugar especial en tu corazón.”

— Frankenweenie (Tim Burton, 2012).

 

Karla MARTÍNEZ DE AGUILAR

¿Cómo resumir 11 años del amor más puro?

Mi Kiwitoy, mi nene, mi pulgita, mi guapo, perro enano, Rey del Universo y ¡tantos nombres que te decíamos!

Mitad poblano, mitad oaxaqueño, desde el primer momento te ganaste mi corazón y compartí ser tu mamá con mi hermana Alexa; nos autodenominamos “Las mamitas de Kiwi”, nombre que las cuentas de streaming nos recuerdan.

Todos los perritos son especiales, pero tú tenías algo que te hizo brillar en todos lados como a tu hermana Moesha. La doctora Carol te describió como el príncipe más guapo, educado, cariñoso, formal, ¡toda una celebridad! Te encantaban las muestras de cariño, los apapachos; la admiración que generabas por lo bien portado y las fotos por lo hermoso que eras, siempre nos los hacían saber.

Sólo tú Kiwi y únicamente tú, fuiste al Teatro Macedonio Alcalá para acompañar a tu abuelo y a mí a una sesión fotográfica para celebrar los 20 años de la Revista mujeres Shaíque; foto que quedará para la posteridad. También, fuiste nuestro modelo para promocionar cada edición y en realidad, posabas para promocionar diversas cosas.

Nunca caminaste en la calle, siempre en brazos o en tu cangurera y amabas los paseos en coche; era difícil salir del hogar sin ti porque veía esos ojitos tan expresivos diciéndome ¿me llevas?. Me acompañaste muchas ocasiones a mis reuniones de trabajo -siempre atento o chismosito más bien- en algún taller de un artista, café o restaurante pet friendly.

Tú tamaño nunca te importó y decíamos: ¿qué tal? es un bebé, pero súper valiente y protector (viene a mi mente tu ladrido tan único con la patita levantada). Tu olor a cheetos en tus patitas con una mezcla de pipí, ¡era lo máximo!. Te llene de besos, abrazos, palabras de amor tanto como pude (tu mamá Alexa y tu tía María Jose me hacían burla con el personaje de Elvira de los Looney Tunes por lo obsesionada por ti y por todos los perritos que me topo) y algunas veces, me imaginaba por tus ojitos que me decías: ya mamá, sé que amas, pero ¿ya me quieres abrazar y besar otra vez? cálmate ¿ok?, ¡yo también te amo Mamá!

Tu mamá Alexa decía: Kiwi tiene el tamaño ideal para abrazar y cargar. Te acomodabas como un bebé y ¿qué tal bailabas con tu abuela?, ¿qué tal todas las canciones que te inventamos? Las seguiremos cantando porque aunque físicamente ya no estás, sigues presente de otra manera.

Espero haberte hecho tan feliz como tú me hiciste a mí porque ¡cambiaste mi vida!, me inspiraste para trabajar en mí y ser una mejor persona, me motivaste para imprimirle pasión y dedicación a mi trabajo. Siempre estaba pensando qué comprarte para que combinaras de outfit con tu abuelo y ya tenías tu clóset con pijamitas, camisas, pajaritas, sweteres; todo lo que veía, lo quería para ti.

Hubiera querido llevarte a pasear mucho más, pero me dio temor que el calor, el aire acondicionado o el tiempo que me acompañaras, te afectara más, pero hablé siempre de ti y te presumí con toda la gente con la que estuve; hasta tienes tu colección de stickers para whastapp y cuenta en instagram (kiwitoy_mtz).

Valoro y atesoro cada momento que vivimos juntos y aunque quisiera haber tenido más años a tu lado (nos faltó hacer realidad un gran sueño juntos), es egoísta retenerte a costa de tu salud. Fuiste nuestro confidente, nuestro paño de lágrimas, nuestro amigo, nuestra compañía, lo fuiste todo; con solo verte, cualquier enojo o malestar, se olvidaba. Y cómo poder olvidar que fuiste nuestro enfermerito que con tanto amor, dedicación y paciencia, nos acompañábas cuando alguien se enfermaba, y con lamidas o -besos de amor, como decíamos- querías curarnos.

El amor hacia los animales me ha permitido publicar temas de concientización para protección animal entrevistando a Mariana Rodríguez de Espíritu Pitbull y a la doctora Carol de Armonía Animal Mx, quien nos ayudó a comprender tu enfermedad y nos ha brindado tranquilidad desde tu partida.

Por supuesto, mérito merece el doctor Luis Mariscal, tu veterinario, quien se encariñó contigo; fuiste el paciente favorito y cuando ibas a chequeo, decíamos que te ibas a tu guardería e imaginábamos todo lo que les contabas a los demás perritos sobre tu familia. Él, tu doctor, hasta el último momento hizo lo posible para reanimarte. ¡Gracias doctor por cuidar tanto a Kiwi hasta su último suspiro!

