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  • El clasismo es una forma de violencia, vulnera los derechos fundamentales y las libertades, eterniza las desigualdades y lastima la dignidad humana.

Nora VILLEGAS*

CDMX. – ¡Muera el clasismo!, ¡muera el racismo!, sonó la voz de López Obrador el 15 de septiembre en el Zócalo, anunciando el inicio de una nueva forma de pensamiento en la que debe basarse el pilar fundamental de la transformación. Frente a las casi 200 mil almas reunidas en el corazón de la Ciudad de México, a la ceremonia de independencia número 212 acompañaron al presidente personajes representativos de la lucha social y política, como John y Gabriel Shipton, padre y hermano de Julian Assange, Aleida Guevara, hija del Che Guevara, Silvia Chávez Delgado, hija de César Chávez, José Mujica, expresidente de Uruguay, Evo Morales, expresidente de Bolivia y Martin Luther King III, hijo de Martin Luther King.

De acuerdo con la definición que explica el Museo Memoria y Tolerancia (MYT), “el clasismo es el trato diferenciado en función del nivel socioeconómico de las personas. Las personas en situación de pobreza enfrentan no solo la escasez de recursos económicos, también la marginación por parte de la sociedad, la falta de acceso a la educación y de oportunidades de trabajo, lo que crea un ciclo de pobreza difícil de superar.” Por tanto, el clasismo impide a las personas el acceso a la justicia social y a la participación democrática.

Convivir en una sociedad clasista significa que el 43.6% de las personas que viven en situación de pobreza son humilladas o discriminadas de alguna forma, ya sea por su situación económica, el color de su piel o sus rasgos físicos, ya que, según el MYT, el racismo está muy ligado al clasismo, debido a que creer en la superioridad de alguna raza humana, facilita la dominación política y social y justifica privilegios de un grupo de seres humanos, sobre otros.

Los clasistas en México desprecian los proyectos populares, consideran que los pobres son irracionales y manipulables e incapaces de comprender el costo económico que implica para ellos, los de los privilegios, “considerarlos”. El comportamiento clasista obstaculiza el proyecto de transformación actual, porque el mismo, parte de la inclusión democrática a la vida política y social a quienes jamás habían sido considerados.

Para erradicar el clasismo, es necesario aprender a identificarlo. El clasismo ocurre todo el tiempo en nuestra vida diaria, en las oficinas de trabajo, en las escuelas, mediante estereotipos, chistes, frases que demeritan el esfuerzo o trabajo que realiza alguna persona, cualquier alusión a la dignidad de alguien más es un comportamiento clasista. Sin embargo, lo más importante en este cambio de paradigma es la denuncia.

 

Como el racismo, el clasismo debe ser señalado y denunciado. El presidente ha mostrado indignación frente a las manifestaciones de exclusión y rechazo dirigidos a los beneficiarios de los programas sociales que se impulsan desde el gobierno: “¡Zafo!”, respondió Andrés Manuel López Obrador al presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Santiago Creel Miranda, quien, digamos, cínicamente, solicitó un diálogo con el mandatario, cuando ha sido su fracción partidista la que más expresiones clasistas ha emitido en contra del pueblo mexicano y de la política gubernamental basada en “primero los pobres”.

 

¡Fuera Dresser, clasista, racista! Gritaban los asistentes a la manifestación del 2 de octubre en el Zócalo capitalino, mientras la empujaban hacia afuera de la plancha constitucional, quizá bajo el efecto de una sensación de empoderamiento de quienes siempre hemos sido apartados por el trato exclusivo, el lugar VIP o el NRDA, una sensación transformadora que se avecina y como una bola de nieve, será imparable, porque la demanda de cambio viene del gobierno hacia el pueblo, porque ya se acabó el tiempo en el que el gobierno mismo clasificaba el tipo de mexicano y los derechos a los que tenían acceso unos y otros no.

 

Hasta ahora, en el mundo se han explorado tres alternativas de combate al racismo y al clasismo: la primera es motivar el principio de tolerancia, La UNESCO define la tolerancia como “el reconocimiento y la aceptación de las diferencias entre personas. Es aprender a escuchar a los demás, a comunicarse con ellos y entenderlos”, sin embargo, mucho se ha cuestionado la palabra “tolerancia”, ya que alude a soportar algo que nos disgusta, lo cual deja en el mismo posicionamiento deficiente a la persona que distingue rasgos diferentes a los suyos.

 

La segunda es la legislación en contra de la discriminación en todas sus formas: a partir de La Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, México se ha comprometido a “no incurrir en ningún acto o práctica de discriminación racial contra personas, grupos de personas o instituciones y a velar porque todas las autoridades e instituciones públicas, nacionales y locales, actúen en conformidad con esta obligación”, pero lo cierto es que ningún gobierno había cumplido cabalmente con este compromiso, al contrario, gobernaban solo para unos cuántos considerados “privilegiados”.

 

Y la tercera alternativa, sin duda, la más cercana a propiciar una transformación, es la educación, sin olvidar las dos primeras: la educación no apela a la inhibición del comportamiento racista y clasista, sino a la prevención de este. Propiciando condiciones de igualdad y equidad, desapareciendo zonas geográficas con mayores o menores oportunidades económicas, trascendiendo a la retórica y garantizando los derechos a todos sin distinción. Sin duda, de forma emergente, es necesario señalar públicamente, como lo ha hecho el presidente, la discriminación y esa forma tan violenta de clasificar a los seres humanos con la vara del “tanto tienes, tanto vales”.

*Periodista egresada de la UNAM. Amplia experiencia en el campo laboral más por necesidad que por convicción. Amante apasionada de las causas perdidas, de las buenas historias, de la vida, la libertad y sus enjuagues. norvill_23@yahoo.com.mx

 

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