Elsbeth LENZ*

XALAPA, VER.-Ser soltera, madura y solvente, tiene sus ventajas, en general uno se divierte bastante conociendo gente. He salido con todo tipo de hombres y aún no dejo de sorprenderme, lo más aburrido que me ha pasado, es haber salido con un narcisista de lo más patético, pero esa es otra historia.

Por ahora les contaré, como fue salir con un divorciado otoñal, un hombre en toda la extensión de la palabra: caballeroso, gallardo y súper atento, de esos que sabes que, con solo ponerte guapa, no tienes más nada por que preocuparte. Obvio, llegó puntual, en un coche nuevo pulcrísimo, súper bien vestido, oliendo a señor bien y guapo.

Se bajó a tocar el timbre y me abrió la puerta del auto; ya en el coche venía escuchando a Luis Miguel, con volumen moderado súper agradable y me dijo: te parece si vamos a cenar a tal restaurante, es que ahí hay terraza y por el virus; yo pensé ¡genial! El lugar súper lindo y obvio, yo también preferí la terraza.

Al llegar al sitio se bajó, me abrió la puerta del auto, le dio las llaves al ballet parking y me tomó de la mano, no me fuera yo a caer con los tacones y el piso disparejo; entramos al lugar, saludamos a varios comensales que conocíamos y me presentó a los que yo no conocía, todo con mucho mimo y deferencia. Ya en la mesa, me acomodó la silla, pidió las bebidas y la carta, vimos el menú y decidimos, él se dirigió al mesero súper educado y mientras esperábamos la comida, me contó maravillas de sus padres, de las películas que había visto, del libro de Fernanda Melchor y por supuesto, de la ida a Houston para llevar a sus hijas a vacunarse. Todo maravilloso.

La cena terminó y preguntó: ¿Te parece si nos tomamos algo en el bar de mi amigo Fulanito? Yo la verdad que ni tomo, pero todo era tan agradable que accedí; llegamos al bar, nos sentamos en una terraza y pedí mi agua mineral. Ahí fue donde todo se descompuso, el hombre sugirió: ¿Brandy?, demasiadas calorías; ¿Vodka?, no me gusta y, por último, dijo bueno, ¿un whisky?, que también rechacé. Él se tomó su tequila y no paró de insistir en la mentada copa, hasta que me hartó y le dije ¡Mira querido, si lo que quieres es emborracharme para besuquearme, no necesitas hacerlo, yo sobria seguro hasta dormía contigo!… ¡Uy no, para que le dije eso! El pobre hombre no pudo admitir que finalmente esas eran sus intenciones y hasta ahí llegó el amor verdadero; nunca lo volví a ver. A esos también hay que tratarlos con pinzas.

*Mercadóloga de profesión y columnista por elección; apasionada de la razón y profunda admiradora de la coherencia, confieso padecer una profunda aversión al machismo. @Elsbeth_Lenz

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elsbeth.lenz@gmail.com

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