Entra la danza. Entra el sol. Un agente de seguros de vida y un poeta.

Un policía. Todos vamos a vendernos Tarumba”. Jaime Sabines.

 

Edgar SAAVEDRA*

I

La ciudad de Oaxaca es singular en múltiples sentidos. En ocasiones, paradójicamente, se diferencia de sí misma mientras en otras convive plácidamente para lograr o promover alguna escenografía de profundas raíces culturales (arte, textiles, gastronomía, mezcal, etc.) que en un chasquido se convierte en una raigambre esnob y frívolo. Decimos “la ciudad” porque la capital poco o nada tiene que ver con el interior o la provincia salvo lo que coincide con las virtudes milenarias de su pasado. Los cientos de pueblos que componen su geografía política suelen estar marcados por un machismo recalcitrante y una intolerancia religiosa de la que poco se habla, pero persiste como un quiste malo. No se puede esperar cosa diferente de quienes han heredado una religión que manda a idolatrar pedazos de madera y trapo y pasta. Este panorama no se ve, sin embargo, en la ciudad; habrá otros males, y muchos, pero no el de la intolerancia. Y que bien que así sea.

Por otro lado, en cuanto al arte, específicamente, existe aquí un exceso de tolerancia o dicho de otro modo, un vacío abismal de carácter crítico-reflexivo. No hay una contraparte (ni escrita ni virtual) que señale los déficits creativos, la carencia de propuestas, la falta de narrativas y otros menjurjes amargos. La mayoría de los pintores actúan al son de su colega que hace circo, maroma y teatro para satisfacer a un mercado que parece deliberadamente acéfalo. En la otra orilla está la soberbia de las dialécticas y sus protagonistas que traen la nariz como oliendo a caca, me refiero a los que enseñan o exponen sus argumentos en pequeñas sectas. Los puntos intermedios –los escritores esporádicos de arte– son más bien intersticios ambiguos e incoloros. Nada trascendental surgirá de estos lodos y prevalecerá el conformismo y conveniencia de siempre. Ojalá que caiga fuego del cielo para despertar una que otra conciencia creativa o crítica.

II

¿Cuál es el papel del escritor sobre temas de arte? Con dinero baila ese perro. Hay de todos los niveles. Algunos son arrogantes, como dijimos, y pertenecen a clubs con buena fama de corruptos (MUPO, MACO… ahora despabilando ese moribundo, piedra de escándalo). Vale la pena echar una ojeada al primer párrafo de la novela «La Ciudad de los malditos» de Carlos Ruiz Zafón: «Un escritor (léase un crítico de arte o cosa semejante para el caso) nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado ha recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio». El llamado “crítico de arte” no tiene asignación divina, más bien es producto del “demonio del arte”. Que tire la primera piedra el que no peque de aplicar con toda propiedad la locución latina: Asinus asinum fricat, el asno frota al asno.

III

Actualmente, el arte, en su terreno oaxaqueño, es decir, lo que aquí se produce venga del autor que venga, tiene un interés prácticamente económico y decorativo lo que a su vez justifica en automático toda una barrabasada mimética (porque al ogro protoplasmático se le ocurrió un día de aburrimiento pintar un elefante, entonces, dos días después la prole convirtió –al elefante– en un ejemplar mental endémico.  El pintor aquí, en la ciudad, suele vivir de sueños y no es eufemismo, de sueños pobres, de pobres sueños; sin leer, sin dudar, sin hambre espiritual (ni moral), sin lanzar todo por la borda ni mucho menos atarse al mástil de Ulises sino cediendo por unas monedas al patético canto de las sirenas de los galeristas, esos burros con flauta.

Ese es el candor de la tribu. Estoy seguro que pocos saben, solo para ejemplificar la ausencia informativa del mundo que los rodea, que hay una guerra de invasión en Europa oriental. Poco importa en la granja. Dice el poeta Jaime Sabines: “Ocurre que la realidad es superior a los sueños. En vez de pedir “déjame soñar”, se debería decir: “déjame mirar”. Juega uno a vivir”. Esta consigna, no obstante, está velada para los hacedores de colores y sus chupatintas; la realidad, la verdad, la imaginación con su potencia agregada son conceptos inaccesibles porque no venden. A nadie le interesa ni la sangre ni el sentido ni el significado de nada. De nada. Es así que esta mancuerna de tres y un poco más (pintor mas galerista mas comprador de cuadros) retroalimenta el actual estado de cosas. Pareciera que el arte no hace libre a nadie, libertad entendida como una acción proactiva e inquisitiva que de verdad asoma al abismo humano, pero no, al contrario, el arte actual nos esclaviza a los deseos básicos, ordinarios, convenientes, de sobrevivencia animal. Si por lo menos, como se escribe en «Ese maldito yo», concibiéramos el acto de pensar como un baño de veneno, como un pasatiempo de víbora elegíaca

* Periodista cultural.

edgarsaavedra@outlook.com

 

 

 

 

 

 

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