Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.- La casa en donde nací era muy vieja, las paredes de adobe se desmoronaban e incluso, por partes, se agrietaban; aún recuerdo el rítmico, tac, tac, de las goteras al chocar contra las ollas y cubetas que poníamos para contener el agua de lluvia. Mi padre, sin decirnos ni una palabra, compró un terreno y poco a poco fue construyendo lo que sería el nuevo hogar para su familia, un verdadero sueño en comparación a cualquier expectativa que hubiésemos tenido. Ese acto de mudarnos de un lugar que se caía a pedazos a una casa bonita, nos cambió la autoestima a todos, el nuevo hogar era un templo y protegía lo más importante: a nosotros, por eso no nos gustaba que extraños la ensuciaran o que el descuido la dañara, por eso cuando salíamos cerrábamos muy bien las puertas con doble cerrojo para que nadie entrara.
Imaginemos que cada uno es una casa que protege un tesoro, ese lugar tal y como fue creado es perfecto, tiene de todo: regula la temperatura, el oxígeno, cuenta con un sistema de recuperación automático y la mejor computadora nunca antes vista. Quiero suponer que la casa vieja donde nací, en algún momento fue el sueño perfecto de alguien, pero los extraños malintencionados, las inclemencias, la falta de mantenimiento y el creer que no necesitaba cuidados, porque estaba hecha con buenos materiales, la fueron destruyendo, está claro que podría recuperar su esplendor, ya no como una casa nueva moderna, pero sí como una actualizada con ese glamour que tienen los inmuebles de época, pero para conseguirlo habría que recuperar lo que aún sirve y tirar lo que no para volverlo a hacer. Hemos nacido con un lugar bien diseñado, esplendoroso y magnificente, pero que no hemos sabido cuidar, lo hemos dañado porque creíamos que se podría sostener solo y dejamos de darle mantenimiento, tanto interno como externo. En algún momento permitimos que extraños entraran al templo para dañarlo dejando ahí su basura, en otros casos, fueron las inclemencias incontrolables las que crearon grietas, goteras o hicieron que proliferaran los bichos y nosotros no hicimos nada, cuando el moho era poco no saneamos las paredes, si una grieta fue pequeña dejamos que creciera hasta que nos partió en dos, lo expusimos en exceso al sol hasta dañar su pintura y olvidamos que su estructura necesitaba ser reforzada. Nos fiamos de que como era perfecta siempre se mantendrá así, pero hoy, cuarenta o cincuenta años después, estamos viendo que hay mucho por reparar y no sabemos por dónde comenzar, así que seguimos destruyendo lo poco que nos queda.
No somos conscientes del maravilloso regalo que es nuestro organismo, así que el cuidado que le damos solo es de fachada para poder conseguir la atención de los demás, para que la gente no pueda ver lo que hay dentro del templo, que tal vez, ni muebles tiene, pero por fuera parece un palacio. Vivimos llevando el cuerpo al límite, lo intoxicamos con alimentos, bebidas o sustancias químicas, lo mantenemos inmóvil por largos periodos de tiempo, lo cortamos y estiramos para que los demás vean la juventud que ya no está –como si la edad fuera un defecto–, lo llenamos de fantasmas desagradables, pensamientos catastróficos, lo quemamos, mutilamos, insultamos y permitimos que otros lo hagan también. Nuestro maravilloso y perfecto templo es tratado como si fuese una casa vieja, desvencijada a punto de caerse, pero lo peor de todo es que somos nosotros quienes se lo hacemos primero.
Tú eres una obra perfecta y el pasado ya no está, solo existe el presente, por qué no comienzas hoy a ser tu mejor aliada, haciendo la versión mejorada de ti. Protege ese maravilloso regalo que se te dio desde el primer minuto de tu creación: tu organismo y verás cómo todo en tu vida mejorará drásticamente.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960. Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
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