Haydee Ramos Cadena
Leer puede significar muchas cosas, algunos leen por curiosidad, otros para entender temas que no conocen, algunos lectores dicen que es una forma de conexión con las historias del mundo. Entonces sabemos que para leer existen muchas razones y necesidades tan diversas como seres humanos que habitan el planeta. En este rizoma de personas lectoras, hay para quienes la lectura no representa ningún llamado para tener un vínculo a través de esta actividad con el entorno; mucho se ha criticado a quienes no leen y se les orilla a buscar ese vínculo, pero las interrogantes de sus razones son un misterio.
En muchos de estos casos el libro funciona como un objeto ajeno a ellos, porque no ha
sucedido ninguna interacción con las páginas de éste, puede ser un adorno en un librero como un retrato en casa que le significa a alguien más. La biblia probablemente sale a pasear cada domingo a alguna actividad si vive un devoto en casa, entonces entendemos que ese libro tiene vida, se lee en un contexto, y cuando lo vemos o pensamos llegan a la mente otras imágenes por asociación, sentimientos, recuerdos y rutinas.
En este contexto hablando de los libros, muchos hablan del hábito de leer, podemos recordar la campaña Leer por 20 minutos, cuando el espectador lo piensa, la premisa que se difunde es: si se lee diario, veinte minutos, será un hábito y leerá toda la vida. En teoría podría ser correcto, como hacer ejercicio todos los días, ver la televisión a determinada hora, pero eso no nos asegura que aquella acción pueda ser una afición permanente, puede ser un motivo y la inserción de un nuevo hábito, quizás uno provechoso para la vida del lector, pero no sabemos si uno permanente al que se recurra por gusto a través del tiempo. Las teorías para generar hábitos son convincentes, pero no siempre es suficiente la constancia, ni el tiempo, para generar una respuesta que lleve a las personas a leer y a ser lectores de por vida.
Cuando hablamos que la magia del libro atrapa a las personas, literalmente pensamos o nos han ilustrado un mundo saliendo del libro, el mundo fantástico del tema lector que tengamos en mano. Sucede que a veces es cierto, los temas son tan apasionantes o la historia tan inquietante que el libro nos rapta por completo siguiendo sus personajes. Pero otras veces; esto no pasa, simplemente nuestro lector no siguió la historia o no le pareció el mundo fascinante ¿qué se supone tendría que hacer en ese acto de lectura?, ¿terminar la historia? ¿buscar otra? ¿tendrá las suficientes ganas para hacerlo? Es entonces cuando un hábito no es suficiente para generar una actividad de recurrencia lectora.
leemos, leemos con todo, y voy a escribirlo así TODO, la lectura del libro se vuelve
un complemento de la vida misma, a veces esa lectura de la vida no nos ofrece todas las
señales que necesitamos, entonces el libro parece actuar en un complemento y llegan a
nosotros determinadas lecturas para terminar de despejar algunas dudas o reafirmar las
interrogantes que tenemos normalmente, es lo segundo que sucede normalmente, las certezas son para muy pocos géneros.
El libro entonces pasa de ser artefacto inanimado a uno muy animado por la vida misma,
como la Biblia que sale a pasear cada domingo. Cuando mi hija de dos años descubrió los
libros, lo hizo a través de las imágenes de animales, fue la lectura más apasionante que
recuerdo haya hecho, pero su lectura no quedó ahí, decidió animarla, ¿cómo lo hizo? Señaló con su dedo cada animal y haciendo un sonido, después de eso, me motivo para que se lo leyera ¿Cómo se lo leí? Con sonidos, de los sonidos pasamos a la imitación de los animales y a las figuras corporales.
Ese libro inmediatamente se fue al rincón de los juguetes, y cuando llega a sus manos, o lo
encuentra por ahí, corre a buscarme y me pide que me siente con ella, comienza a señalarme cada animal, se enoja cuando me equivocó y pide que rectifique con el sonido correcto.
Aquello se ha vuelto el ritual del intermedio de cualquier actividad que estemos realizando.
¿20 min? No, para nada, es la vida y la interacción con ella.
A la vuelta de la casa vive un ganso, que lo vamos a visitar y le llevamos comida. Ella tiene
una clara relación con el ganso, él grazna y ella le contesta, luego los pollitos pasan y ella les habla. Volvemos a casa y encuentra el libro, lo toma y hasta ahí pensarías que lo hojeará sola, sin embargo, va y me busca, el ritual nuevamente se inicia.
En casa no leemos 20 minutos como decía la campaña, y no siempre leemos antes de dormir, más bien aquel encuentro con la lectura tiene que ver con la puerta que conecta con la vida. En el caso de mi hija, los animales y el poder escribir que puede comunicarse con ellos. Tuvo que ver con el contexto que la rodeaba, los libros por si solos pueden compartirnos historias, pero si eso no conecta con nuestra emoción y el mundo que necesitamos leer, probablemente no sea una conexión permanente la que generemos con la lectura.
Pero hablando de la primera infancia, entonces es más claro el descubrimiento que los niños y niñas tienen por el mundo: la construcción de lenguaje y la necesidad de imperiosa de comunicarse, el saberse conectados con el vínculo de la voz y la corporalidad presente del que lee. Darle esos micro minutos de lectura que se le roban a cualquier otra actividad, es abrir la escucha de la voz de quien los cuida, y ese ducto para que la palabra comience a
explicar el mundo. La disposición está asociada con el cariño, a veces la vida se pasa en la
rutina de las necesidades y deberes, todas necesarias, pero la lectura, esta primera puerta en la primera infancia nos encabalga con la escucha, la reciprocidad y esos primeros minutos momentos que estamos construyendo de reciprocidad, aspectos indispensables en la vida, que la pandemia nos dejó en claro.
No se lee al libro, se lee al mundo que circunda a el libro, se lee con la historia de noche o de día, con el tema que responde las preguntas de la edad, con las preguntas existenciales de la vida a todas las edades, se lee con la calidez de alrededor, se lee con el ritmo, y ese ritmo es parte de la vida, como va el día a día en el cuerpo, la emoción. Así se lee. Por eso abrir esta puerta, solo es una cosa, la disposición es dar todo lo demás que ya tienes: cariño, curiosidad, y tiempo.
Amelie Notombe en su novela Metafísica de los tubos, dice que cuando nacemos todos somos un tubo, tú eres un tubo, con qué resonarás hoy no será con lo que resuenes en otro momento, por qué al final las palabras son sonido, para la mente y las emociones, las letras son las notas del momento. Por eso para elegir tu lectura o la de otros, reflexiona sobre, ¿cuál es la lectura con la que resonarías? Sumérgete en sus letras como una niña de dos años, que es un tubo que puede conectar con lo que escucha en una oportunidad de descubrir el mundo.
Haydee Ramos Cadena