Edgar SAAVEDRA*

I

El artista tiene un origen, un propósito y… dependiendo su tenacidad creativa, el tiempo le dispondrá un juicio. Por ahora nos toca ver o admirar ese proceso particular, es decir,  calificar, evaluar, asimilar lo que se mira, le corresponde hasta cierta medida al observador, quizás un poco también a los escribientes, esos buscadores de gratificaciones sutiles, como les llamó Susan Sontag. Es innegable el hecho que en el concierto del arte existen múltiples aristas, herramientas, instrumentos y capacidades; algunas son radicales, otras necesarias y ambiguas muchas. Unificar las miradas solo es posible si Aquiles en verdad era invulnerable –excepto su talón–, o que Dante se paseó por las riberas del Infierno sin chamuscarse un pelo. Todo es aproximación, magia de la aproximación, incluso el artista, y en este caso es Darwin Ranzahuer, quien debe poseer el don (responsabilidad, reto, inventiva, propuesta, narrativa, etc.) de ayudarnos a volar e imaginar a los mortales que hoy andamos de paseo en la sala de exhibición, pasajeros primigenios en eso de mirar el arte.

II

Ranzahuer inicio el oficio de la pintura, aventura dicen unos, desde la acción callejera del grafiti. Jamás perdió el gusto retador que significa trasgredir lo políticamente correcto de lo que es arte o no. Los ignotos de la pintura urbana utilizan técnicas en apariencia improvisadas, intuitivas o bajo el dictado la práctica hace al maestro. Lo cierto es que en el interior de los muros o en su fachada, la pintura es un acto social. Dice Darwin en retrospectiva: “La influencia más marcada son los trazos largos y firmes en mi obra, tal como si fueran hechos con un aerosol, de un solo movimiento, con colores vivos, fuertes”. Es una de las razones por las que en esta exposición de pinturas al óleo sobresalen texturas que trasladan visualmente al observador a la marabunta del grafiti. En todo caso es proceso y homenaje a la par. Sería inconcebible, al menos para él, llevar la anterior modalidad a una sala de exhibición, pues resultaría en un proceder artificial, fingido, domesticado. Eso nunca. Sin embargo, su proceso artístico lo ha llevado deliberadamente a búsquedas más formales en el arte. Esto quiere decir que, con la experiencia anterior de por medio, ahora los desafíos son otros, por ejemplo, fundamentar sus narrativas, perfeccionar las técnicas pictóricas, proponer con los registros de su propia voz la versión más íntima, incluso arriesgada, que pueda tener y entender sobre el arte… con sus abismos, sus cantos de sirenas, sus espejismos, sus tinos y trinos que habrá de hallar en el amplísimo bosque encantado. De paso, implica conocer su propio talón de Aquiles, y entonces superarlo, no hay lugar para concesiones, nadie sensato se baja de la barca de Virgilio en pleno purgatorio. ¡Ay de seguir ciegamente a la grey!

III

¿Cómo llegó Darwin a esta piedra de avistamiento? Él reconoce a sus maestros, vivos y muertos: Tamayo, Wilfrido Lam, Ixrael Montes, entre otros. No es la imitación sino la inspiración, es el poderoso influjo de los notables lo que permea en la obra de Darwin. Él se adhirió a la tendencia pictórica del realismo mágico, de ahí la inclusión de elementos del orden natural que en sus obras se convierten en seres fantásticos para poblar la serie de trece telas de Paseo Cenital /Seres y colores para desenmascarar el paraíso. La realidad aquí se profundiza hasta desvanecerse, luego se convierte en fauna henchida de colores, en metáfora arbórea. Se le han quitado las máscaras al paisaje oscuro y se descubre el paraíso a través de lo mágico. Circulan personajes con toda libertad, armonía y ritmo; paseo fabuloso, como una ópera donde domina el logos poético. Es la auténtica abertura para la imagen. Reconocemos caballos, alces, todos hechizados, con gestos simpáticos –¿o serán acaso enigmáticas sonrisas?–, conejos de sospechosa placidez, aves que prestan su servicio de parsimonia para jugar con los símbolos universales del sol, la luna o el insondable universo donde reina la metamorfosis de una novísima noche mitológica que conecta con el espíritu urbano. Es Darwin  Ranzahuer y su temperamento artístico que devela la ruta de un paraíso subjetivo que aflora a mitad del día o de esta hora, como usted desee.

* Periodista cultural. edgarsaavedra@outlook.com

 

 

Compartir