NINGUNA SOCIEDAD LIBRE PUEDE CONSTRUIRSE SOBRE LOS SILENCIOS DE LA INFANCIA
Por Mariana Navarro
Periodista cultural y escritora. Especialista en ética aplicada y tecnologías con enfoque humano.
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GUADALAJARA, Jalisco.- “El silencio no siempre es paz.
A veces, es la forma más cómoda de ignorar lo que más nos interpela.”
En una imagen reciente, una niña sostiene un cartel con una pregunta tan clara como devastadora:
“Si hay libertad de expresión… ¿por qué no hay libertad para que me dejen expresar y decir lo que necesito y quiero?”
No grita. No interrumpe. No acusa.
Solo señala con firmeza —y con verdad— lo que muchos adultos prefieren no ver:
que una menor puede amar con profundidad, recordar con exactitud…
y exigir con justicia.
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LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN TAMBIÉN ES UN DERECHO INFANTIL
Solemos pensar que la libertad de expresión es un derecho que ejercen los adultos: periodistas, activistas, ciudadanos con micrófono.
Pocas veces la vinculamos con la infancia.
Sin embargo, la Convención sobre los Derechos del Niño (ONU) establece en sus artículos 12 y 13 que toda niña y todo niño tiene derecho a expresar libremente sus opiniones y emociones, sobre todo en los asuntos que les afectan directamente.
Y es aquí donde surge la paradoja:
cuando un infante expresa que desea ver a quien ama, cuando pide conservar los lazos que le dieron identidad y refugio, esa voz muchas veces se ignora, se posterga o se anula.
Como si su amor tuviera que esperar una sentencia.
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NO ESTÁ APRENDIENDO A HABLAR. ESTÁ APRENDIENDO A DEFENDER SUS DERECHOS
A los cinco años, un menor no está “formando ideas vagas”.
Está aprendiendo a articular motivos, a nombrar lo que siente y a exigir con claridad que no le arrebaten lo que le pertenece: su derecho a convivir con quienes ama.
El problema no es que no sepa hablar.
El problema es que muchos adultos no saben escucharle.
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CENSURA NO ES SOLO PROHIBIR. TAMBIÉN ES FINGIR QUE NO SE ESCUCHÓ
La censura infantil no siempre se presenta con gritos ni con amenazas.
A veces se disfraza de indiferencia.
De trámites eternos.
De cartas que no llegan.
De dibujos que se desechan como si no fueran prueba afectiva.
Cuando se impide una convivencia sin causa legítima, cuando se frena el vínculo por castigo o por poder, eso también es censura.
Una que no deja tinta… pero sí huella.
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CONVIVIR NO ES UN PRIVILEGIO. ES UN DERECHO
El derecho de las infancias a mantener contacto regular con sus abuelos y familia extendida no es una cortesía:
es un derecho reconocido en instrumentos nacionales e internacionales.
Por ejemplo:
• La Convención sobre los Derechos del Niño (arts. 8 y 9)
• La Observación General N.º 14 del Comité de los Derechos del Niño (2013), que establece que deben preservarse las relaciones afectivas del niño con personas importantes para él, no solo con sus padres biológicos.
Negarlo vulnera no solo el desarrollo emocional, sino el tejido mismo de la memoria afectiva.
Una menor que es separada de sus afectos no sólo pierde compañía:
pierde fragmentos de su historia, sus raíces y su derecho a reconocerse completa.
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CONCLUYENDO: ESTE TEXTO SÍ ES SOBRE LEYES, SOBRE CONVIVENCIA Y SOBRE DERECHOS ABSTRACTOS
Porque cuando se ignora lo abstracto, se hiere lo concreto.
Porque detrás de cada convivencia negada hay una carta que nunca llegó.
Un dibujo roto.
Un abrazo pendiente.
Sí, este texto es sobre leyes.
Sí, es sobre custodia.
Sí, es sobre los derechos que parecen intangibles… hasta que un menor se queda sin voz, sin abrazo y sin justicia.
Y también es sobre humanidad.
Porque quien calla a un menor que ama… no lo protege. Lo borra.
Y ninguna sociedad libre puede construirse sobre los silencios de un menor.
Por su derecho a expresarse.
Por todos los suelos que aún no pueden pisar.
Por todos los abrazos que aún no se les devuelven.