Tu compañía durante esas largas horas que pasaste a mi lado durante la maestría y en la computadora trabajando; tu paciencia para las miles de fotos que te tomamos; que te duermas conmigo, sentir tu calor o tu espalda junto a mí; ver tu sombra y el golpe de tu colita afuera de mi habitación esperando entrar o esperando que subieramos a desayunar; tu mirada para que te diera de comer con mi mano tu comida, los antojitos que te gustaban o ponerte más agua. Todo ello lo atesoro inmensamente y añoro nuevamente.

Podemos escribir un libro de tantas anécdotas, aventuras e historias que tendrías episodios de algunos enojos que nos hiciste pasar (tenías tu carácter aunque parecieras un peluche como la gente decía), momentos únicos e irrepetibles. Por ejemplo, en el cumpleaños de algún miembro de la familia, celebrábamos tu vida también y hasta porra al final incluíamos.

Tu inteligencia siempre nos sorprendía como cuando planeaste quitarles los juguetes a Tito quien los tenía bien resguardos en su cama; ¡fue memorable!. Avisabas cuando llegaba el camión de la basura, cuando era domingo y te alistabas para ir con nosotros a comer al restaurante y sabías cuál era tu lugar designado en la mesa del mismo así como en el comedor del hogar. Cuando entraba una llamada telefónica, hacías un gesto como si te preguntaras ¿quién le habla a mi mamá?; o cuando te confundían con un peluche hasta que te movías y bromeábamos diciendo que eras el peluche de apoyo emocional; o cuando sorprendiste a Alexa y te comiste la pizza y su pan dulce; o cuando nos avisaste que te habías lastimado tu patita; o cuando olfateabas la comida y si estaba fresca, la comías, sino, no. Tenemos miles de anécdotas en cada rincón del hogar y de los lugares a los que íbamos que por momentos nos dan alegría, pero por otros, nos entristecen por no tenerte físicamente.

Deben existir más lugares pet friendly como Expendio Tradición, Papolina, Café brújula y Restaurante Catedral. A este último, ibas cada domingo donde te ganaste el cariño de tu amiga Fede quien iba a saludarte y aprovechaba para cargarte; también, el afecto de Paco, Alex, Carmen y de algunos otros meseros que con gusto te saludaban. Causaste admiración entre los diversos comensales por lo bien portado y hermoso que eras; algunos pedían cargarte o acariciarte, y hasta nuevos amigos hicimos por ti. Nos daba risa que mejor preguntarán por Kiwi que por algún otro miembro de la familia.

Es increíble cómo un ser tan pequeño pudo impactar en la vida de muchas personas; eso, muchos humanos anhelamos.

El primer domingo que fuimos a comer sin ti, fue muy difícil sobrellevar tu ausencia física ya que nos veían llegar en fila: tú, en brazos de tu papá-abuelo, tu abuela, Alexa y yo, detrás. Fue inevitable que preguntarán por “la bendición” con un poco de temor por confirmar la noticia de tu partida; ahora eran 4 sillas y no 5, ya no era ni será la mesa del Kiwi.

Disfrutaste la vida con las cosas más simples: jugar por horas y horas con tu pato verde, hueso, pelota o el kong, ¡te hacían muy feliz y eras incansable! Y, también disfrutabas comer tómate, chayote, brócoli, ejotes, manzana, mango, sandía, pan y tlayuda; cuando comías verdura, tu abuela Jose decía “comes igual de rico como tu mamá Karla que hasta se antoja comer verdura”. Tampoco olvidaré cómo dormías tan rico que pegabas el sueño.

 

A pesar de tu enfermedad diagnosticada hace cinco años, soportaste tus medicamentos y tratamiento (tu nebulizador llamado Pecas te acompañó hasta el último suspiro) con ese gran espíritu guerrero que te caracterizó. Sé que prolongaste lo más que pudiste tu vida y me acompañaste en mi cumpleaños; al final, el crecimiento de tu corazón se igualó al amor hacia tu familia y ese fue tu final. Te fuiste en paz, rodeado de tu familia y en un momento inesperado para nosotros aunque tal vez, fue el adecuado para que no te vieramos sufrir y eso siempre lo tuvimos presente. No queríamos que sufrieras.

 

Gracias Kiwi por elegirnos como tu familia, por querernos a cada uno de nosotros de manera única, por enseñarnos tanto, por darnos una lección de vida, amor y resiliencia ante una enfermedad, de la importancia de permanecer juntos como familia y de disfrutar la vida porque sólo es un instante. 

Aunque el dolor de tu partida nos duele y deja un gran espacio vacío, nunca cambiaríamos estos años a tu lado.

P.d.-Si las personas amarán y respetarán a los animales este mundo sería diferente

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