Morena fracturada: entre austeridad republicana y opulencia descarada

Víctor Manuel Aguilar Gutiérrez

En Oaxaca y en todo México, la gente escucha cada día discursos que hablan de
austeridad, de vivir con sencillez y de estar cerca del pueblo. Ese fue el sello con el
que Morena conquistó la confianza ciudadana: prometer que nunca más habría
lujos insultantes mientras el pueblo sufría pobreza, que el poder sería un servicio y
no una puerta hacia el privilegio. Pero hoy, a la luz de los hechos, la realidad
contradice las palabras.
Los dirigentes de Morena repiten hasta el cansancio frases sobre la “república
austera” y el “fin de los excesos”. Sin embargo, no son pocos los que viajan en
camionetas blindadas de millones de pesos, disfrutan de cenas exclusivas o
vacacionan en destinos que están muy lejos del bolsillo de la mayoría. En Oaxaca,
donde hay familias enteras que caminan horas para conseguir agua o médicos que
atiendan a sus hijos, esta ostentación resulta una bofetada a la dignidad de la gente.
La incongruencia se ha convertido en la marca de la dirigencia morenista. Mientras
en la Sierra Sur, la Mixteca o la Cuenca, miles de campesinos sobreviven con menos
de lo indispensable, en la Ciudad de México las luchas internas de Morena exhiben
a grupos de poder peleando candidaturas, presupuestos y privilegios. Lo que
debería ser un movimiento por la transformación terminó como una maquinaria de
intereses en pugna.
El discurso oficial insiste en que “primero los pobres”, pero la práctica demuestra
que los primeros son ellos mismos: los dirigentes, los que se reparten el poder
como botín. La fractura interna de Morena no es ideológica ni programática: es por
puestos, por dinero y por la posibilidad de perpetuarse en el poder. Eso desnuda la
hipocresía de quienes llegaron prometiendo ser distintos y hoy repiten las mañas
de los partidos que tanto criticaron.
¿Dónde queda la palabra empeñada con el pueblo? ¿Dónde la coherencia entre lo
que se dice en campaña y lo que se hace en el gobierno? En Oaxaca, la gente tiene
memoria viva de décadas de abandono y promesas incumplidas. Hoy ve, con
desilusión creciente, que quienes prometieron una nueva política están cayendo en
los mismos vicios del pasado.
La vida ostentosa de algunos líderes morenistas contrasta brutalmente con la
austeridad que se predica en plazas y discursos. No es un simple error: es un acto
de traición a la confianza ciudadana. Cada fotografía en un restaurante caro, cada
viaje en avión privado, cada camioneta de lujo y blindada que circula entre pueblos
sin pavimento, es un recordatorio de que los políticos, una vez más, se alejan de la
realidad del pueblo.
Y el pueblo lo resiente. Lo resiente en los hospitales sin medicinas, en las escuelas
deterioradas, en las carreteras olvidadas. Lo resiente cuando ve que mientras ellos
se reparten poder, la inseguridad crece, los precios suben y la vida se complica cada
vez más. Lo resiente cuando advierte que el cambio que se prometió se quedó en
palabras huecas.
La división interna de Morena no es un problema exclusivo de ese partido: es un
riesgo para el país. Un movimiento que se vendió como esperanza no puede darse
el lujo de caer en pleitos tribales por candidaturas. Oaxaca, con su diversidad y con

su profundo anhelo de justicia, sabe que cuando los políticos se dividen, quienes
pagan el precio son siempre los ciudadanos.
Morena está ante una disyuntiva histórica: rectificar y volver a la congruencia o
hundirse en la misma simulación que terminó desacreditando a otros partidos. La
ciudadanía ya no se conforma con discursos, exige hechos. Y los hechos muestran
que la austeridad se quedó en el discurso mientras los lujos se convirtieron en
práctica.
En cada pueblo oaxaqueño, en cada barrio de México, la gente está mirando.
Morena aún puede corregir, pero cada día que pasa, la brecha entre sus promesas y
sus acciones crece. Si siguen predicando humildad mientras viven en derroche, su
mayor enemigo no será la oposición, sino la decepción de millones de mexicanos
que, una vez más, verán que los políticos cambiaron de siglas, pero no de vicios.
Morena se desmorona en su propia incongruencia: predica pobreza, disfruta lujos;
habla de unidad, pero se desgarra por dentro. El pueblo ya paga las consecuencias.
La pregunta ya no es si el pueblo despertará, porque lo está haciendo. La pregunta
es si Morena está dispuesto a escuchar a ese pueblo que dice defender.
¿Cuándo hablan de austeridad tú les crees?… Yo tampoco.

@aguilargvictorm

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