SEMANA SANTA: EL TIEMPO DETENIDO DE LOS PUEBLOS
Por Mariana Navarro
Hay días en que el tiempo deja de transcurrir. Días en que el corazón del mundo parece latir más lento, como si el universo mismo se inclinara en silencio ante un misterio ancestral.
La Semana Santa no es solo una conmemoración litúrgica, sino un umbral por donde el alma colectiva de los pueblos se adentra en lo sagrado, como un viajero que cruza un río para contemplarse en el reflejo de lo eterno.
MISTERIO Y LUZ: LA HERENCIA DEL SILENCIO
Mucho antes del calendario romano y del dogma teológico, el ser humano ya intuía que en ciertos momentos del año el velo entre lo visible y lo invisible se hacía tenue.
Esos días eran custodiados con silencio, con fuego, con incienso. En ellos no se hablaba: se contemplaba.
La Semana Santa recoge esa sabiduría ancestral y la viste de cruz, de corona, de sepulcro.
No hay espectáculo en su dolor, sino recogimiento; no hay simpleza en su drama, sino hondura.
Es la memoria de lo que no puede ser nombrado .
PASIÓN Y RITO: CUANDO EL PUEBLO REZA
Desde los albores del cristianismo, los creyentes comprendieron que para acercarse al misterio de la redención no bastaban las palabras: había que andar el camino.
El VIACRUCIS no es una ceremonia: es una peregrinación interior, un eco del Gólgota en cada calle, en cada piedra.
Las procesiones, con su paso lento y sus imágenes cargadas como reliquias vivientes, son plegarias hechas carne.
En ellas, los pueblos no recuerdan: reviven.
ARTE SACRO Y ALMA POPULAR
En cada manto bordado, en cada flor colocada con devoción, en cada nota de una saeta que rasga el aire, se expresa una espiritualidad que ha resistido siglos.
La Semana Santa es también un prodigio artístico: arquitectura efímera del espíritu, donde lo bello no adorna, sino que eleva.
Los tronos, las andas, los cirios, no son objetos: son vehículos del asombro.
Y en cada pueblo, en cada rincón, se canta el mismo misterio con acentos distintos: es el coro multicolor de una fe que habla mil lenguas .
MEMORIA COLECTIVA Y ESPERANZA
Pero más allá de las formas, hay algo que permanece: el anhelo.
La Semana Santa es el tiempo de los que esperan.
Del que busca consuelo.
Del que ha perdido algo —o a alguien— y camina junto a María en su duelo.
Es la estación de los que aún creen que el dolor puede ser fecundo, que la muerte no es el final, que hay luz al tercer día.
Es el aliento de una humanidad que, una vez al año, se atreve a mirar el abismo y a esperar la mañana .
CONCLUYENDO: LA CULTURA COMO CUSTODIA DEL SAGRADO
En estos tiempos donde todo corre, donde lo superficial pretende imponerse sobre lo eterno, la Semana mayor aparece como un acto de resistencia espiritual.
No como una nostalgia vacía, sino como una llama que se niega a extinguirse.
Es cultura viva , sacralidad heredada , esperanza encarnada .
Es la fe que baja de los altares para caminar entre los hombres.
Y acaso lo más prodigioso no sea lo que representa, sino lo que provoca: un estremecimiento.
Un silencio. Una lágrima que brota sin saberse por qué.
Porque en el fondo, más allá de credos y lenguajes, la Semana Santa es ese instante donde el alma recuerda de dónde viene… y hacia dónde quiere volver.
Y ES EN ESE LATIDO, EN ESE PASO LENTO Y DOLIDO, DONDE LA CULTURA SE VUELVE MISTERIO, Y EL MISTERIO SE HACE CASA.