RAZÓN, TESÓN Y CORAZÓN
Alejandro Ruiz Robles
“REALMENTE ES … ¿SER HUMANO?… ¡A IMAGEN Y SEMEJANZA!
Desde pequeño nos han enseñado que de acuerdo con el Génesis 1, 26, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Esto es que, de acuerdo con nuestra fe, somos iguales a quien nos creó en la forma y en el fondo y dada su naturaleza, también tenemos algo divino.
Es decir, todos tenemos condiciones para ser entes en camino a trascender, distintos a cualquier otro ser que haya sido creado, por la semejanza que nos caracteriza.
La grandeza que distingue a nuestro espíritu y las múltiples características físicas que poseemos, sin duda nos llevarían a buscar la excelencia en nuestra realidad y ser superiores a cualquier otra especie.
Haciendo a un lado cualquier aspecto dogmático y tomando como base lo ya señalado, sin duda que tenemos todas las características para consolidar nuestra posición elitista dentro de este mundo y seguro que, al desarrollar nuestro talento, tendremos todas las opciones para alcanzar el nivel deseado por nuestro creador.
Esto que es por demás hermoso y romántico, en la realidad no se muestra de tal manera y para muchos, lejos de ser una sociedad de valores y virtudes, cada vez estamos más cerca de una estrepitosa caída e incluso, de nuestra propia extinción.
Quizás al leer esto y considerar sobre los extremos de las dos posiciones, si destaquemos un punto para reflexionar … ¿en qué parte o en qué momento perdimos nuestra naturaleza divina y nos conformamos con sólo existir sin pretender trascender?
¡UN SIMPLE VISTAZO!
En los diversos diálogos que tuve con adultos mayores durante mi juventud, éstos me decían que sus tiempos eran mejores y que las cosas habían cambiado; usualmente, no se referían a que tal cambio hubiera sido para bien.
Por el contrario, nosotros, los que éramos menores, tratábamos de convencerlos de que el desarrollo de diversas tecnologías, nos daban ventajas sobre el pasado que, sin duda, nos colocaban a la vanguardia de cualquier comparación.
Entre dichos y disparates, usualmente no llegamos a consensos y para cada uno, su etapa de vida era la ganadora y con ello, era ya inútil continuar con cualquier discusión.
Esto que era una charla común, en más de una ocasión fue interrumpida por una voz más sensata que nos señalaba que lejos de basarnos en la ciencia o técnica, era más adecuado partir de la conducta humana y para tal efecto, nos invitaba a que buscáramos en los periódicos y atendiéramos a las noticias del día de cada época para conocer realmente que tan avanzados éramos.
Realmente, nadie lo atendía y la mayoría, lo ignoraba o bien, cambiaba de tema de conversación. Con el tiempo y al recordar estas charlas, pensé en este punto y junto con los alumnos a los que daba clases, hicimos un ejercicio para comparar nuestras generaciones.
Para nuestra sorpresa, en cada hubo momentos relevantes de gran calidad moral, pero, desafortunadamente, también había hechos cuestionables que realmente mostraban que por más limitado o avanzado que fuera el uso de la ciencia, la conducta era la que predominaba para calificar el nivel de “humanidad”. Es decir, la superioridad del hombre no necesariamente está vinculada con su inventiva y si está basada en su conducta para sí y su comunidad.
¿Alguna vez has considerado que hay algo más importante que tus acciones con los demás para demostrar tu valor como persona?
LO VERDADERAMENTE IMPORTANTE.
Si regresáramos al tema de la fe, encontraríamos en los siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, gula y pereza) todos los elementos para la decadencia de la persona; y tal parecería que de sólo apreciar la realidad que nos rodea, confirmaríamos su veracidad. De hecho, las acciones resultantes de los pecados capitales y sus variantes son de siempre la nota de primera plana.
Es obvio decir que tales actitudes, lejos de ser una favorable para el desarrollo humano, se convierten en un lastre para su real progreso. Desafortunadamente, esto es una constante que se puede ver en cualquier momento de la historia.
