- Un nuevo diálogo entre el gobierno y los ciudadanos evitará votar con desilusión en 2024.
Nora VILLEGAS*
CIUDAD DE MÉXICO.- El actual Gobierno de México está dividido en tres partes: el presidente y sus aliados, los opositores y los gobernados. Históricamente, estos últimos hemos sido espectadores de las discusiones y disposiciones entre los primeros y los segundos. La realidad es que muy pocos tomamos parte en esta actividad política, nos limitamos simplemente a escuchar y, en el mejor de los casos, apoyar o no, moral o activamente, a quienes nos ofrezcan mejores y más prácticas soluciones a nuestro día a día.
Nosotros somos el pueblo de a pie. Somos quienes podemos tener las mejores opiniones y propuestas para el cambio real y verdadero, somos quienes conocemos la realidad mejor que nadie y quienes tenemos en nuestras manos el cambio tan anhelado. Sin embargo, nadie nos escucha, nadie nos pregunta y nadie nos considera.
En resumen, somos la moneda de cambio entre ideologías políticas, llenas de intereses particulares y de pequeños grupos que velan por su permanencia en las altas esferas gubernamentales. Somos los enfermos, los pobres, los ancianos, las mujeres, los desempleados, las amas de casa, los vulnerados en sus derechos. Somos a quienes nos parece que la gobernanza es lenta y reumática, porque casi no pasa nada y si pasa, es tan lento y tan poco que nos desesperanza.
Cierto es que el presidente no puede solo, necesita de aliados que no precisamente deben ser políticos, debemos de ser todos quienes vivimos, quienes sentimos y luchamos por este cambio. Se requiere ir juntos derribando las paredes que se fueron construyendo a base de autoritarismo y neoliberalismo durante décadas y que siguen ahí, a pesar de los esfuerzos y las buenas ideas del presidente. Si no nos escucha el gobierno, difícilmente podremos transformar nuestras propias conciencias y avanzar hacia una opción política mejor.
La participación activa, más allá de asistir a movilizaciones políticas, votar, criticar la voz presidencial, analizar los contextos políticos y opiniones mediáticas, significa transformar nuestros entornos cercanos. La democracia participativa es un modelo en el que los propios individuos transforman los mecanismos de decisión y acción hacia dentro de las instituciones para incidir no solo normativamente, sino conductualmente, asumiéndonos como la base de la sociedad, a través de la convivencia armónica y la creación de un conjunto de reglas que permitan la reconciliación y, por lo tanto, incluyendo nuestros propios intereses individuales.
La voluntad suprema del interés colectivo, decía J.J. Rousseau, debe estar por encima de los discursos políticos y una vez descubierta, como se supone lo ha hecho el actual gobierno, no puede haber discordancias, ni minorías, pues se trata de una voluntad general y abrumadora, que si bien se expresa en los comicios electorales, debe reflejarse en la realidad, es decir, quienes votamos, tenemos el derecho y la obligación de participar de esa transformación, tenemos derecho a participar activamente en la eliminación de esas formas de exclusión que tanto hemos padecido.
Es decir, si se quiere lograr la democratización activa del Estado y dar vigencia y fuerza al proyecto de nación implementado por el presidente Andrés Manuel López Obrador y vislumbrarlo como viable, es necesario enfrentar un debate real de valores y principios hacia dentro de las instituciones, porque la realidad nos muestra que los ambientes de tolerancia y respeto, en realidad (en la realidad), nos dejan un sabor más parecido al ideal político, que a un proyecto de gobernabilidad real y transformador.
Esta acción comunicativa resultaría más congruente entre lo que dice el presidente todos los días en la conferencia mañanera y lo que vivimos realmente los ciudadanos mexicanos, nos pondría frente a frente ante la posibilidad de un diálogo verdadero y una interacción real hacia dentro de las instituciones que conforman el gobierno.
Si bien, durante la actual administración se ha actuado de forma contundente en contra de funcionarios y servidores públicos de gobiernos anteriores que cometieron actos de corrupción y crímenes, también se les ha dado cabida a personajes con intenciones muy claras de mantener y eternizar el viejo régimen de autoritarismo, obstaculizando la democracia activa y participativa a la que tenemos derecho los ciudadanos y la transformación por la que votamos. Véase el caso de Sandra Cuevas, alcaldesa en Cuauhtémoc, o Lorenzo Córdoba, presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), solo por poner algún ejemplo.
Falta entonces crear estos espacios democráticos de debate y autonomía política, abiertos a la capacidad crítica y técnica. Los espacios continúan cerrados, los individuos rara vez podemos intervenir en lo público, quedándonos con la sensación que todo sigue igual, que no cambia nada y que las puertas siguen cerradas a la intervención social, al diálogo racional y lo peor, a la verdadera transformación de las conciencias.
Sin la posibilidad de confrontar los abusos de poder en todos los niveles institucionales, sin la posibilidad de aperturar foros ciudadanos hacia dentro de las mismas instituciones, sin la interfaz entre el gobierno y los ciudadanos, el proyecto de nación, la Cuarta Transformación y el ejercicio verdadero de una democracia participativa implantado por Andrés Manuel López Obrador llevará un dejo de desilusión, así, las próximas elecciones en 2024, será por falta de opciones y no porque haya afinidad real con el partido o con los ideales del Partido Morena, lo que querrá decir, la ausencia absoluta de democracia.
* Periodista egresada de la UNAM. Amplia experiencia en el campo laboral más por necesidad que por convicción. Amante apasionada de las causas perdidas, de las buenas historias, de la vida, la libertad y sus enjuagues.