Edgar SAAVEDRA*
Fotografías: Jorge Luis Plata
Muchos vieron en Toledo un “ogro filantrópico”; otros, en cambio, una figura que, desprendida de su genio artístico, los cobijó con su sombra paternal. Quizás Toledo era el personaje que interpretaba Francisco, aunque eso da para otra historia. Nació un día de 1940 y cuando todo parecía que era inmortal murió rodeado de un aura de silencioso enigma en 2019, el año de los augurios virulentos. Pero, quizás sí era inmortal desde la terquedad del olvido. ¿Cuál es la verdad? Hace tres milenios un rey poeta escribió: «Una generación se va y una generación viene», y más adelante, en el mismo libro, remata: «Nadie se acuerda de la gente de tiempos antiguos / no se acordará nadie de los que vengan después; de estos tampoco se acordarán los que vengan aún más tarde». Dictada la sentencia lo demás es vanidad.
II
Hay partes de la vida misma que se viven contra la voluntad, al menos eso pareciera. Toledo exhibió con una buena medida de desdén ese lado de claroscuros que era el favorito del morbo intelectual, lo que sea que esta palabra signifique hoy, y de aquellos admiradores que en muchos casos lo emularon. Los artistas verdaderos –dicho con toda arbitrariedad– siempre tienen algo de siniestro que la mayoría de los biógrafos se niegan a hablar, a menos que, más adelante, cuando se muera, reditué en alguna posibilidad de sus aristas; me viene a coalición la frase política “the economy, estupid”; “es la economía, estúpido”. Para usar un elegante aforismo sobre el punto diría que “la muerte vende”. ¿Y qué vende? Desde souvenirs hasta mitos envueltos en papel celofán.
III
Toledo era un pintor multifacético y multifuncional, tan diverso como la geografía oaxaqueña bendecida por dios y por el diablo al mismo tiempo. Por su vena creativa corría la mismísima sangre de un espíritu inquisitivo de “esos que nacen cada quinientos años”. Algo sorprendente si se piensa más allá de su acervo convencional, es decir, su exhibida escatología, sus excretas humanas, demasiado humanas –dixit Nietzsche—, y su zoofilia artística que paseaba por las salas de las galerías y museos como Pedro por su casa, incluso si el desfile era frente a la sociedad más mocha y puritana de nuestro infierno grande. Si era Toledo nadie ponía el grito en el cielo porque se trataba de la “esencia trasgresora”, tal como subtitula un párrafo Ingrid Suckaer en su libro Erotismo de primera mano / Artes plásticas y visuales en México. En dicho libro, y refiriéndose al mismo Nietzsche de este artículo, dice Suckaer que para el alemán “el arte no es otra cosa más que la consecuencia del descontento que los artistas viven frente a la realidad”. No digo que cualquier hijo de vecino (fuera de alcurnia o arribista de San Felipe) entendiera el concepto “esencia trasgresora”, solo que en algunos círculos sociales pasar por ignorante es siempre pasar como un idiota, aunque en la intimidad ni los espejos nieguen esa la cualidad. Y todo lo anterior para decir que a Toledo le gustaba sobremanera la fotografía, así dan cuenta dos autorretratos que, para ser específico en estas alusiones, uno aparece en la última lámina del ensayo de Suckaer y el otro en la página 50 de la mutante revista Luna Córnea (Núm. 4 1994) que ilustra, y también viceversa, dijera Benedetti, el texto titulado «Lagartijas / Tradición oral huave». En ambas el protagonista es el miembro erecto de Toledo. Algunos querrán tener un nagual lagartija.
IV
Si bien le gustaba la fotografía y se pillaba por los autorretratos, a Toledo también le fascinaba que lo retrataran, o quizás se acostumbró a esa circunstancia imponderable que a veces terminaba por saberle a helado amargo. Hubo excepciones, no obstante. Una de ellas fue el caudal de fotos que le tomó el fotógrafo, y amigo cercano del artista, Jorge Luis Plata. En estas páginas se muestran en una mínima pero exquisita porción. La calidad y capacidad resolutiva del registro visual de Plata es evidentemente artística como histórica. Después de todo el personaje fotografiado no será inmortal, pero sin duda alguna vivirá más en la memoria tangible e intangible del corredor del tiempo que cualquier cristiano (o ateo; válgame).
*Periodista cultural.