Arturo DIEZ*
LEÓN, GTO.- Entre lo más bonito de la literatura está cuando una lectura te lleva a otra cosa. Encontrar la relación de un texto con algo más. Cuando la experiencia de lectura se funde con otros elementos que muy probablemente no tienen relación intencional y, sin embargo, aparecen. Después de diez años volví a leer La tumba de José Agustín (Acapulco, 1944) y no dejaba de pensar en la textura del azul de Yves Klein.
La primera vez que leí La tumba iba en la universidad. Ya escribía, como durante mucho tiempo lo he hecho, pero también aspiraba a algún día publicar. Me sorprendía cómo alrededor de los 20 años José Agustín había publicado su primera novela. Y, además, esta me parecía buena. Era disfrutable, con una voz narrativa potente y con elementos filosóficos que le añadían aires de sabiduría. No se valía de hazañas gloriosas para narrar y el final fue inesperado.
Diez años después me pregunto por qué en mi mente almacenaba que la había publicado a los 17. Vuelvo a mirar en Internet y dice que se publicó en 1964. Voy al librero, tomo la novela y veo que al final escribió “enero/abril de 1961”. Es decir, la escribió a los 16, pero cuatro años después publicó. En esta segunda lectura el final no sería sorpresivo. Sin embargo, la novela no funciona únicamente por ese efecto. A lo que presté atención ahora era al recurrente techo color azul.
Sobre la novela, Gabriel Guía es un adolescente de 16 años, de familia rica que pasa el tiempo entre la escuela, fiestas, su carro, lecturas y escritura. Entre tanta fiesta y algarabía, se enfrenta también con la muerte. Gabriel es un antihéroe, un narrador-personaje al que no le importa quedar mal en su historia. Es un joven inteligente y veleidoso, a quien le gusta molestar a los demás y alcoholizarse. Pero cuando el alcohol o el amor de alguna de las chicas de las que parece enamorarse en la historia deja de correr por su sangre, se tira en su habitación y mira el techo azul. Ese azul me hacía pensar en Klein. Pero el azul de La tumba simboliza la tristeza, el aburrimiento. Está también asociado con lo circular.
Los círculos pueden ser por el mareo de un borracho, pero también, son otra vez el aburrimiento, la vida que parece pasar y siempre termina repitiéndose. Cada vez que la historia trata de avanzar parece ser la repetición de una misma secuencia. El alcohol ya no alivia, el amor tampoco. En la relectura el final se torna predecible. Pero también, el deleite del círculo está en sus curvas, no en alcanzar algo. Pienso en la foto de Klein con un gesto melancólico diciendo adiós con la mano pintada de su color azul.
*Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía.
Contacto: arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com