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México se rompe por dentro: el dolor silencioso

Víctor Manuel Aguilar Gutiérrez                                                                                      @aguilargvictorm

En los últimos años, México ha enfrentado múltiples crisis: violencia, pobreza, inseguridad, corrupción, migración, polarización política, retrocesos educativos… Pero hay una herida silenciosa que crece día con día, sin titulares, sin programas eficaces, sin estrategias de Estado. México se está rompiendo por dentro: la salud mental de su gente está en emergencia, y el gobierno no parece escuchar.
Los datos son alarmantes. De acuerdo con el Instituto Nacional de Psiquiatría, al menos uno de cada tres mexicanos ha sufrido o sufrirá algún trastorno mental a lo largo de su vida. En Oaxaca, la situación es aún más delicada: la combinación de pobreza, marginación, falta de acceso a servicios de salud y violencia estructural ha generado comunidades donde el sufrimiento psicológico se vive en silencio, con vergüenza o resignación.
¿Quién cuida a los cuidadores? ¿Quién escucha a las madres que trabajan todo el día y llegan a casa a enfrentar un entorno de carencias? ¿A los jóvenes que no encuentran sentido ni futuro en un país que no les ofrece oportunidades? ¿A los niños que crecen entre gritos, golpes, pantallas y abandono? ¿A los hombres que han sido educados para no llorar, para aguantar, para explotar cuando ya no pueden más?
Muchos jóvenes, padecen en silencio y solos una profunda depresión, que ningún programa social mitiga. El choque de la realidad con sus sueños, o la ansiedad de enfrentarse a un futuro incierto, ante un mundo que les ofrece confusión y esconde lo trascendente.
La pandemia de COVID-19 dejó estragos en la salud mental colectiva, pero la “nueva normalidad” no trajo soluciones, sino más estrés, ansiedad y desesperanza. Según datos del INEGI, el suicidio ha aumentado en los últimos años, especialmente entre adolescentes y jóvenes. En Oaxaca, comunidades indígenas han registrado un incremento de casos. Esas muertes no hacen ruido en la prensa nacional. Son “daños colaterales” de una política pública ausente frente a un mundo que incrementa el estrés, pierde la brújula y sentido del bien.
En lugar de fortalecer los sistemas de salud mental, el gobierno ha recortado presupuestos, ha centralizado decisiones y ha preferido gastar millones en megaproyectos, mientras las clínicas comunitarias no tienen psicólogos, ni medicamentos, ni herramientas mínimas para atender a quienes llegan desesperados. La salud emocional sigue siendo un tema tabú, un lujo que no se incluye en las prioridades del Estado. El tema requiere de atención integral por verdaderos profesionales; así como, fortalecer toda la infraestructura de apoyo emocional para las personas como la familia, la escuela, la comunidad, la iglesia, el entorno laboral y social. De no ser así resultará peor el remedio que la enfermedad.
Y mientras tanto, las redes sociales se llenan de discursos de “superación personal”, de influencers que ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos, de recetas mágicas para la felicidad en medio de un entorno profundamente desigual. Se individualiza el sufrimiento: si estás mal, es tu culpa. No dormiste bien, no hiciste yoga, no fuiste “positivo”. Pero nadie habla del desempleo, del miedo a salir a la calle, del sistema educativo roto, del temor a la libertad, a la soledad, al diálogo consigo mismo y al sentido de trascendencia; de la presión constante por sobrevivir.
En Oaxaca, donde la cultura comunitaria ha sido históricamente una red de contención, también se está rompiendo el tejido social. Las migraciones forzadas, la desintegración familiar y la pérdida de tradiciones han dejado a muchos pueblos con vacíos emocionales que no se llenan con discursos ni con eventos. La Guelaguetza entretiene, pero no cura el alma colectiva.
Es urgente repensar el modelo de desarrollo desde la salud integral de las personas. No basta con construir hospitales; se necesitan políticas públicas con enfoque emocional, cultural y comunitario. Se necesita formación emocional en las escuelas, atención psicológica gratuita y accesible en todas las regiones, campañas de sensibilización y, sobre todo, voluntad política.
Un país que ignora el sufrimiento emocional de su gente es un país condenado a repetir su dolor en forma de violencia, adicciones, deserción escolar, criminalidad, homicidios y desesperanza.
Hoy, México se rompe por dentro. No es metáfora. Es diagnóstico. Y mientras no lo atendamos, todos sufriremos las consecuencias de mirar para otro lado.

 

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