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La narrativa como poder: cuando la percepción sustituye a la realidad

Punto de quiebre

Rodrigo González Illescas

Negar la realidad, suavizar los hechos o narrar una versión descafeinada de lo que ocurre se ha convertido en una forma común de comunicar en los gobiernos de todo el mundo el día de hoy. Pareciera existir un manual no escrito de comunicación política donde se repiten patrones: negar que existen problemas, culpar al pasado y repartir responsabilidades a terceros. Todo, menos reconocer la verdad incómoda, actuar con responsabilidad.

Hoy, la verdad o la mentira parecen haber dejado de ser relevantes. Lo que verdaderamente cuenta es la narrativa: cómo se cuenta un suceso dsea cierto o no importa más que el hecho mismo. El “cómo” domina al “qué”.

Los seres humanos estamos hechos para las historias. Desde los cuentos de la niñez hasta la fascinación por las novelas, las series, el cine o, más recientemente, los videojuegos y las redes sociales, nuestra atención se engancha a los relatos y a la manera en que se construyen. No solo consumimos historias: vivimos dentro de ellas, nos reflejamos a través de los relatos.

En política, esto tiene profundas implicaciones. La legitimidad de un sistema y, en última instancia, el respaldo a un grupo gobernante dependen de su capacidad para gestionar agravios, necesidades y reivindicaciones de los actores sociales y económicos más significativos. Esa es la base del contrato político que fortalece o debilita al contrato social.

Pero cuando se opta por negar la realidad y se juega con la posverdad y la pospolítica, lo que se busca es gobernar sin enfrentar los problemas, administrando percepciones en lugar de soluciones. Es intentar conducir un país desde la ficción, negándolo todo.

Y ninguna nación puede avanzar cuando su narrativa oficial se convierte en un espejo empañado donde nada se distingue con claridad.

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