Edgar SAAVEDRA

Imágenes: Colección del Doctor Jorge Jiménez

I

Francisco Monterrosa ha creado su propia constelación. En ella circulan personajes y atmósferas surrealistas –cuasi dailianas– donde las alegorías y las insinuaciones de sutileza divina aumentan la perplejidad del mirón en la sala. Rostros andróginos, animales metamorfoseados en muxes, flores extrañas que se deshacen seminales, fusión molecular de piel y color entre lo imposible o delicado –según el caso. Todo se devela magnánimo sobre escenarios épicos, transgresores. Protagonistas imaginarios, caprichosos, que son lo que quieren ser: ídolos, talismanes fálicos o belleza estatuaria que se remonta a la vena romana del obsesivo perfeccionamiento. Es Monterrosa. Su cosmos. De lo profundo al golpe de una bofetada. Lo etéreo es constante. Muchos objetos vuelan o están detenidos en aire. De la imagen no convencional al recinto de lo torcido inmaculado. Del curioso mordisqueo sexual al pasto de las incomodidades persignadas. Los santos y las santas como las uñas del ave sobre la conciencia auto lacerada que en un descuido goza la impudicia ajena. San Vicente Ferrer es el ángel de la guarda. Guiña su ojo ciego de madera, baila un rosario mientras un buey le regala su vaho juchiteco y mañanero. Poética profusa e intricado desenlace en cada escena. Un cuadro se conecta con otro en el vértice de una leyenda que ha derivado, a su vez, de un sueño hermafrodita. Las pinturas narran cuentos alrededor de una lumbrera, la luz hiperbólica del deseo en silencio. Aquí se despoja una mitología griega o babilónica y se le unta de otro barro primitivo más fantástico e insolente. Tan natural como el sudor del Istmo al mediodía. Monterrosa era Monterrosa.

 

II

La composición compleja de las atmósferas, el manejo de los arquetipos que se despojan de sus atuendos helénicos para transformarse en la más intimista de las constelaciones, y aquella naturaleza absurda sobre un escenario que se antoja libidinoso, provocador, que nos ubica en el tiempo más sutil de la pintura: su animación estética. No se trata de una fórmula de concepciones obsesivas sino del descubrimiento de las más inesperadas posibilidades del arte y de la cual Monterrosa & camarilla son actores y elenco.  Ahora detengámonos frente al «fauno musical», ese rey del sincretismo y la liberalidad artística. ¿Es una aparición que se integra y difumina a la vez? Sus ojos ven de frente al ingenuo espectador que no sabe dónde ha abrevado aquel sátiro en cuya boca se posa una mariposa de proverbial silencio. Una granada se funde en sangre con las manchas de su bestial cuerpo. Cuernos y antifaz con telón de humareda viajan hacia el primer plano. Es la llamada y encendida mitología monterrosiana. Un pájaro le canta al oído, ¿con tierno candor de cuna? La ferocidad de su belleza es un elogio circular que va y viene de lo más oscuro del alma humana y regresa ahí infectado de luz. En esta y otras piezas hay un gusto o necedad espiritual –imposible de definir concretamente– del género humano por las deidades; lo que provoca, al parecer, la inventiva religiosa y, por contradictorio que parezca, detrás de esto viene el afán diabólico por trasgredir las propias certezas. ¿Dónde está el verbo, pócima o color que nos hace inmortales? A unos pasos del «fauno musical» está una pieza intrigante. ¿Es la matrona cosmogónica vestida de ropajes reales: Lilith, Tlazoltéotl, Venus, Anuket, Tonantzin o la virgen de Guadalupe? Sus extremidades se convierten en raíces que desde lo hondo ofrecen sus ramajes para que calandrias rosadas hagan nido y verano y cuelguen invertidos en una mordaz y alegórica escenografía. Pero, ¿y la máscara? Acércate y pregúntale….

***

NOTA. Hace algunos años Francisco Monterrosa pidió a mujeres Shaíque salir en la portada 83 marzo 2009. Se organizó para que el staff fotográfico de la revista se trasladara a Juchitán y de ahí al mar del Istmo. La cama del artista se llevó a la playa donde él fulguró en exquisitas tomas fotográficas. El ensayo, de mi autoría, se tituló:  La primavera imita a Monterrosa, en clara alusión al aforismo de Oscar Wilde: La naturaleza imita al arte. El trato era un intercambio –por ese trabajo– por una pintura al óleo. Nunca se cumplió. Monterrosa dio largas al asunto. Y como van las cosas en la actualidad con sus herederos, ahora será imposible. No importa. Este es un pequeño homenaje al gran maestro oaxaqueño. Siempre en la memoria.

Compartir