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Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.- ¿Polemista irreverente? ¿Figura destacada de la escuela del resentimiento? ¿Esforzado David en lucha desmedida contra el Goliat de la pintura oficial? ¿Crítico visceral y humorista y involuntario? ¿Narcisista como método de defensa?

Para contestar esas preguntas, comparto esta selección de dardos venenosos, una forma  ingeniosa de llevar al paredón de fusilamientos a tres de los héroes de la pintura mexicana:

  1. Pero José María Velasco no aportó nada personal, no alcanzó un punto de vista propio, se limitó a trasladar el juego de míralo aquí, y ahora míralo acá, realizándose perfectamente en su pintura sin intervenir el artista, tal como si el paisaje fuera visto por una vaca.

 

  1. Saturnino Herrán, por otro camino, fue siempre colonial, sólo que el nivel baja más en él, pues a través de malas revistas por las que trata de encontrar un cauce a su pintura, toma, del vasco Ignacio Zuloaga, lo peor.

 

  1. Por eso frente a alguna de las pinturas murales ejecutadas por José Clemente Orozco sentimos el horror de comprobar que ha trasladado a las paredes el caos negando su función de artista. (…) Por ejemplo, el hombre en llamas destruye la cúpula del edificio en que ha pintado Orozco; aun suponiendo que esté bien pintado, es una mala pintura, porque ha aniquilado la cúpula.

 

El retrato intelectual de Manuel Rodríguez Lozano que trazan los artículos, ensayos y entrevistas de Pensamiento y pintura (1960), desde luego, responden afirmativamente a cada una de mis interrogantes. Desde su regreso de Europa casado con Carmen Mondragón -la futura Nahui Olin-, en el amanecer de la década de los veinte, supo que su arte no encajaría en el menú ideológico de la revolución cultural iniciada por José Vasconcelos, no obstante su interés en las artes populares integradas en el imaginario de la pintura mexicana contemporánea.

Desde luego, sus valoraciones y comentarios sobre artistas canónicos, José María Velasco, Saturnino Herrán, Diego Rivera o José Clemente Orozco, pueden pecar de desafortunados, ridículos, motivados incluso por la envidia y la maledicencia, pero nunca, estoy seguro, fueron obra de la ingenuidad. El pintor Rodríguez Lozano pretendía, por principio, demostrar que el blindaje crítico a tales figuras provocaba inmovilidad, conformismo, incentivando de paso la imitación como fórmula de reconocimiento.

El artista de La Piedad en el desierto -el mural pintado en sus meses de reclusión en Lecumberri, hoy expuesto en Bellas Artes- es un personaje contradictorio, muy pagado de sí mismo, de sus mitos, pero no hay duda alguna para considerarlo como testigo privilegiado de la época dorada del arte mexicano del siglo XX, pintor menor en la acepción en la que T. S. Eliot denomina a ciertos poetas que atraviesan la realidad del lenguaje sin estruendo ni malabares, gestualidades para complacer al gran público.

 

*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

 

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