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Como si le hubiera hablado de nosotros a través del cosmos, sin más me despreció.

Arturo DIEZ*

LEÓN, GTO.- ¿De qué sirvió que me enseñara a cuidar las plantas, a regar las conversaciones en la distancia y que no le temiera al compromiso, si de pronto, su perfil con nariz aplatanada al que tanto me costó acostumbrarme en los besos, de buenas a primeras, pasaría a algo gris?

Pensé primero que era de esperarme unos minutos. Luego, pasó a horas en las que a cada rato sentía algo vibrar cerca de mí y me decía que ahí estaba, pero nada había vibrado. En otros momentos, sí, algo se había agitado a una velocidad rapidísima en mi pierna o en mi mano, pero no, tampoco estaba ahí el tono que rompiera su silencio postergado.

El azul siempre ha sido mi color favorito. Me hace pensar en el mar y en el cielo, me lleva a los límites y a lo hondo de la Tierra, a lo desconocido y a los sueños. Pasaron días y nunca más volvió. No le hablé jamás de nosotros en una marcha sempiterna hacia el cosmos, sin embargo, sus reclamos me habían hecho aquella vez escribirle te quiero.

Es increíble el sujeto tácito que, sin estar, está. No como ese gris del impersonal, que no se le puede poner sujeto y siempre trae malas noticias. Está también lo neutro e incluyente en este idioma, donde se pierden los bordes entre ella y él, o ella y ella, o elle y él o lo que sea. El hecho es que, de aparecerme en línea con su foto de perfil aplatanado, pasó a un impersonal avatar gris anunciando mi bloqueo. Fue ahí cuando acepté que no me iba a responder y que las palomas azules en el chat, eran su recuerdo en vuelo.

Este cuento es un adelanto de mi libro Lucine en espirales (Palabra Herida, 2022).

 

 

* Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía.

Contacto: arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com

 

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