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¿QUIÉN ESTÁ REALMENTE PERDIDO?

Infancia, vínculos rotos y la urgencia de volver a poner al niño en el centro

Por Mariana Navarro

—¿No ha visto a una señora que anda sin un niño como yo?

ESCENA INICIAL: UNA PREGUNTA QUE DESARMA

Una escena breve, casi cinematográfica, plasmada en una fotografía del siglo pasado : un niño pequeño, extraviado entre el bullicio de una feria, se acerca a un policía y le pregunta con absoluta confianza:

—¿No ha visto a una señora que anda sin un niño como yo?

Esa pregunta, tan simple como brutal, reconfigura el mundo:
no es él quien se siente perdido.
Desde su lógica infantil, es el adulto el que se ha alejado, el que ha quedado solo.
Y su preocupación no es por sí mismo, sino por quien falta con él.

Lo que este niño expresa, sin saberlo, es una verdad estructural que hemos olvidado como sociedad:
cuando un vínculo afectivo se rompe, quien realmente pierde es el niño.

LA NIÑEZ EN EL CENTRO DE LAS RUPTURAS ADULTAS

Divorcios, distancias familiares, decisiones unilaterales, conflictos no resueltos.
La infancia contemporánea está siendo moldeada por una serie de fracturas que rara vez consideran el impacto emocional sobre el menor.
Los adultos deciden. El niño absorbe. Los adultos justifican. El niño espera.

Poco importa si la ruptura es con uno de los padres, con los abuelos, con quien lo cuidó o lo sostuvo emocionalmente.
El resultado es el mismo: el niño pierde continuidad emocional, referencia afectiva y estabilidad psíquica.

Y lo más grave: muchas veces ni siquiera es consciente de que algo le fue arrebatado.
Solo siente un vacío que no sabe nombrar.

CONTEXTO NACIONAL: NIÑOS EN MEDIO DE ADULTOS QUE DECIDEN POR ELLOS

En México, más de 3 millones de niños y niñas viven sin uno de sus padres (INEGI, 2023), y otros miles han sido alejados de personas significativas por decisiones adultas que, aunque legales, no siempre son justas ni emocionalmente responsables.

La Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establece el derecho de todo menor a la convivencia familiar y afectiva. Sin embargo, la aplicación de este principio suele centrarse en esquemas rígidos de custodia y visitas, sin tomar en cuenta la continuidad emocional de los vínculos previos establecidos con el infante .

RIESGOS REALES Y CONSECUENCIAS INVISIBLES

Cuando un niño pierde contacto con alguien significativo —sin explicación, sin acompañamiento emocional, sin proceso de duelo— lo que pierde no es solo una compañía.
Pierde parte de su historia, de su identidad, de su sentido de pertenencia.

Los riesgos no son hipotéticos:
Trastornos de ansiedad o tristeza crónica. Desconfianza afectiva y dificultad para formar vínculos futuros.
Sensación de abandono, incluso en contextos donde hay otros cuidadores.

Las heridas no se notan de inmediato. Pero aparecen. Y suelen marcar la vida adulta.

CONCLUSIÓN: VOLVER A MIRAR CON LOS OJOS DEL NIÑO

Volvamos a la pregunta del niño:
—¿No ha visto a una señora que anda sin un niño como yo?

Más que una frase graciosa, es una advertencia:
los niños no se pierden. Los pierden.
Y cada vez que justificamos una ruptura afectiva sin pensar en ellos, los alejamos un poco más de sí mismos.

Poner al niño en el centro no significa dar gusto. Significa garantizar lo que más necesita:
presencia, continuidad, vínculo y verdad.

Repensemos cada decisión adulta desde la perspectiva del niño.
Protejamos la estabilidad emocional como un derecho, no como una concesión.
Escuchemos sus preguntas, porque a veces ahí está la brújula que perdimos.

Porque cuando un niño pierde una relación significativa, no gana nadie.
Y si no lo reparamos a tiempo, el verdadero extravío será colectivo.

 

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