Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.- Cuántas veces estallamos en ira o decimos cosas de las cuales después nos arrepentimos, incluso a otros les sucederá que se paralizan o enmudecen. Todo esto no es más que la amígdala tomando el control de nuestro cerebro, secuestrándolo e impidiéndole actuar de forma racional.
Cada que recibimos estímulos, estos llegan al cerebro, en específico al neocórtex, ahí los datos se analizan y depuran para ver si deben o no ser recordados determinado por el impacto que tengan o por la repetición con la que se realicen. Habitualmente, la amígdala recibe una parte de la información transmitida por la vista, el oído, el tacto, el gusto o el pensamiento, mientras que el hipocampo realiza la acción de registrar en la memoria la experiencia comparándola con otras antes vividas para clasificarla. La principal función de la amígdala es relacionar e integrar las emociones con los patrones de respuesta correspondientes, tanto de modo fisiológico como conductual, por ejemplo: al tocar el fuego, me quemo, quito la mano rápidamente y no lo vuelvo a tocar porque duele, de este modo nuestras respuestas son mucho más rápidas que si usáramos sólo el neocórtex.
La amígdala se encarga de las emociones y tiene un papel importante en el aprendizaje, por lo cual, es responsable de la automatización de todo lo que hacemos y está vinculada a la memoria. Esta se comunica con el hipocampo y este a su vez con ella para hacer una rápida interpretación de lo que sucede, haciéndole saber si la experiencia tiene una coincidencia con otra que ya conoce –aunque nunca se haya vivido– y entonces reaccionar con lucha, huída o parálisis, haciendo que el cerebro se bloquee quedando secuestrado, lo cual impide ser racional.
La amígdala está diseñada para que sobrevivamos, ella cumple su tarea de forma excelente, el problema no está en qué hace en situaciones extremas reales, sino que muchas veces actúa por los pensamientos obsesivos que tenemos. El 90% de los miedos o preocupaciones nunca suceden y no ser consciente de ello hace que la respuesta emocional tome el control de todo el cerebro en milisegundos. Si la amígdala cree que estás sufriendo una amenaza no se detendrá para protegerte, te dejará incapacitado, reaccionarás, gritarás o lucharás y hasta que no haya bajado el nivel de ansiedad no podrás darle un sentido lógico a la situación, lo que después te ocasionará un profundo arrepentimiento o culpa.
Imaginemos que estamos observando un hermoso atardecer y de repente vemos un enorme oso rugiendo, en milisegundos la amígdala habrá secuestrado al cerebro y nos hará correr sin pensar en nada más. Lo mismo sucede ante un accidente o cuando tenemos una discusión que sube de tono, pero lo que más activa a la amígdala es aquello que se percibe como peligro de nuestra seguridad física o amenaza de las creencias arraigadas (filosofía, religión, moral, ideas políticas o heridas de la infancia). Muchos de nosotros vivimos con el cerebro secuestrado porque la mayor parte del tiempo estamos pensando en catástrofes, otros traen pegada la voz de quien les hizo creer que no son suficientes, también están los que sienten que son observados por un ser divino que los castigará ante el primer fallo. Para contrarrestar los efectos del secuestro de la amígdala lo mejor es darse cuenta cuándo esto comienza y activar la respiración consciente, con inhalaciones profundas, reteniendo el aire y exhalando lentamente por la nariz, hasta tranquilizar al cuerpo, haciendo que la amígdala entienda que el peligro no existe liberando así al cerebro para que nuestra paz mental prevalezca ante cualquier situación.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960. Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.