Ante ello, nos damos cuenta de que lejos de ideologías religiosas, políticas, sociales o cualquier otra idiosincrasia; lejos de buscar explicaciones externas al individuo, realmente deberíamos considerar a cada uno para legitimar su camino de progresión y excelencia.
Volver a lo básico que es el individuo y buscar conocer su desarrollo de acuerdo con su libre actuar y repercusiones de sus actos en su comunidad. No todo son resultados, ni sólo se trata de ver sus procesos; es buscar el yo integral de cada individuo.
Mi pretensión en esta columna es realmente poner atención en un punto de nuestra vida … ¿lo verdaderamente importante es ser personas de buenas acciones con nosotros y los que amamos o basta estar atentos a los resultados que obtengamos?
CREER Y COMPRENDER.
Ya sea por ética, moral, valores o virtudes, lo cierto es que esto debiera ser objeto de una fuerte inversión de tiempo y recursos en el individuo; de hecho, no basta aplicarnos al conocimiento del mundo y avanzar en las técnicas y ciencia para evolucionarlo.
Y tal como señalara el aforismo griego “conócete a ti mismo”, quizás deberíamos de atender en principio a la relevancia del ser humano que somos y a partir de ello, construir la persona que deseamos ser … ¡en su mejor versión!
Todo empieza en cada individuo al saber sus fortalezas y debilidades, atender sus puntos de mejora, comprender su papel en la vida y, sobre todo, creer en sí mismo y sus potencialidades.
Si retomamos la manera en que fuimos hechos, debemos partir de que nuestro destino no es ni la mediocridad ni el fracaso, por el contrario, en nuestro ascenso a un nivel superior residiría la justificación de nuestra creación.
Atendiendo a ello, entendiendo la importancia del individuo y su gran influencia en su comunidad; resulta lógico suponer que una pluralidad de sujetos virtuosos siempre será más productiva que una sociedad inmersa en sus defectos.
Tomando esta idea … ¿cuándo fue la última vez que invertiste en ti como persona?, es decir, ¿qué empleaste tus recursos en fortalecer tus cualidades individuales?
MILES DE CUESTIONAMIENTOS.
En más de una ocasión en las charlas familiares de casa, surgían cuestionamientos sobre las razones por las que, en sus diversas épocas, la sociedad había dado muestras de deterioro e incluso, de su inminente devastación. A tal grado que, además de atribuirles sus responsabilidades a los hombres, señalábamos a ese creador y no concebíamos como, si fuimos hechos a su imagen y semejanza, era nuestra intención destruirnos. No resulta lógico que un ser superior que nos hizo con amor nos permitiera sentir otros sentimientos distintos que pusieran en riesgo nuestra existencia.
Esto que pudiera ser un panorama por demás desolador, nos recuerda que ese ser superior nos dio el libre albedrío, quizás como muestra de ese amor y una gentileza de su divinidad, y con ello, la libertad de decidir nuestro destino.
Ante tal situación y una vez que habíamos hablado lo suficiente, mi mami nos decía algo que se me ha quedado grabado en mi ser: “es legítimo dudar de la existencia divina ante las cosas que aprecias a tu alrededor; sin embargo, pregúntate si tú como persona … ¿has respondido a la divinidad de tu creación y has hecho lo necesario para justificar tu existencia?”.
Y efectivamente, cada vez que pienso en ello, desde todas mis perspectivas y ante las diversas circunstancias que enfrento, tomo en cuenta dos preguntas: ¿mis padres serían honrados con mis actos? y, esa divinidad que origino mi existencia … ¿estaría satisfecha con mi creación?
Realmente nunca tendré la respuesta de ellos, pero si tengo los elementos para concluir que la manera en que me educaron y formaron me permite acercarme a ello.
Y considerando esto, ¿TÚ PODRÍAS SABER SI SE JUSTIFICA TU EXISTENCIA EN ESTE MUNDO?
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