obres en el discurso, más miseria real
Víctor Manuel Aguilar Gutiérrez @aguilargvictorm
El actual régimen presume una cifra récord de inversión extranjera directa y aumento en los salarios, presentándolos como un logro que supuestamente se traduce en menos pobreza. La narrativa oficial insiste en que el país vive un momento de prosperidad y que la reducción en el número de personas consideradas pobres es una prueba irrefutable de que las políticas implementadas están dando resultados. Sin embargo, la realidad que viven millones de familias mexicanas, cuenta otra historia: la miseria no se mide en cifras propagandísticas, sino en la cotidianidad de quienes siguen sin poder cubrir sus necesidades básicas.
La trampa de los números está en cómo se mide la pobreza. Según las cifras oficiales, una persona deja de ser pobre si logra superar un umbral mínimo de ingresos; es decir, si apenas gana lo suficiente para rebasar la línea de pobreza definida por los técnicos. Pero ese cálculo ignora el encarecimiento de la canasta básica, el desabasto de medicamentos en el sistema de salud, la falta de empleos formales y la inseguridad creciente. En los hechos, millones de mexicanos pueden haber salido de la categoría estadística de “pobres”, pero continúan viviendo con carencias y en la vulnerabilidad absoluta.
La inversión extranjera directa no es sinónimo de bienestar para todos. El dinero que llega al país se concentra principalmente en los corredores industriales del norte y del centro. Pero el sur, apenas recibe una fracción mínima de esa bonanza. Aquí, la pobreza estructural sigue intacta, la migración se mantiene como una salida desesperada y los programas sociales son un paliativo que no resuelve las desigualdades históricas. Hablar de reducción de pobreza mientras comunidades enteras carecen de servicios básicos es una contradicción dolorosa.
El discurso oficial oculta la informalidad. Más del 50% de los trabajadores en México sobreviven en empleos informales, sin seguridad social ni estabilidad laboral. Muchos de ellos ganan apenas lo suficiente para no ser clasificados como pobres, pero viven al día, sin ahorro, sin acceso real a salud y con un futuro incierto. La supuesta reducción de la pobreza es más un maquillaje estadístico que una mejora auténtica en la calidad de vida. No se puede hablar de progreso cuando el trabajador promedio no puede llenar el carrito del supermercado o pagar los útiles escolares de sus hijos.
El contraste entre la propaganda gubernamental y la realidad de la calle se hace cada vez más evidente. Mientras las autoridades celebran sus “logros” económicos, la gente común enfrenta el aumento en el precio de la tortilla, la carne, la leche y los medicamentos. La inflación puede estar “controlada” en los números macroeconómicos, pero en la mesa de las familias mexicanas la historia es otra: lo poco que se gana alcanza para menos. El discurso triunfalista suena vacío cuando choca con la angustia diaria de millones que deben elegir entre comer mejor o pagar el transporte para ir a trabajar.
Más preocupante aún es que la narrativa oficial pretende instalar la idea de que todo va bien, silenciando los cuestionamientos y desacreditando cualquier voz crítica como si se tratara de ataques políticos. Esta estrategia no sólo busca controlar la percepción pública, sino también anular la posibilidad de un debate honesto sobre la eficacia real de las políticas contra la pobreza. México necesita gobiernos que miren de frente las carencias, no que escondan la miseria bajo gráficas y cifras que sólo sirven para alimentar la propaganda.
La experiencia histórica nos enseña que los discursos económicos triunfalistas suelen anteceder a profundas crisis sociales cuando no están respaldados por una base de justicia y equidad. Hoy, México corre el riesgo de repetir esa historia. La inversión extranjera puede ser positiva, sí, pero sólo si se traduce en empleos dignos, salarios justos, seguridad social y servicios públicos de calidad.
El país necesita que se garanticen condiciones para que las familias puedan vivir con dignidad. La verdadera medida del progreso no está en las gráficas del INEGI ni en los discursos oficiales, sino en la posibilidad de que cada mexicano tenga acceso a salud, educación, vivienda y un trabajo estable. Mientras eso no ocurra, el relato de la prosperidad será solo eso: un relato vacío. Porque en el México real, menos pobres en el discurso significa, tristemente, más miseria en la vida cotidiana.
@aguilargvictorm