Jennifer JIMÉNEZ*
GUADALAJARA, JAL.-Por un momento salgamos de nuestro cuerpo o percepción de él. Imagina que tienes la capacidad de ver todo desde fuera, desde un punto neutral. Olvídate de tu identidad. Es decir, que en quien te has convertido se quede en tu cuerpo físico. Con esto me refiero a todo lo que has fabricado de tu persona y a lo que no también, como tu apariencia natural. No eres la empleada o empleado que trabaja en fulanita empresa o que tiene su negocio propio. No eres la víctima de la infidelidad de tu pareja. No eres la mujer o el hombre de tantos años, que vive en tal lugar, que pesa equis peso y mide equis centímetros. Olvídate de todo eso.
Y desde ahí afuera, despojado o despojada de todo lo que caracteriza tu identidad o tu personaje en esta vida, pregúntate si eres el mar o la gota. Es un tanto difícil poder contestar esta pregunta cuando te percibes separado de todos los demás, en tu individualidad. Es por esto que te pido te despojes de todo. Te quedarás tal vez con una sensación de presencia infinita, de presencia viva, como si fueras una energía eterna flotante. Ahora imagina que cada persona hace lo mismo.
Cada uno somos la gota del mar, pero ¿qué obtienes si juntas todas esas gotas? Automáticamente dejarán de ser gotas para volverse una unidad, el mar. Y es así como nosotros también vivimos en unicidad, todos somos la misma cosa, pero nos empeñamos en vivir en competencia, con una percepción de separación abismal entre todos, provocando así los enfrentamientos, las hostilidades, las traiciones, el egoísmo, la hipocresía, el clasismo. Esto quiere decir que esta ilusión de la separación no solo provoca guerras mundiales, también genera guerras entre vecinos y hasta con la propia familia.
Digamos que somos como una extensión de todos. Si tu observas a cualquier persona, un barrendero, una empleada doméstica, un vendedor de autos o de seguros, un ejecutivo, el dueño de un imperio, quien sea, esa persona eres tú. ¿Cómo? Recuerda que somos el mar. Ahora estamos en una experiencia en la que tenemos la capacidad de experimentar la individualidad, cada uno con nuestros propios caminos de vida, experimentando múltiples facetas, acontecimientos, sensaciones, percepciones. Pero al final de todo seguimos siendo esa unidad, ese todo.
Esta idea nos abre el panorama para ejercitar de lo que ahora la humanidad padece, y es la empatía y el amor por el prójimo. Tenemos una enorme oportunidad para comenzar a experimentar estas cualidades que no practicamos por miedo, miedo a que nos lastimen, a que nos defrauden o desilusionen, a que sea en vano, a que perdamos algo y rectifiquemos que esta humanidad es egoísta, que está podrida. Se nos olvida que a lo largo de la historia han quedado huellas de lo que se puede lograr cuando un grupo de personas logran comprender el enorme poder que tienen la cooperación y la unicidad.
¿Por dónde se empieza? Por practicar la paz con uno mismo, dejémonos de maltratar, sabotear, de odiarnos tanto, hagamos las paces con nosotros, amémonos de verdad. Después llevemos esto hacia la familia, luego a nuestra área laboral, seguimos con nuestros vecinos, amigos o allegados, y por último con los propios desconocidos. Recordemos que somos el mar, esparcido en millones de gotas, pero que al final estas gotas no pueden negar que son mar.
*Escritora e instructora de meditación. Apasionada por los temas espirituales y de superación personal. He tomado diferentes estudios, diplomados y cursos que me han llevado a conocer y compartir lo que aprendo y experimento sobre el poder de nuestra mente y espíritu.
Instagram: meditaconmigomx
Página web: www.meditaconmigo.mx